¡A fe que es buena pieza la tal Mariquita!... A mí me gustan mucho las niñas; pero os confieso, queridos lectores, que si tuviera una niña como la dichosa Mariquita, viviría desconsolado, porque es claro que siendo hija mía, habría de quererla mucho, y por consiguiente me preocuparía y apenaría en gran manera el porvenir de niña semejante, dadas las condiciones de carácter que tiene la pícara Mariquita, a quien hoy me propongo sacar aquí a la vergüenza, con la bonísima intención de que se corrija ella misma y sirva de ejemplo a otras que puede haber a ella parecidas.
Mariquita es una niña intolerante, intransigente, rebelde a toda autoridad e irascible sobre toda ponderación. Ya veis, amables lectores, si será simpática la niña. Los padres la sufren, porque ya habréis advertido que es grande el sufrimiento de todos los padres, porque naturalmente la quieren sobre todas las cosas de este mundo, aunque tantas amarguras les proporciona. ¡Sublime abnegación de los padres!
¡Ay de los malos hijos que desconocen los sacrificios de sus padres, y pagan este infinito amor de que son objeto, con la más negra y pérfida ingratitud!
Pero voy a dejar a la madre de Mariquita hacer el retrato de su hija.
-«Amigo mío, me dijo días pasados, esta niña amarga todos los momentos de mi vida con ese carácter díscolo, y que empieza a parecerme incorregible. Es una gran pena la que me causa verla por la más nimia cosa, por el más leve motivo, llorar desesperada, arrancarse los cabellos, tirarse por el suelo, encolerizarse, en fin, de un modo que me espanta y me hace temer por ella.»
«Otras niñas tienen sus caprichos, sus extravagancias, sus impertinencias pasajeras, pero esta hija mía siempre está irritada, siempre halla en todo pretexto para esos raptos de cólera y desesperación tan impropios en su tierna edad: si una criada le hace un cariño; si el perro la festeja saltando y ladrando, manifestándole así su afecto; si se quema al tomar una cucharada de sopa; si se la despierta; si se le quiere tomar la lección; por todo, en fin, a cada momento, se irrita, se golpea, llora y alborota.»
«Vienen visitas a casa, y temo que me pregunten por ella y se empeñen en verla, porque la niña no quiere ver a nadie, y la llamo, no viene y me obliga a ir a buscarla, y viene con rostro airado, de mala gana, y hace comprender así a todos su odioso carácter.»
«Antes iba al colegio; pero todos los días venía rabiosa contra sus compañeras de quienes, en verdad, no tenía motivo alguno de queja; ellas sí, porque Mariquita las maltrataba, no les toleraba la más ligera broma, y daba a la maestra más que hacer ella sola que todas las demás juntas. Un día la encerró la digna profesora con el consentimiento mío en el cuarto oscuro, y Mariquita salió del encierro desgreñada, con el traje roto, con la cara arañada, en el más deplorable estado; por lo cual tuve que sacarla del colegio; donde no tenía ni una amiga, y todas las niñas huían de ella como se huye de quien tiene un carácter tan rebelde e intratable.»
«Esta niña no es sensible; al contrario, mis caricias las recibe hasta con enojo; nunca se acerca a dar un beso a su papá; mira con la mayor indiferencia a los pajarillos, maltrata al perro, que tanto la quiere, y nunca se le ve darle ni una miga de pan; es descuidada en el aseo de su persona, le mortifica vestirse con algún esmero... crea V. que paso muchas noches en vela pensando en esta hija mía, discurriendo de qué medios me valdré para modificar, reformar y corregir su carácter.»
-Y al juego, ¿tiene afición? pregunté a la afligidísima madre.
-No, señor; no quiere jugar con otras niñas y los juguetes que se le compran los destroza muy pronto.
-Pues, a mi juicio, señora, es preciso que en la educación de esa niña rebelde se empleen medios enérgicos, que V. no puede emplear, porque la natural bondad de V. y su amor de madre, se lo impiden. Esta indulgencia y este cariño son causa acaso de que ya no se haya modificado ese carácter. A niñas de esas condiciones, es preciso, por su bien, separarlas completamente del seno de la familia y llevarlas lejos, a una casa de educación, donde se las trate severamente, donde vean caracteres más firmes y más enérgicos que el suyo, donde no puedan contar con la impunidad para sus faltas, aun las más leves. Considere V. qué terribles proporciones puede tomar con el tiempo el carácter, que V. llama odioso, acertadamente, de esa niña; precisamente es el suyo el más impropio de su sexo: el principal encanto de la mujer consiste en la dulzura, la amabilidad, la modestia, la compasión para todos los infortunios, el sentimiento de la caridad, la resignación, la humildad y la abnegación. No se conciben otros sentimientos en la que está destinada a ser esposa; es decir, a hacer la felicidad de un hombre honrado, a ser la alegría y el bien del hogar, el consuelo de los padres ancianos, la administradora de la hacienda, y sobre todo la madre de tiernos hijos.
-Es verdad, dijo la pobre madre casi llorando.
Nuestra conversación ha tenido muy buen resultado, no porque la niña se haya corregido, sino porque sus padres han tomado las disposiciones necesarias para que se corrija, y al efecto, dentro de breves días la llevarán a cierto convento, lejos de Madrid, donde excelentes religiosas se encargarán de educarla como conviene y con todo el saludable rigor que necesita; y mucho me equivoco si a la vuelta de un par de años no abomina Mariquita la soberbia y la ira, feísimos vicios que, como todos, hay que cortarlos en su origen, para que no dañen en lo futuro a los que demuestran estar dominados por ellos.
Mariquita ha recibido la noticia con indignación, y dice que no quiere ir al convento; pero sus padres se encargarán de demostrarle que eso de «no quiero», no se puede decir en el mundo, y que la autoridad paterna no puede consentir de ninguna manera la rebeldía de niñas díscolas como ella. |