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Johann Wolfgang von Goethe

"Las desventuras del joven Werther"

Libro Primero

Carta 16

Biografía de Johann Wolfgang von Goethe en Wikipedia

 
 

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Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108
 

Las desventuras del joven Werther

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Libro Primero

Carta 16

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6 de julio de 1771

Carlota continúa al lado de su moribunda amiga, y siempre es la misma: siempre esta criatura afable y benéfica, cuya mirada, donde quiera que se fija, dulcifica el dolor y hace felices a las personas. Ayer tarde fue a pasearse con Mariana y Amelita. Yo lo sabía, me reuní con ellas y caminamos juntos. Después de andar como una legua y media, volvimos hacia la ciudad, y llegamos a la fuente, que ya me gustaba mucho y que ahora me gusta mil veces más. Sentóse Carlota en el pequeño muro: los demás estábamos en pie delante de ella. Miré a mi rededor, y me acordé del tiempo en que mi corazón estaba solitario. — ¡Fuente querida! — me dije a mí mismo; — ¡cuánto tiempo hace que no he gozado de tu frescura, y cuántas veces, pasando de prisa junto a ti, ni siquiera te he mirado!" Bajé los ojos y vi que subía la pequeña Amelia con un vaso de agua, cuidando de no verterlo. Miré a Carlota y comprendí todo lo que ella es para mí. En esto llegó Amelia con el vaso; Mariana quiso quitárselo. — "¡No! — exclamó la niña con la más dulce expresión; — ¡no! Carlotita, tú has de beber antes que nadie." La verdad, la bondad con que aquella muñeca pronunció estas palabras, me arrebataron hasta el punto de que, para expresar mis sentimientos, no supe hacer otra cosa que cogerla en brazos y besarla con tanta efusión, que comenzó a gritar y a llorar. — "Le habéis hecho daño — me dijo Carlota." Yo estaba consternado. — "Ven, Amelia — prosiguió, cogiéndola de la mano y haciéndole bajar los escalones. — Lávate en seguida en esa agua fresca, y no te sucederá nada." Fijé mi atención en la niña, que afanosa se frotaba las mejillas con las manos mojadas, convencida de que la fuente milagrosa la limpiaría de toda mancha, evitándole la ignominia de que le creciera una barba fea. Carlota le decía: — "¡Basta ya!" y ella continuaba frotándose con nuevo brío, como si cuanto más lo hiciese fuera mejor. Guillermo, te aseguro que no he asistido con más respeto a níngún bautizo, y cuando Carlota subió, de buena gana me hubiera prosternado a sus pies, como ante los de un profeta redentor de los pecados de un pueblo. No pude resistirme al deseo de contar por la noche lo sucedido, con toda la alegría de mi corazón, a uno que yo creía sensible, porque tiene talento: ¡cómo me equivocaba! Censuró la conducta de Carlota; dijo que no se debía hacer creer cosas falsas a los niños; que estos abusos eran origen de errores y supersticiones sinnúmero, que hay que evitar desde muy temprano... Entonces recordé que ocho días antes mandó que bautizasen a uno de sus hijos, por lo cual, oyéndole como el que oye llover, seguí siendo fiel con todo mi corazón a esta verdad: Es preciso obrar con los niños como obra con nosotros el Señor, que nunca nos hace más felices que cuando nos deja embriagarnos con una dulce ilusión.

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