La noticia prudujo inusitado alborozo en la dilatada
familia de Gaytán Jaúregui, una familia gue no cabía
en el arca de Noé. Al fín se hacía en nuestro mundo político
justicia al mérito, al talento, a la probidad y al
saber. Para aquella buena familia. que por sí sola podía
constituir un partido político, el gobierno entraba
en vía derecha nombando ministro a Carlitos Gaytán,
el primogénito, honra de ia casa, flor de la juventud,
esperanza de la patria y quizá ejemplar de lujo en la
basta condción humana.
Fuera bromas, el muchacho valía; serio, estudioso, honorable
por cultura de corazón, que es de donde arranca
la cultura superior. Veía en el concusionario un ser
inferior, de ramplones ideales, un carácter deformado,
la vulgaridad burguesa con instintos de bandolerismo
gubernamental. En la altiva honra lez de Carlitos Gaytán
había mucho de alto orgullo, de aristocracia
espiritual.
Los detentadores del tesoro público han crecido entre
nosotros hasta llegar a multitud, y a Carlitos le repugnaba
ser número de legión, molécula de vulgo.
El día del nombramiento hubo irrupción de parientes
en casa de don Cosme, padre del nuevo ministro.
Las hermanas de éste, cuatro perennes ornamentos de
nuestro mundo social por las cuales tenían que acelerar
sus digestiones los gusanos de seda; los maridos de
tan excelentes señoras, galgos de la liebre pública; los
primos del ministro, las mujeres de los primos, los parientes
lejanos que al
punto se fueron acercando;
los amigos íntimos
y otros que pasaron
a serlo desde aquella hora... total:
doscientas personas.
Don Cosme, uno de
nuestros más redondos
terratenientes, estaba
en el apogeo de su dicha;
a las feliciíaclones
de sus yernos respondía
con un abrazo
mudo, conmovedor.
Cuando la felicitación
partía de una persona
extraña, apretaba su
mano y bajala los
ojos, como artista pudoroso
a quien se envuelve
en la lisonja.
iQué obra! Un hijo
triunfador es la creación
superior del hombre,
una obra de arte
vivo, porque el triunfo
social es indicio de
inteligencla fuerte, de
osadía vital, de energías
en combinación
perfecta. Para don
Cosme era una acertada sacar un hijo ministro.
A la madre, a la excelente
misia Carlota,
se le renovaban las
ternuras de cuando
surgió palpitante de entres sus entrañas. Era
el primero, el dulce
fruto del plenilunio,
el brote de su lejana primavera. El recuerdo
de aquella hora flotaba
sobre todas sus
memorias, como remembranza
capital,
con dulce tiranía permanente
sobre todo lo vivido. A la buena señora le parecía mentira; veía a su hijo, al ministro, en la cuna de
blancos mimbres quietito en su nido de blondas, con respiración apenas perceptible, como vaho tenue arrancado por el primer rayo de sol al rocío den los cálices de una rosa: los ojillos abiertos, húmedos, transparentes, sin interés en aquella embobada mirada que venía del limbo de su espíritu, no endurecida aún en la contemplación del terrible contenido del mundo; la roja boca abierta y muda, sin pensar el pobrecito que por aquél órgano de comer y hablar, las dos funciones capitales de la vida, le vendría la celebridad y el ministerio. Era monísimo, según aseguraba misia Carlota, que no lograba
sacarle de su espíritu materno sino en forma de
niño perpetuo.
Inició el doctor Gaytán su ministerio con dura mano
de gobernante austero. El inicio de la posteridad traía
preocupado a su espíritu; quería dejar buena bueila de
su vida, ser excepción en su época, bruñir el lastre de
los Gaytanes fuiuros. El ideal de la posteridad es la ilusión de la no muerte dentro de la muerte, el rechazo
de la nada definitiva, la anhelada ligazón a la vida de los siglos venideros. El hombre se resiste a borrarse.
Orden, justicia, fiscalización aboluta, tal era la conducta del doctor Gayián. El medio protestó contra el
Justo. El ser Justo es la negacilón del ser humano, por
lo cual es inhumano ser justo a pesar de todos los códigos de moral. La vida es incodificable porque es más
variada que la imaginación codificadora. Los hombres
protestaron contra el ministro justo, como en el principio de la vida moral protestaron contra el ministro
de Dios, que aún era más justo que el nuevo misnistro.
La cruz para los justos; la vida para los injustos Porque
siempre fué así, así será siempre, y no de otro modo.
Débiles manos minaron
la nueva columna del gobierno.
No se puede ser
buen ministro largo tiempo
teniendo cuatro hermanas
con grandes necesidades
de brillo, cuatro cuñados
ambiciosos, quince
primos inútiles y pobres,
con el agonioso pico en
dirección al pressupuesto, y numerosos amigos de
los que ayudan a subir para cobrarse el influjo en
privanzas.
Un día entró Carmen, el lucero menor de los Gaytanes, en el despacho privado de su hermano el ministro.
Abrazó a la gloria de la casa y le sopló al oído que el
hermano de su marido, todo un buen mozo, friso vivo
de la ópera, quería casarse y no tenía plata. «Ayúdale,
Carlitos, ¡no seas malo! Tiene un negocio muy bueno
para el gobierno, y es necesario que vos... no pongas
esa cara de Fisco.. tenés que ayudarlo, si, sí, ¿eh? no
digas que no.» ¿Quién se niega al pedido de una hermana
menor resumen de todas las gracias? Otro día fue la hermana mayor. Su marido había caído en desgracia.
¡Concedido!. dijo el ministro. Ante todo, que no se caigan los de la casa. La madre pidió por unas niñas huérfanas hijas de su mejor amiga. Había que elevar a la prosperidad al hermano de las niñas, para que éstas lucieran.
«Es un dolor, mijo, tan lindas y encerradas siempre
en casa». El ministro las sacó de casa, procurando sobre el estado un pingÚe negocio al hermano que era un lince.
El padre del ministro: «es necesario, Carlitos, que el
nuevo ferrocarril pase por la estancia». Y el mlnlstro
hizo torcer la línea, cargando sobre la Hacienda los kilómetros
desviados de la trayectoria derecha. Clementina, la secunda bermana, mujer de un abogado famoso,
le pidió su influenrla para un pleito con cuyos bonorarlos
le había prometido su esposo levantar un chalet
en Mar del Plata; «te haremos allí un departamenlo en
que descansarás de tus tareas cuando seas presidente de
la República». Y el ministro insinuó al juez. .. «no, no,
ante todo. Justicia señor juez, pero...» El «pero» era un
pedido inconfeso de sentencia
favorable. Otra hermana,
muy femenina, casuda con un militar heróico, que a
ella le hacía la impresión
de acostarse con la escuadra, le pidió aumento de
grado para la fiera. Hubo
ascenso, relegando a otro
más meritorio que no tenía
mujer hermana de ministro.
La cuarta hermana, casada
con un abastecedor, cuyo
palacio tenía los cimientos
de pan de munlción, pidió
al ministro influyera en la
renovación de los contratos,
tortura de los soldados, de
los que hacen el plato-patria,
donde se nutre el granujismo ilustrado del mundo,
los que sobrenadan en el
mar de la masa náufraga,
erigidos en guías de ahogados...
Todo fue logrado por aquellas excelentes damas. Si tanto consigue la mujer
sin derechos políticos ¿qué será cuando los tenga?
Quiera Dios que venga pronto el feminismo, para que
aumente en confusión el interés de la vida; ponque el
mundo es aún demasiado claro a pesar del empeño que
en oscurecerle ponen la metafísica, la teoiogía y la moral
escrita, en pugna siempre con lo inmoral viviente.
La vida es algo profundamente inmoral, ha dicho no sé
qué genio de última hora. Nada. nada, nos hace falta el
feminismo, la influencia directa de la mujer en los destinos
comunes. Peor que nosotros, los hombres, no lo
harán ellas; peor que nosotros, no lo harían ni las fieras.
La mujer, aparte sus años de castldad que convierte
en recurso de seducción, ei más inmoral que el hombre,
tiene menos continencia en sus pasiones, es más presuntuosa menos prudente, desenfrenada como los niños
y los pájaros, egoísta como ellos. Indiferente a todo lo
que no sea ella misma, enemiga de la verdad en cuerpo
y alma, torpe de inteligencia y fina de instinto, rebelde
a la gravedad y a la sabidurÍa. al paso lento y al pensar
equitativo. No habla un misógino sino uno a quien, por
el contrario, le gustan mucho las mujeres, y más cuanto
más femeninas, cuantos mayores defectos de los señalados
tengan. Los poetas somos (perdón) muy aficioiados
a todo lo complicado y de ahí nuestra preferencia
por la flauta y por la mujer de muchas teclas.
El doctor Gaytan cayó del ministerio por nepotlsta.
La prensa vocinglera, el grito
del cuarto poder, que más
era alarido de hambriento
que indignaicón moral, le puso que solo con pinzas se podía tocar. Y el hombre
se retiró a su casa. en la cual
no entró aquel día una sola
visita, ni halló más brazos
amantes que los de misia Carlota, la cual seguía viendo al
niño en el hondo de su espíritu maternal, y amándole más que antes, dignificado a sus ojos por los odios ajenos. «No hagas caso, mijo, de la chusma...»
***
Carlos Gaytán discurre
ahora en la soledad de su
ostracismo, sobre las causas que decidieron su caída. Entre su ilusión por una ilustre posteridad y las tiranías de la vida presente, la ilusión cedió, como elemento más frágil.. Con frecuencia tiende miradas irónicas sobre toda
su familia viendo en todos sus miembros los sepultureros de su inmortalidad. Alguna vez hojea a Julio Simón, parándose largo rato en este concepto del moralista francés: «Las virtudes cívicas, si no tienen origen
y confirmación en las privadas y domésticas, no son
más que virtudes teatrales».
Pero cierra luego el libro, diciendo sin ruido de palabras: «La vida es representación. teatro, y si no fuera eso, no sería nada. La pura realidad moral... vaya, vaya... el coche, ¡a Palermo...!»
Francisco Grandmontagne.
Publicado en “Caras y Caretas” en 1901 |