Con el rabo entre las piernas
caminaba un pobre Perro,
por el temor que sentía
de andar en un barrio ajeno.
Su recelar no fué en vano:
pues lo vió un cán, y al momento
ladróle insolente, y otros,
furiosos, lo acometieron
con tal coraje y tal ira,
y con tan feroz empeño,
como si el Perrillo a todos
mil agravios hubiera hecho.
A un mismo tiempo, cobardes,
le desgarran el pellejo,
y lo muerden a porfía
y lo arrastran por el suelo.
Él trata de apaciguarlos
exclamando: ¿En qué os ofendo?
¿Qué delito he cometido
ni qué daño 'puedo haceros?
-Ninguno, bribón, nos haces;
ninguno, responden ellos;
pero tu crimen consiste
en ser aquí forastero.
Así dicen, y en seguida
lo atacan todos de nuevo.
En semejante refriega
hubiera quedado muerto.
si a la sazón no pasara
un valiente Perro viejo,
cuyo diente acicalado
impone a todos respeto.
Así es que pronto abandonan
sus sanguinarios intentos,
ya nuestro Can maltratado
dan libertad desde luego.
Libre ya, sin despedirse,
huyó, cual gamo, ligero;
y entonces el Perro anciano
dijo a los otros: iPor cierto
que con tales villariías
ganáis deshonra y desprecio!
De hospitalidad, vosotros
nada sabéis, bien lo veo;
pero tened entendido,
pues viene la cosa a cuento,
que debemos tener siempre
bondad para el extranjero,
y tratarlo con finura,
comedimiento y respeto;
pues no es crimen para un hombre
nacer en distinto suelo. |