Con ruegos muy prolijos,
a don Pascual pedían sus dos hijos
que unos naipes les diera
para hacer una casa. De manera,
tan eficaz sus ruegos esforzaron,
que los ansiados naipes alcanzaron.
Luego que los tuvieron,
un gran palacio hicieron
con inmenso trabajo;
pero a pocos instantes vino abajo,
porque un ligero viento
lo derribó por tierra en un momento.
Los niños maldecían
al viento, pues veían
rodando por el suelo
el fruto de su afán y su desvelo.
El disgusto infantil Pascual comprende,
y así a sus hijos con amor reprende:
Hijos, lo que ha pasado nos enseña
que todo el que se empeña
en laborar una obra sin sustancia,
se expone, inadvertido,
a llorar su trabajo por perdido.
¿Qué importa que una obra esté ya hecha
si, lánguida y estéril, no aprovecha?
Cuando leo mis fábulas despacio,
les predigo la suerte del palacio. |