Venturita es un niño muy guapo; nadie le puede negar esta cualidad, que es muy buena cuando está acompañada de otras prendas morales dignas de estima.
No vayan Vds. a creer por esto que Venturita es lo que se llama un niño malo, no, señores; sería una odiosa calumnia decir de él tal cosa.
Venturita no es malo; es sensible, es amable, es bastante estudioso y quiere mucho a sus papás.
Pues, entonces, dirán Vds. ¿qué defecto puede tener Venturita?... Él no es huraño, no es holgazán, quiere a sus padres... Pues ¿qué más se le puede pedirá Venturita para considerarle un buen niño, un niño simpático y estimable?
Poco a poco, amigos lectores; Venturita es todo eso, indudablemente, pero pregunten Vds. a sus padres, y se persuadirán de que el chico, en medio de sus buenas cualidades, tiene algún defecto digno de notarse y corregirse.
El defecto de Venturita consiste en que es un niño importuno e inoportuno.
-¿Y qué defecto es ése? me preguntaréis acaso.
-Un defecto enfadoso, como todos, que merece disculpa tal vez por la corta edad de Venturita, pero que es preciso evitar que se arraigue en él, porque cuando sea hombre le hará cometer mil inconveniencias y ponerse en ridículo, por lo menos, a cada paso.
Venturita tiene la costumbre de hacer las cosas fuera de sazón, de estorbar muchas veces, de decir una agudeza cuando es inconveniente... ¿Os parece que no es este un defecto?
Le lleva su mamá a una visita de duelo, a una casa donde acaba de morir una persona querida, y donde todos, por consiguiente, están graves, tristes, preocupados; nadie pide en aquellos momentos al niño que diga una gracia, pero él la dice inoportunamente, causando un efecto poco lisonjero para él en la reunión y avergonzando a su madre.
Está la buena señora en su casa ocupada, por ejemplo, en dar lección a la hermana mayor de Venturita, y éste, con su acostumbrada oportunidad, viene a decir a su madre un secreto sin que lo oiga su hermanita; el secreto es una tontería; la hermanita, curiosa y recelosa, lo quiere saber, y ya con este motivo se distrae de la lección, y disgusta a su mamá, y ésta la reprende, y la niña se enoja; y todo porque al diablo del chico se le ocurrió intempestivamente venir a decir al oído a la tolerante madre una vaciedad.
Cuando su papá está más gravemente ocupado, conversando sobre asuntos de importancia con alguna persona en su despacho, y ha encargado que no le interrumpan, Venturita abre de pronto la puerta y se presenta sin que nadie le llame, y haciendo la misma falta que los perros en misa; y no contento con eso, a pesar de la terrible mirada que le dirige su padre, enseña a éste una trenza que trae en la mano, de las que usa su madre, diciendo:
-Papá, ¿es tuyo este pelo o de mamá?
Figúrense mis lectores el efecto.
Sus padres temen convidar a algún amigo a su mesa, porque saben las mañas del niño, y siempre esperan que a lo mejor diga una inconveniencia que les ponga en ridículo.
Un día estuve yo invitado a su mesa por los amables padres de Venturita, y el niño, contra su costumbre, estaba serio y silencioso; yo le interpelé acerca de tan extraña novedad, y después de muchas instancias mías, al fin abrió la boca la criatura, pero más valiera que hubiese callado, porque dijo:
-¡Toma! Como papá me ha dicho que no diga que ha reñido esta mañana con mamá...
Por fortuna, los padres de Venturita me dispensan gran confianza; semejante salida en presencia de personas con quienes no hubiera tan franca amistad, habría sido de un efecto deplorable.
Otro acaso se hubiera reído de la gracia del niño; yo no, porque comprendí cuánto sufrían sus padres viendo en su hijo tan enfadoso defecto.
Creo que lo dicho bastará para que comprendáis, apreciables niños, con cuánta razón llamo al bueno de Venturita un niño importuno o inoportuno.
El niño, lo mismo que el hombre, ha de procurar ante todo ser agradable y simpático a los ojos de su propia familia y a los de todo el mundo, y para conseguir este bien es preciso, de todo punto preciso, que no tenga el defecto que ligeramente acabo de apuntar.
Los chistes han de decirse con oportunidad, porque el mejor chiste, dicho fuera de tiempo y lugar, es una necedad, o una tontería, o una triste gracia. El don de la oportunidad es uno de los que más favorecen a los discretos, que nunca hacen o dicen nada fuera de sazón.
Creo que, conocido vuestro claro ingenio, no necesito insistir más en este punto; de fijo que, después de leídas estas líneas, ninguno de mis lectores hará de modo que merezca ser calificado como Venturita.
Y yo les doy la más cumplida enhorabuena, celebrando la suerte que tienen, si no se les conoce el defecto de que les acabo de hablar. |