Nadie jamás había tocado sus senos. Habían tenido una perfecta seriedad en su pecho. Estaban reservados para que muriesen inactivos en el árbol solitario.
No supo él los senos nuevos e intactos que se llevaba, los senos de miel que tenía entre manos. La noche de sus bodas aquella mujer debió buscar el amante que se diese cuenta. ¡Qué irreparable pérdida!
En aquella noche, como todas las noches, perdieron su fragancia los senos preciosos en las manos del tratante de naranjas. |