Un estudiante volvía desde Salamanca para su tierra después de haber concluido su curso. Llevaba poco dinero, y así en todas las posadas ajustaba su bolsa con la huéspeda, para que no se le acabase antes de concluir su viaje. La economía de que usaba era suma. Sucedió que iba a pasar la noche en una posada donde la huéspeda era mujer de lindo entendimiento, lindo modo y mucho agrado. Ella le preguntó qué quería cenar. Respondió que quería un par de huevos.
—¿Nada más, señor licenciado?—dijo la huéspeda.
El estudiante contestó:—Me basta, pues yo ceno poco.
Trajéronle los huevos. Mientras comía, la huéspeda le propuso unas truchas muy buenas que tenía. El estudiante resistía a la tentación.
—Mire Vd., señor licenciado,—dijo ella—que son excelentísimas, porque tienen las cuatro efes.
—¿Qué quiere decir eso, las cuatro efes?
—¿Pues no sabe Vd. que las truchas han de tener las cuatro efes para ser magníficas?
—Nunca he oído tal cosa,—repuso el estudiante—y quisiera saber qué cuatro efes son ésas. ¿Qué significa este enigma?
—Yo se lo diré, señor,—respondió la huéspeda.—Quiere decir, que las truchas más sabrosas son las que tienen las cuatro circunstancias de Frescas, Frías, Fritas y Fragosas.
A esto replicó el estudiante:—Ahora comprendo. Pero, señora, si las truchas no tienen otra efe más, no sirven nada para mí.
—¿Qué otra efe más es esa?
—Señora, que sean Fiadas; porque en mi bolsa no hay con que pagarlas por ahora.
La agudeza del estudiante agradó tanto a la huéspeda, que no sólo le presentó las truchas graciosamente, sino también le llenó la alforja para lo que le restaba de camino.
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