Está visto, no se puede ir a casa de los señores de López: y no es por cierto porque los señores de López no sean personas apreciabilísimas, de ameno trato, exquisitamente amables y todo lo que se quiera, sino porque hay allí un diablillo de chica que le apura a uno la paciencia con sus diabluras.
¡Y qué bonita es! Eso sí, parece su rostro el de un ángel; pero es más mala... ¡Jesús! ¡Qué diablo de chica!...
Esta frase repiten todos los amigos de los señores de López, y no es lo malo que la repitan los amigos de la casa, sino que los señores de López, que son los padres de aquel diablejo, también tienen alguna ocasión de repetirla muchas veces al día, y valiera más, me parece a mí, que en lugar de hacer eso, hubiesen procurado y procuraran corregir a su hija, cosa que sería muy conveniente para ellos, pero sobre todo para ella, a quien tanto quieren, como es natural, los amantísimos padres.
Paz, se llama la niña, y en verdad que no merece ese nombre, porque de todo tiene la criatura menos de pacífica.
Siempre que voy a casa de mi amigo López, encuentro a los esposos disgustados, y preguntándoles la causa de su pesar, ya se sabe, me contestan invariablemente:
-Calle V.; nos acaba de dar la niña un disgusto...
Ambos se manifiestan irritados hasta cierto punto con ella, como se irritan los padres con una hija por la cual darían mil vidas que tuvieran; pero no pasa mucho tiempo sin que la mamá vaya a buscarla al último cuarto de la casa, adonde la chica ha huido, después de hecha y descubierta la travesura que ha dado pena a sus padres, y una y otro la miman y la halagan, y no falta mucho para que le pidan perdón, temerosos de que la severidad le impresione demasiado y se ponga mala.
Y yo, al ver este sistema, no me permito hacer observaciones a los señores de López, que acaso no fueran bien recibidas, pero me persuado de que no es esa la manera más propia de educar a una niña y prepararla un porvenir feliz y tranquilo.
Pero ¿qué travesuras hace esa señorita? me preguntarán mis infantiles lectores, dispuestos acaso a ponerse de parte de Paz, que les será probablemente más simpática que yo.
¿Qué hace, queridos niños?... Nada, diabluras; ya sabéis lo que es hacer diabluras.
Se pone a la ventana del patio, y por divertirse, sin calcular las consecuencias, tira un plato roto al patio para asustar a la portera, que está lavando muy distraída la ropa blanca de su marido, y en lugar de caer el plato a los pies de la portera, le cae en la frente y le hace una herida.
Ella no quería hacer daño a la pobre vieja, eso no, que no tiene Paz mal corazón; pero se lo hace sin querer, como ella dice, y no se lo podría haber hecho si no hubiese tirado por la ventana el plato.
Pues otra vez, se pone al balcón, y al pasar un hombre escupe, y con tal acierto, que mancha al hombre la camisa recién planchada. El hombre sube a la casa, arma un escándalo en la escalera, sale la mamá a darle mil excusas, pero el hombre es bastante mal educado, y se desata en improperios contra la amable señora; oye las voces López, y sale a defender de aquel grosero a su mujer... y si no sucede una tragedia es porque intervienen los vecinos, y porque el hombre grosero es un si es no es cobarde, y se retira ante la actitud enérgica de uno de los vecinos, que es un bizarro militar, muy razonable y todo lo que se quiera, pero que no tolera groserías en su presencia; mas el caso es que los señores de López tienen un grave disgusto que les impide salir aquella tarde a paseo, y que puede comprometer la salud de la señora, que es muy nerviosa y está criando al hermanito de Paz.
El señor de López es un hombre de negocios y tiene muchos papeles y muchas cartas; pero, sabiendo lo que es Paz, cuida de no dejar sobre su mesa ninguno importante. Un día, por excepción, mientras va a su cuarto a ponerse la levita y sacar un pañuelo limpio, ha dejado sobre la mesa del despacho una carta que acaba de recibir de la Habana con una letra; la ha dejado abierta con la letra entre las dos hojas del pliego; la niña la ve y la saca de la carta, y como es un papelito largo y de color de rosa, se entretiene en hacer tiritas para adornar un muñeco. Cuando el señor de López echa de menos la letra, Paz, en lugar de venir a confesar su falta y traer los pedazos de la letra, va y coge y los tira por el balcón, y el pobre padre tiene, que escribir a la Habana, y pedir una segunda letra y esperar, dos meses para cobrar una cantidad que necesitaba urgentemente.
¿Qué os parece de la travesura de la niña?...
Y ya que viene a pelo, os recomiendo que nunca os permitáis tocar, ni coger, ni leer ningún papel de los que vuestros padres tengan sobre la mesa o en otra parte. Ése es un vicio muy perjudicial, y que en algún caso puede ser de gran trascendencia.
Otro día la niña, a quien llama la mamá, no parece en toda la casa; busca por aquí, busca por allá, la niña no está en casa. Ya os podéis figurar el susto de la madre. -¿Si se habrá caído desde el balcón? ¿Si se habrá bajado al patio y caído en el pozo? ¿Si estaría en el portal y se la habrá llevado algún mal hombre? -La pobre madre piensa todo lo peor, y ya cree que se ha quedado sin hija. Pero al ir a entrar toda azorada en una habitación la buena señora con ánimo de coger la mantilla y salir a la calle a buscar a su hija, ésta sale de pronto de detrás de una cortina, riéndose como una loca y dando a su madre un susto que podría dejarla muerta.
Si alguno de mis lectores se encuentra parecido al diablillo que acabo de retratar, espero que se corrija y se domine, reconociendo que la cordura es una cualidad muy estimable, y el aturdimiento y la informalidad cansan y molestan a propios y extraños. |