Cuando esta frágil copa de mi vida,
que de hermosuras rebosó el destino,
en la revuelta bacanal del mundo
ruede en pedazos, no lloréis, amigos.
Haced de un rincón del Cementerio,
sin cruz ni mármol, mi postrer asilo,
después, ¡oh! mis alegres camaradas,
seguid vuestro camino.
Allí, solo, mi amada misteriosa,
bajo el sudario inmenso del olvido,
¡cuán corta encontraré la noche eterna
para soñar contigo!
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