«Si te acusan de haber cometido una falta, huye tú, mujer aunque seas pura como el lirio, porque eres mujer y todos lo creerán. Si te acusan de haber hurtado algo, aun cuando sea una torre de Notre Dame, huye tú, hombre porque eres hombre y todos te condenarán.»
Esto dijo Arsénio Houssaye, en uno de esos deliciosos libros que pertenecen a la más exquisita perfumería literaria de París, y esto repito yo, porque es verdad.
Recientemente han publicado los diarios la noticia de que un hombre acusado de homicidio, por homicidio condenado en virtud de las pruebas, al parecer irrecusables, que se presentaron, y que está extinguiendo su condena en la cárcel, resulta inocente del crimen por el cual lo sentenciaron. Será muy agradable para este señor que la justicia le devuelva su vestidura de inocencia; que el tribunal lo corone de flores para mandarlo a la miseria con todos los honores de ordenanza; pero yo, en lugar de él, y a pesar de los atractivos señalados, no salía de la cárcel. En la cárcel come, en la cárcel tiene casa, en la cárcel tendrá amigos y hasta una verdadera familia improvisada; en la cárcel puede haberse hecho una honradez, para el uso interno de la prisión, y no es difícil que llegue a ser, en esa sociedad, una persona respetable. Ya se habituó a comer mal; pero es probable que esa enseñanza preparatoria no sea suficiente a dejarlo apto para no comer. ¿Qué hará afuera? Tendría familia; pero es de presumirse, o verosímil cuando menos, que su mujer haya muerto de hambre; que sus hijos, después de haber pordioseado durante algún tiempo, fueran cogidos de leva y estén hoy batiéndose con los yanquis o enterrados en la fosa común del Camposanto o detenidos en cualquiera otra cárcel. Tendría algún oficio con cuyo producto vivía; pero lo habrá olvidado en la prisión, habrá perdido los parroquianos que tuvo, y sobre todo, ¿quién ocupa a un artesano que sale de la cárcel? Si la justicia se equivocó al condenarlo, dirán todos, bien puede haberse equivocado también al absolverlo. Y siempre, de un loco de quien se dice que ha sanado y de un preso de quien se dice que resultó inocente, hay sospechas, hay dudas, hay un quién sabe, que es la peor de las sentencias.
La Sociedad dice a la víctima:— Usted perdone, me equivoqué. — Pero esto es como si el que acaba de matar a un hombre le dijera al muerto: — ¡Mil perdones! ¡No era usted el que yo buscaba! ¡Resucite!
Por eso, en lugar del presunto no-reo, diría yo a los jueces: — Muchas gracias por su favor y su bondad; pero mejor me estoy aquí. Si otro cometió el crimen y está convicto y confeso, yo me declaro su colaborador. Lo cometimos entre los dos, Y si esto no basta, mataré a otro para que me dejen ustedes tranquilo en esta hospitalaria y santa casa, ¿A dónde voy si me despiden? Me quitaron mi hogar, mi manera de vivir, mi crédito... ¿Cómo salgo tan desnudo a la calle? Puede ser que fuera antes hombre honrado; pero he estado tanto tiempo entre los criminales, que ya he de haber perdido la honradez. Devuelvo mi inocencia porque no me sirve. Fui inocente; pero ahora probablemente no lo soy. Detenedme: soy peligroso y seré por fuerza criminal.
¿Qué reparación debe la sociedad a este hombre a quien condenó, primero, sin justicia, a trabajos forzados en la cárcel, y a quien luego condena a trabajos forzados en la calle? Después de robarle la manera de vivir, le ordena: ¡Vive! Después de robarlo—porque robar es apropiarse algo injustamente, nombre, esperanza, familia, etc. — le dice sonriendo y para que sepa que es muy buena y muy equitativa:— Ya no puedes vivir; pero vive, sin embargo, y vive honradamente. Lo que te robé no te lo puedo devolver; pero no robes tú, porque te castigo. Te hice malo: tú sé bueno. En este caso, lo mejor es agradecer a !a justicia tantos favores, tantas mercedes, y quedarse en el calabozo. Si al fin se ha de volver a él irremediablemente, ¿para qué perder el tiempo en viajes de recreo al país de la honradez?
Bien se que todo esto es irremediable, porque errare humanun est, y porque todos los tribunales son deudores insolventes. Pero hay otras desgracias que sí pueden tener remedio. Por ejemplo: el Sr. Rode mató a su esposa hace más de un año. Cuentan que el Sr. Rode estaba loco cuando la mató. Pues bien, si el Sr. Rode está demente, con un año de observación tienen los médicos tiempo sobrado para declararlo loco o sano. Y si no es así, todos los alojados en San Hipólito pueden pedir que se les sujete a un tan largo período de experiencias, antes de que la sociedad los condene al manicomio.
Pero aquí se me ocurren otras objeciones. El Sr. Rode puede estar loco ahora, después de un año y meses de Belem; pero, ¿lo estaba en el momento del delito? Si no estaba loco, ¿quién es el responsable de su locura? Si no lo estaba y lo está ahora, ¿en quién la sociedad castiga el crimen?
Para probar que un hombre está fuera de razón y mandarlo al hospital, basta un día; pero si ese hombre ha matado a alguien, su locura es dudosa. Hay que probarla durante un año. De manera que el loco asesino es menos loco ante la ley que el loco honrado.
Y aquí surge otra cuestión: si un criminal se finge demente y tiene la necesaria habilidad para engañar a los médicos, lo que no es imposible ni difícil, ¿podrá escapar a la acción de la justicia? Una vez que entre al manicomio hará que desaparezcan poco a poco los síntomas artificiales de su insensatez, y en cuanto demuestre que está cuerdo, ¿con qué razón se le podrá detener en el hospital de dementes? Así habrá burlado, por manera muy sencilla, a todos los representantes de la vindicta social.
Pero supongamos otro caso: el presunto reo no está loco: lo estuvo, ya no lo está y el Jurado lo absuelve porque cometió el delito estando fuera de su juicio. Quién le compensará a ese infeliz los años que ha pasado en la cárcel, en el pleno uso de sus facultades mentales? Ya para él no hay más que dos caminos; o quedarse en la prisión aunque sea inocente, o irse al manicomio, aunque esté cuerdo. Porque si sale a la calle, unos dirán — « puede ser que siempre esté loco» — y otros — « puede ser que haya sido criminal.» — Y en cualquier caso no encontrará trabajo, ni para vivir honradamente. Su porvenir será el que sigue: o criminal por necesidad, o loco por miseria.
Suele pasar también que el Jurado absuelva a un acusado a quien se tuvo preso durante más de un año. Está bien: el Jurado lo salva de las penas futuras, ¿pero quién le paga los sufrimientos pasados? ¿No tendrá derecho a acusar a sus jueces por remisos y a exigirles una compensación de los daños que injustamente le causaron?
Como esto sería imposible, yo declaro que. en el estado actual de los procedimientos judiciales, lo más humanitario sería decretar lo siguiente:
1 Los gendarmes nunca se equivocan.
2 El acusado de un delito es autor de él, aun cuando no lo sea.
3 Al que haya estado en la cárcel, aunque sea inocente, se debe, por precaución, guardarlo en ella.
4 No hay ningún inocente.
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