"Las desventuras del joven Werther" Libro Segundo Carta 62
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Biografía de Johann Wolfgang von Goethe en Wikipedia | |
Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108 |
Las desventuras del joven Werther |
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4 de septiembre de 1772 | ||
Sí, así es. Al mismo tiempo que la Naturaleza anuncia la proximidad del otoño, siento el otoño dentro de mí y en torno mío. Mis hojas amarillean, y las de los árboles vecinos se han caído ya. ¿He vuelto a hablarte de un joven aldeano que conocí cuando vine por primera vez a estos paarajes? He pedido en Wahlheim noticias suyas, y me han dicho que, habiéndole echado de la casa donde servía, nadie ha vuelto a saber de él. Ayer le encontré por casualidad, camino de otra aldea; le dirigí la palabra y me ha contado su historia, que me ha impresionado mucho, como comprenderás fácilmente cuando a mi vez te la refiera. Pero, ¿a qué conducen estos pormenores? ¿No debía yo guardar para mí lo que me aflige y me angustia? ¿Por qué he de afligirte también? ¿Por qué he de darte, sin cesar, ocasión para que te quejes y me riñas? ¡Bah! acaso no sea mía la culpa, sino de mi estrella. Este hombre respondió a mis primeras preguntas con sombría tristeza, en la que me pareció ver alguna confusión; pero, de pronto, como si cayera en la cuenta de con quién hablaba y me reconociese, me confesó con franqueza sus faltas y deploró su desdicha. ¡ Que no pueda yo, amigo mío, recordar una por una sus palabras ! Confesaba, refería (experimentando, al hacer memoria de ello, una especie de alegría y de placer) que su amor hacia su ama fué aumentando cada vez más, hasta el punto de no saber lo que hacía ni, hablándote en su lenguaje, dónde tenía la cabeza. No podía beber, comer ni dormir; esto le martirizaba, y hacía lo que no debía hacer, y olvidaba lo que le habían mandado; parecía como perseguido por el espíritu malo, y, por último, un día que ella estaba en una habitación de un piso alto, lo supo él y la siguió, o más bien se sintió arrastrado en pos de ella. Rogó inútilmente y pretendió hacer uso de la fuerza. Ignoraba cómo pudo llegar a tal extremo, y ponía a Dios por testigo de que siempre había pensado en ella con toda pureza, y de que su más vehemente deseo había sido casarse para pasar la vida a su lado. Después de platicar un rato de este modo, titubeó, como aquel a quien aun le falta algo que decir y no se atreve a continuar. Al cabo me confesó tímidamente que ella le solía tolerar ciertas confianzas y le había concedido algunos ligeros favores. Cortó dos o tres veces el relato para repetirme que no decía esto "por despreciarla"; que la quería tanto como antes; que jamás había hablado con nadie de estas cosas, y que sólo me las refería para que me convenciese de que él no era un malvado ni un insensato. Y ahora, amigo mío, vuelvo a mi eterno estribillo: ¡si yo pudiera pintarte a este muchacho tal como estaba, tal como todavía lo ven mis ojos! ¡si yo pudiera decirte perfectamente todo, para que comprendieses cómo me interesa, como debo interesarme por él! Basta; no ignoras lo que me pasa, me conoces y sabes demasiado bien cuánto me interesan todos los desdichados, y, sobre todos, éste de qué te hablo. Leo lo escrito y observo que se me olvidaba referirte el fin de la historia, que se adivina fácilmente. La viuda se defendió; llegó su hermano, que hacía mucho tiempo odiaba al criado y deseaba echarle de la casa, por temor de que un nuevo matrimonio de la hermana privase a sus hijos de una herencia que esperaban fundadamente, puesto que aquélla no tenia sucesión directa: este hermano plantó al criado en la calle, y armó tan completo escándalo sobre lo ocurrido, que, aunque la viuda hubiera deseado recibir de nuevo al muchacho, no se hubiera atrevido a ello. Dicen que también ahora está que trina el hermano con otro criado que tiene la consabida, respecto al cual aseguran que se casará con ella, cosa que el antiguo está firmemente resuelto a no sufrir mientras aliente. No he exagerado ni embellecido esta historia; hasta puedo decir que la he contado débil, debilísimamente, y que ha perdido mucho de su sencillez, porque la he encerrado en el molde de nuestro lenguaje usual y circunspecto. Esta pasión, que encarna tanto amor y tanta fidelidad, no es una ficción poética: vive, centellea en toda su pureza en estos hombres que llamamos incultos y groseros, nosotros, gente civilizada, civilizada hasta el punto de no ser ya nada. Lee esta historia con recogimiento; te lo suplico. Yo, escribiéndote hoy estas cosas, estoy sosegado: ya lo ves: ni me precipito ni me embrollo, como acostumbro. Lee, querido Guillermo, y piensa en que esta es, además, la historia de tu amigo. Sí, esto es lo que me ha sucedido; esto es lo que me sucederá a mí, que no tengo la mitad del valor y de la resolución de este pobre diablo, con el cual apenas me atrevo a compararme. |
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