Anatole France

ANATOLE FRANCE

"La misa de las sombras - La messe des ombres"

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LA MESSE DES OMBRES Livre en Français (Texte) 
   
LA MISA DE LAS SOMBRAS
LA MESSE DES OMBRES
He aquí lo que el sacristán de la iglesia de Santa Eulalia, en Neuville-d’Aumont, me contó bajo el emparrado del Cheval-Blanc, una hermosa velada veraniega, mientras nos bebíamos una botella de vino añejo a la salud de un muerto muy acomodado, que aquella misma mañana había llevado con honor al cementerio, bajo un paño sembrado de lágrimas de plata: Voici ce que le sacristain de l’église Sainte-Eulalie, à la Neuville-d’Aumont, m’a conté sous la treille du Cheval-Blanc, par une belle soirée d’été, en buvant une bouteille de vin vieux à la santé d’un mort très à son aise, qu’il avait le matin même porté en terre avec honneur, sous un drap semé de belles larmes d’argent.
«Mi difunto padre (es el sacristán el que narra) ejerció el oficio de sepulturero. Era de espíritu agradable, sin duda como consecuencia de su oficio, pues se ha demostrado que las personas que trabajan en los cementerios son de carácter jovial. Yo que le estoy hablando, señor, entro en un cementerio por la noche tan tranquilo como bajo el cenador del Cheval-Blanc. Y si, por casualidad, me encuentro por la noche con un aparecido, no me inquieto, pues pienso que debe ir a sus asuntos lo mismo que yo voy a los míos. Conozco las costumbres de los muertos y su carácter. Sé a ese respecto cosas que ni los mismos curas saben. Y si le contara todo lo que he visto, se quedaría bastante sorprendido. Pero todas las verdades no se deben contar y mi padre, al que sin embargo le gustaba contar historias, no reveló ni la vigésima parte de lo que sabía. En cambio, repetía con frecuencia los mismos relatos y, en mi opinión, narró lo menos cien veces la aventura de Catherine Fontaine.   — Feu mon pauvre père (c’est le sacristain qui parle) était de son vivant fossoyeur. Il avait l’esprit agréable, et c’était sans doute un effet de son état, car on a remarqué que les personnes qui travaillent dans les cimetières sont d’humeur joviale. La mort ne les effraie point : ils n’y pensent jamais. Moi qui vous parle, monsieur, j’entre dans un cimetière, la nuit, aussi tranquillement que sous la tonnelle du Cheval-Blanc. Et si, d’aventure, je rencontre un revenant, je ne m’en inquiète point, par cette considération qu’il peut bien aller à ses affaires comme je vais aux miennes. Je connais les habitudes des morts et leur caractère. Je sais à ce sujet des choses que les prêtres eux-mêmes ne savent pas. Et si je contais tout ce que j’ai vu, vous seriez étonné. Mais toutes les vérités ne sont pas bonnes à dire, et mon père, qui pourtant aimait à conter des histoires, n’a pas révélé la vingtième partie de ce qu’il savait. En revanche, il répétait souvent les mêmes récits, et il a bien narré cent fois, à ma connaissance, l’aventure de Catherine Fontaine
Catherine Fontaine era una vieja solterona que él recordaba haber visto cuando era niño. No me extrañaría que vivieran aún en la comarca unos cuantos ancianos que recuerden haber oído hablar de ella, pues era muy famosa y de buena reputación, aunque pobre. Vivía en la esquina de la calle de las Novicias, en la torrecilla que aún puede verse y que depende de un viejo hotel ya casi destruido que da al jardín de las Ursulinas. En esa torrecilla hay figuras e inscripciones medio borradas. El padre Levasseur, el difunto párroco de Santa Eulalia, aseguraba que en ellas se decía en latín que el amor es más fuerte que la muerte. Lo que, añadía, debía referirse al amor divino.   Catherine Fontaine était une vieille demoiselle qu’il lui souvenait d’avoir vue quand il était enfant. Je ne serais point étonné qu’il y eût encore dans le pays jusqu’à trois vieillards qui se rappellent avoir ouï parler d’elle, car elle était très connue et de bon renom, quoique pauvre. Elle habitait, au coin de la rue aux Nonnes, la tourelle que vous pouvez voir encore et qui dépend d’un vieil hôtel à demi détruit qui regarde sur le jardin des Ursulines. Il y a sur cette tourelle des figures et des inscriptions a demi effacées. Le défunt curé de Sainte-Eulalie, M. Levasseur, assurait qu’il y est dit en latin que l’amour est plus fort que la mort. Ce qui s’entend, ajoutait-il, de l’amour divin.
Catherine Fontaine vivía sola en esa pequeña vivienda. Era encajera. Usted sabe que los encajes de nuestra región eran en otros tiempos muy famosos. No se le conocían ni parientes ni amigos. Se decía que a los dieciocho años había amado al joven caballero d’Aumont-Cléry, con el que había estado secretamente comprometida. Pero las gentes de bien no querían creer nada de esto y afirmaban que se trataba de un cuento que alguien había inventado porque Catherine Fontaine tenía más aspecto de señora que de obrera, conservaba bajo sus cabellos blancos los restos de una gran belleza, tenía expresión de tristeza y porque llevaba en el dedo una de esas sortijas en las que el orfebre coloca dos pequeñas manos enlazadas que, antiguamente, se acostumbraba a intercambiar cuando dos jóvenes se comprometían. Usted sabrá dentro de nada de qué se trataba.   Catherine Fontaine vivait seule dans ce petit logis. Elle était dentellière. Vous savez que les dentelles de nos pays étaient autrefois très renommées. On ne lui connaissait ni parents ni amis. On disait qu’à dix-huit ans elle avait aimé le jeune chevalier d’Aumont-Cléry, à qui elle avait été secrètement fiancée. Mais les gens de bien n’en voulaient rien croire et ils disaient que c’était un conte qui avait été imaginé parce que Catherine Fontaine avait plutôt l’air d’une dame que d’une ouvrière, qu’elle gardait sous ses cheveux blancs les restes d’une grande beauté, qu’elle avait l’air triste et qu’on lui voyait au doigt une de ces bagues sur lesquelles l’orfèvre a mis deux petites mains unies, et qu’on avait coutume, dans l’ancien temps, d’échanger pour les fiançailles. Vous saurez tout à l’heure ce qu’il en était.
Catherine Fontaine vivía santamente. Frecuentaba las iglesias y, cada mañana, hiciera el tiempo que hiciera, asistía a la misa de las seis en Santa Eulalia.   Catherine Fontaine vivait saintement. Elle fréquentait les églises, et chaque matin, quelque temps qu’il fît, elle allait entendre la messe de six heures à Sainte-Eulalie.
Y sucedió que, una noche de diciembre, mientras dormía en su pequeño cuarto, se despertó al oír las campanas; sin dudar de que sonaran para la misa primera, la piadosa mujer se vistió, y bajó a la calle, donde la oscuridad era tan intensa que no se veían las casas ni brillaba el menor resplandor en el cielo negro. Y era tal el silencio de aquellas tinieblas, que no se escuchaba ni a un perro ladrar en la lejanía, y que uno se sentía separado de cualquier criatura viviente. Pero Catherine Fontaine, que conocía cada una de las losas en las que posaba el pie y que habría podido ir a la iglesia con los ojos cerrados, llegó sin problemas a la esquina de la calle de las Novicias con la calle de la Parroquia, allí donde se levanta una casa de madera que tiene un árbol de Jesé esculpido en una viga. Una vez llegada a este punto, vio que las puertas de la iglesia estaban abiertas y que salía de ella una gran claridad de cirios. Siguió andando y tras cruzar el porche, se encontró con que una asamblea numerosa llenaba la iglesia. Pero no reconocía a ninguno de los asistentes, y estaba sorprendida de ver a todas aquellas personas vestidas de terciopelo y brocado, con plumas en el sombrero y llevando la espada al estilo de tiempos antiguos. Había señores que tenían altos bastones con pomos dorados y damas con cofia de encaje sujeta por una peineta en forma de diadema. Caballeros de la orden de San Luis le daban la mano a damas que ocultaban tras el abanico un rostro maquillado, del que no se veía sino la sien empolvada y una mosca en el rabillo del ojo. Y todos iban a colocarse en su sitio sin ruido, y mientras andaban no se oía ni el ruido de sus pasos sobre el pavimento, ni el roce de los tejidos. Las naves laterales estaban repletas de jóvenes artesanos, de chaqueta parda, pantalón de bombasí y medias azules, que sostenían por la cintura a jóvenes muy bonitas y sonrosadas, con los ojos bajos. Y cerca de las pilas del agua bendita, las campesinas de falda roja y corpiño encordonado, se sentaban en el suelo con la tranquilidad de los animales domésticos, mientras que los jóvenes zagales, de pie tras ellas, abrían grandes ojos dándole vueltas entre los dedos a su sombrero. Y todos aquellos rostros silenciosos parecían eternizados en el mismo pensamiento, dulce y triste.
Arrodillada en su lugar habitual, Catherine Fontaine vio al sacerdote avanzar hacia el altar, precedido de dos ayudantes. No reconoció ni al sacerdote ni a los clérigos. La misa comenzó. Era una misa silenciosa en la que no se oían ni el sonido de los labios que se movían, ni el tañido de la campanilla inútilmente tocada. Catherine Fontaine se sentía bajo la mirada y la influencia de su misterioso vecino al que miró casi sin girar la cabeza y en el que reconoció al joven caballero d’Aumont-Cléry, que la había amado y que estaba muerto desde hacía cuarenta y cinco años. Lo reconoció por una pequeña señal que tenía por debajo de la oreja izquierda y sobre todo por la sombra que sus largas pestañas negras formaban en sus mejillas. Estaba vestido con el traje de caza, rojo con galones dorados, que llevaba el día que la había encontrado en el bosque de Saint-Léonard, le había pedido que le diera de beber y le había robado un beso. Había conservado su juventud y su buen aspecto. Su sonrisa mostraba aún sus dientes de joven lobo. Catherine le dijo en voz baja:
  Or, une nuit de décembre, tandis qu’elle était couchée dans sa chambrette, elle fut réveillée par le son des cloches ; ne doutant point qu’elles sonnassent la messe première, la pieuse fille s’habilla et descendit dans la rue, où la nuit était si sombre qu’on ne voyait point les maisons et que pas une lueur ne se montrait dans le ciel noir. Et il y avait un tel silence dans ces ténèbres que pas seulement un chien n’aboyait au loin et qu’on s’y sentait séparé de toute créature vivante. Mais Catherine Fontaine, qui connaissait chaque pierre où elle posait le pied et qui aurait pu aller à l’église les yeux fermés, atteignit sans peine l’angle de la rue des Nonnes et de la rue de la Paroisse, là où s’élève la maison de bois qui porte un arbre de Jessé, sculpté sur une poutre. Arrivée à cet endroit, elle vit que les portes de l’église étaient ouvertes et qu’il en sortait une grande clarté de cierges. Elle continua de marcher et, ayant franchi le porche, elle se trouva dans une assemblée nombreuse qui emplissait l’église. Mais elle ne reconnaissait aucun des assistants, et elle était surprise de voir tous ces gens vêtus de velours et de brocart, avec des plumes au chapeau et portant l’épée à la mode des anciens temps. Il y avait là des seigneurs qui tenaient de hautes cannes à pommes d’or et des dames avec une coiffe de dentelle attachée par un peigne en diadème. Des chevaliers de Saint-Louis donnaient la main à ces dames qui cachaient sous l’éventail un visage peint, dont on ne voyait que la tempe poudrée et une mouche au coin de l’œil ! Et tous, ils allaient se ranger à leur place sans aucun bruit, et l’on n’entendait, tandis qu’ils marchaient, ni le son des pas sur les dalles ni le frôlement des étoffes. Les bas-côtés s’emplissaient d’une foule de jeunes artisans, en veste brune, culotte de basin et bas bleus, qui tenaient par la taille des jeunes filles très jolies, roses, les yeux baissés. Et, près des bénitiers, des paysannes en jupe rouge, le corsage lacé, s’asseyaient par terre avec la tranquillité des animaux domestiques, tandis que des jeunes gars, debout derrière elles, ouvraient de gros yeux en tournant entre leurs doigts leur chapeau. Et tous ces visages silencieux semblaient éternisés dans la même pensée, douce et triste.
Agenouillée à sa place coutumière, Catherine Fontaine vit le prêtre s’avancer vers l’autel, précédé de deux desservants. Elle ne reconnut ni le prêtre, ni les clercs. La messe commença. C’était une messe silencieuse, où l’on n’entendait point le son des lèvres qui remuaient, ni le tintement de la sonnette vainement agitée. Catherine Fontaine se sentait sous la vue et sous l’influence de son voisin mystérieux, et, l’ayant regardé sans presque tourner la tête, elle reconnut le jeune chevalier d’Aumont-Cléry, qui l’avait aimée et qui était mort depuis quarante-cinq ans. Elle le reconnut à un petit signe qu’il avait sous l’oreille gauche et surtout à l’ombre que ses longs cils noirs faisaient sur ses joues. Il était vêtu de l’habit de chasse, rouge, à galons d’or, qu’il portait le jour où, l’ayant rencontrée dans le bois de Saint-Léonard, il lui avait demandé à boire et pris un baiser. Il avait gardé sa jeunesse et sa bonne mine. Son sourire montrait encore des dents de jeune loup. Catherine lui dit tout bas :
-Señor, que fuisteis mi amigo y a quien antaño le entregué lo más valioso que tiene una joven. ¡Que Dios os tenga en su gloria! Que Él pueda por fin inspirarme pesar por el pecado que con vos cometí; pues es cierto que, canosa y cerca de la muerte, no me arrepiento aún de haberos amado. Pero, amigo difunto, mi bello señor, decidme quiénes son las personas vestidas a la antigua usanza que asisten a esta silenciosa misa.   — Monseigneur, qui fûtes mon ami et à qui je donnai jadis ce qu’une fille a de plus cher, Dieu vous ait en sa grâce ! Puisse-t-il m’inspirer enfin le regret du péché que j’ai commis avec vous ; car il est vrai qu’en cheveux blancs et près de mourir, je ne me repens pas encore de vous avoir aimé. Mais, ami défunt, mon beau seigneur, dites-moi qui sont ces gens à la mode du vieux temps qui entendent ici cette messe silencieuse.
El caballero d’Aumont-Cléry respondió con una voz más débil que un soplo y sin embargo más clara que el cristal:   Le chevalier d’Aumont-Cléry répondit d’une voix plus faible qu’un souffle et pourtant plus claire que le cristal :
-Catherine, estos hombres y mujeres son almas del purgatorio que ofendieron a Dios pecando como nosotros por amor, pero que no por ello quedaron definitivamente separadas de Dios, porque su pecado, como el nuestro, fue sin maldad. Mientras que, separados de todos los que amaron sobre la tierra, se purifican en el fuego lustral del purgatorio, sufren los males de la ausencia, y éste es para ellos el más cruel sufrimiento. Son tan desgraciados que un ángel del cielo se apiada de su pena de amor. Con el permiso de Dios, reúne cada año durante una hora por la noche, al amigo y la amiga, en su iglesia parroquial, donde se les permite que oigan la misa de las sombras tomados de la mano. Ésta es la verdad. Si se me permite verte aquí antes de tu muerte, Catherine, es algo que no se realiza sin el permiso de Dios.   — Catherine, ces hommes et ces femmes sont des âmes du purgatoire qui ont offensé Dieu en péchant comme nous par l’amour des créatures, mais qui ne sont point pour cela retranchées de Dieu, parce que leur péché fut, comme le nôtre, sans malice. "Tandis que, séparés de ce qu’ils aimaient sur la terre, ils se purifient dans le feu lustral du purgatoire, ils souffrent les maux de l’absence, et cette souffrance est pour eux la plus cruelle. Ils sont si malheureux qu’un ange du ciel prend pitié de leur peine d’amour. Avec la permission de Dieu, il réunit chaque année, pendant une heure de nuit, l’ami à l’amie dans leur église paroissiale, où il leur est permis d’entendre la messe des ombres en se tenant par la main. Telle est la vérité. S’il m’est donné de te voir ici avant ta mort, Catherine, c’est une chose qui ne s’est pas accomplie sans la permission de Dieu.
Y Catherine Fontaine le contestó:   Et Catherine Fontaine lui répondit :
-Me gustaría morir para volver a ser bella como en los días en los que te daba de beber en el bosque, mi difunto señor.   — Je voudrais bien mourir pour redevenir belle comme aux jours, mon défunt seigneur, où je te donnais à boire dans la forêt.
Mientras ellos hablaban en voz baja, un canónigo muy viejo hacía la colecta y presentaba una gran bandeja de cobre a los asistentes que dejaban caer en ella antiguas monedas que no están en curso hace ya mucho tiempo: escudos de seis libras, florines, ducados de oro y ducados de plata, jacobus ingleses, nobles à la rose, y las monedas caían en silencio. Cuando la bandeja le fue presentada, el caballero depositó un luis que no sonó más que las demás monedas de oro o de plata.   Pendant qu’ils parlaient ainsi tout bas, un chanoine très vieux faisait la quête et présentait un grand plat de cuivre aux assistants qui y laissaient tomber tour à tour d’anciennes monnaies qui n’ont plus cours depuis longtemps : écus de six livres, florins, ducats et ducatons, jacobus, nobles à la rose, et les pièces tombaient en silence. Quand le plat de cuivre lui fut présenté, le chevalier mit un louis qui ne sonna pas plus que les autres pièces d’or ou d’argent.
Luego el canónigo se detuvo delante de Catherine Fontaine, que buscó en su bolsillo sin encontrar en él ni un ochavo. Entonces, no queriendo negar su ofrenda, se quitó del dedo el anillo que el caballero le había regalado la víspera de su muerte, y lo depositó en la bandeja de cobre. Al caer, el anillo de oro sonó como un pesado badajo de campana, y tras el ruido retumbante que produjo, el caballero, el canónigo, el celebrante, los clérigos, las damas, los caballeros, la asamblea entera se desvaneció; los cirios se apagaron y Catherine Fontaine permaneció sola en la oscuridad.»   Puis le vieux chanoine s’arrêta devant Catherine Fontaine, qui fouilla dans sa poche sans y trouver un liard. Alors, ne voulant refuser son offrande, elle détacha de son doigt l’anneau que le chevalier lui avait donné la veille de sa mort, et le jeta dans le bassin de cuivre. L’anneau d’or, en tombant, sonna comme un lourd battant de cloche et, au bruit retentissant qu’il fit, le chevalier, le chanoine, le célébrant, les clercs, les dames, les cavaliers, l’assistance entière s’évanouit ; les cierges s’éteignirent et Catherine Fontaine demeura seule dans les ténèbres.
Al concluir su relato, el sacristán bebió un gran trago de vino, permaneció por un instante pensativo y luego prosiguió en estos términos:   Ayant achevé de la sorte son récit, le sacristain but un grand coup de vin, resta un moment songeur et puis reprit en ces termes :
-Le he contado esta historia como mi padre me la contó en reiteradas ocasiones, y creo que es verdadera porque coincide con todo lo que yo he observado de los usos y costumbres concernientes a los difuntos. He frecuentado mucho a los muertos desde mi infancia y sé que acostumbran a volver a sus amores.   — Je vous ai conté cette histoire telle que mon père me l’a contée maintes fois, et je crois qu’elle est véritable parce qu’elle est conforme à tout ce que j’ai observé des mœurs et des coutumes particulières aux trépassés. J’ai beaucoup pratiqué les morts depuis mon enfance et je sais que leur usage est de revenir à leurs amours.
Así, los muertos avariciosos vagabundean de noche junto a los tesoros que ocultaron en vida. Montan guardia en torno a su oro, pero los esfuerzos que realizan, lejos de servirles para algo, actúan en su contra y no es raro encontrar dinero enterrado cavando en el lugar frecuentado por un fantasma. De igual modo, los maridos difuntos vienen de noche a atormentar a sus mujeres casadas en segundas nupcias, y podría mencionar a muchos que, después de muertos, han guardado mejor a sus esposas de lo que habían hecho en vida.   C’est ainsi que les morts avaricieux errent, la nuit, près des trésors qu’ils ont cachés de leur vivant. Ils font bonne garde autour de leur or ; mais les soins qu’ils se donnent, loin de leur servir, tournent à leur dommage, et il n’est pas rare de découvrir de l’argent enfoui dans la terre en fouillant la place hantée par un fantôme. De même les maris défunts viennent tourmenter, la nuit, leurs femmes mariées en secondes noces, et j’en pourrais nommer plusieurs qui, morts, ont mieux gardé leurs épouses qu’ils n’avaient fait vivants.
Éstos son criticables pues, en buena justicia, los difuntos no deberían sentirse celosos. Pero le cuento lo que he observado. Por lo que considero que hay que tener cuidado cuando uno se casa con una viuda. Además, la historia que he contado quedó probada como sigue:   Ceux-là sont blâmables, car, en bonne justice, les défunts ne devraient point faire les jaloux. Mais je vous rapporte ce que j’ai observé. C’est à quoi il faut prendre garde quand on épouse une veuve. D’ailleurs, l’histoire que je vous ai contée est prouvée dans la manière que voici :
Por la mañana, después de esta noche extraordinaria, Catherine Fontaine fue encontrada muerta en su habitación. Y el pertiguero de Santa Eulalia encontró en la bandeja de cobre que servía para la colecta una sortija de oro con dos manos unidas. Aparte de eso, yo no soy aficionado a contar cuentos de risa. ¿Y si pidiéramos otra botella de vino…   Le matin, après cette nuit extraordinaire, Catherine Fontaine fut trouvée morte dans sa chambre. Et le suisse de Sainte-Eulalie trouva dans le plat de cuivre qui servait aux quêtes une bague d’or avec deux mains unies. D’ailleurs, je ne suis pas homme à faire des contes pour rire. Si nous demandions une autre bouteille de vin !
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