El invierno rodará, blanco,
encima de mi corazón.
Irritará la luz del día,
me llagaré en toda canción;
fatigará la frente el gajo
de cabellos, lacio y sutil,
y del olor de las violetas
de junio se podrá morir.
Mi madre ya tendrá diez palmos
de ceniza sobre la sien.
No espigará entre mis rodillas
el niño rubio como mies.
Por hurgar en las sepulturas
no veré el cielo ni el trigal.
De removerlas, la locura
en mi pecho se ha de acostar.
Y como se van confundiendo
los rasgos del que he de buscar,
cuando penetre en la luz ancha
no lo podré encontrar jamás.
Publicado en "Cervantes" (Madrid. abril 1917) |