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Gaston de Pawlowski

"Un servidor de otros tiempos"

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Un servidor de otros tiempos
 

Son las cinco. Lentamente sale la vieja marquesa, apoyada en el brazo de Juan, su fiel servidor. Sin él la marquesa no podría valerse, tan sola como está, con su vista, que se pierde de día en día.

Las cinco y media. El buen Juan encuentra que ya es bastante paseo, y hace señas a un manguero amigo suyo, que encuentra todos los días. Dulcemente, muy dulcemente, el surtidor salpica el rostro de la señora marquesa.

— El aire trae algunas gotas. Es preciso volver a casa, señora.

— Sí, Juan, he sentido algunas gotas. ¡Parece mentira!... Las estaciones no son como en otros tiempos. Todos los días llueve durante nuestro paseo.

— Sí, señora. Es la época. Llueve mucho ahora.

Por la noche, la marquesa ha querido ir a la Opera, al único teatro que puede asistir con gusto, porque sus ojos no pueden ver nada.

— ¡Como quiera la señora marquesa!...

Tranquilamente, el coche les ha conducido a un baile de los suburbios, donde Juan ha instalado a su señora en un rincón, al abrigo de las corrientes de aire.

— En ninguna parte como en un palco. Así la señora no tendrá frío.

— Gracias, mi buen Juan.

Durmiendo casi todo el rato, la marquesa ha estado soñando.

— ¿Cómo puede gustar esta música moderna? ¡Dios mío, qué gustos se van introduciendo en Francia y cuánta groseria! No sé qué género de conversación se emplea hoy para hablar en el teatro y con qué expresiones... ¡Bondad divina!...

Este verano la marquesa quiere pasar una temporada a orillas del mar.

Toda la mañana Juan ha viajado con la señora en el tren de circunvalación. Los trayectos son muy largos hoy, y al caer la tarde llegan a Gennevilliers, a casa de unos parientes de Juan, una familia de labradores. ¡Los hoteles son tan caros!...

Todos los días Juan lleva a su señora a dar un paseíto por el Sena, en una barca, que él balancea dulcemente, mientras que la marquesa respira el aire fresco del ancho mar.

— ¡Ah, son magníficos para los pulmones de la señora estos aires impregnados de sales marinas! ¡Hay que ver lo bien que está de color la señora marquesa!

— Gracias, Juan.

Ayer se cruzaron con los alegres barqueros que cantaban a lo largo del río.

— Son los pescadores, señora, que parten con sus barcas.

— Sí, Juan; para la pesca del bacalao.

Mientras la marquesa veranea en París, un manguero oficioso, no avisado de la marcha de la marquesa, regó ayer a una anciana que paseaba con su marido. ¡El parecido era tan sorprendente!...

¡Qué triste época ésta en que se confunden burgueses y marquesas!... A. P. H.

 

Gaston de Pawlowski

Buen humor (Madrid). 16-12-1923, no. 107

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