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Isidoro Fernández Flórez

"El sueño"

Biografía de Isidoro Fernández Flórez en Wikipedia

 
 
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Música: Lecuona - Tres Miniaturas - 1: Bell Flower
 

El sueño

 

Antonia está recostada en la mecedora y dormita.

Dentro de un ratito vendrá Julián Medrano por ella para llevarla a la verbena.

¿Quién es Julián? La portera de la casa suele decirlo:

—Un joven muy guapo, muy rico; un señorito a lo chulo, de mucho gancho y muy poca vergüenza.

¿Que si es generoso? ¡Ya lo creo! Allá por Enero envió a su dama dos solitarios para las orejas como dos soles, y ahora ha enviado para ella una caja plana, cuadrada, de proporciones, que debe de ser un señor regalo.

Pero Antonia dormita...

Calle abajo se ha desvanecido el pasacalle de una banda de guitarras que va ya camino de San Antonio de la Florida.

¡Los primeros sones del pasacalle sacudieron el corazón de Antonia con violencia; los últimos llegan hasta ella impregnados de tristeza adormecedora!

Así es que cierra los hermosos ojos, entreabre los frescos y rojos labios, y...

¡Pero no se va en sueños a donde se quiere!

Y ella se encuentra, de pronto, en un pais raro, rarísimo, inverosímil, fantástico; que no le es, sin embargo, desconocido.

Sí; ella cree haber estado allí alguna vez.

Ni puede decir de qué color es el suelo, ni el cielo, ni el agua, ni el aire. Porque todo tiene de todos los colores.

Lo que si ve es que tiene delante muchas isletas, y que estas isletas están unidas por puentes de arcos ligeros y estrechos, sobre los cuales caminan figuras estrambóticamente vestidas.

Ni son hombres ni mujeres. O, por mejor decir, no se sabe lo que son, porque todas visten el mismo traje. ¡Pero vaya si se distingue, fijándose! ¡Como que alguno de los que pasan lleva bigotes caídos, muy largos, y una trenza de pelo terminada por otra de seda, que le cae en la espalda!

En los lagos, sobre los cuales se arquean estos puentes, hay grupos de plantas acuáticas que tienen flores como rosas; y corren y brincan pescados que brillan como el oro y la plata. ¡Y sobre estas aguas revuelan con zumbido susurrante cientos de moscas, escarabajos y mariposas de colores!

¡Cascadas de cristal bullente se precipitan en estos lagos para acrecerlos; y barquichuelos infinitos van y vienen llevando parejas de enamorados muy divertidos y muy felices!

En las orillas se alzan rocas pendientes, que no parece sino que van a caer sobre los paseantes; y yacen troncos muertos del color del coral cubiertos por enredaderas de hojas esmaltadas con infinitos matices de verde; montículos cuyos guijarros parecen piedras preciosas; cabañas hechas sin duda para filósofos y no para pastores; bosquetes, kioskos, pajareras, templetes y palacios de uno y dos y más tejados, llenos de adornos muy decorativos; columnas, capiteles, dragones, quimeras; ¡todo pintado, con mucha alegría, de azul, rojo, amarillo!...

Pero con arte, con exquisitismo; blanco sobre blanco, verde sobre verde, oro sobre oro, pasando dentro de un color por cien escalones; todo graduado, como una sinfonía, como una aurora.

Y por los aires faisanes cobrizos, plateados y otros pájaros de una maravillosidad inaudita; y entre las higueras y las palmeras y los bambúes, la flor del loto, las camelias, las hortensias, las magnolias y otras flores magnas; pero no así como las europeas, sino más encendidas y vistosas, como si estuviesen cultivadas por jardineros que fuesen pintores y poetas.

Y ardillas por los árboles, saltando de uno en otro como diminutos gimnastas; y ciervos cuya esbeltez parece dibujada por el viento.

Y chinos y chinas. ¡Muchos chinos! Con trajes de colores, los que tienen en buena salud a sus parientes; vestidos de blanco, tristísimamente los que lloran a un pariente muerto.

Y Antonia ve todo esto con sorpresa, pero sin grande emoción.

La emoción vendrá pronto. De un kiosko muy chiquitín sale un chino colosal; hermoso chino; su túnica es azul; lleva en el pecho un escudo con un dragón bordado, y en su gorro, en el centro, sobre la frente, una enorme cornelina roja: es un mandarín de primera clase.

Esto no lo sabe Antonia. Pero sí sabe que el chino es un real mozo y que se viene a ella con el propósito de requebrarla.

Antonia, en sueños, es políglota y se dispone a escuchar y aun a responder...; pero el mandarín, de súbito, hace un gesto de espanto. Antonia vuelve la cabeza y ve detrás de sí a Julián Medrano con su enorme pavero blanco y su temo dé cuadritos, que desenrosca una enorme navaja de Albacete, cuyo escalonado crujir de muelles pone los pelos de punta.

Y ella, entonces, se arroja en los brazos de Julián y le grita:

—¡No mates al chino!

***

—¡Señorita!—le dice su doncella despertándola. —Abajo está el milord. ¡El señorito aguarda!

Antonia despierta y ve, no muy lejos, entre dos sillas, extendido, el regalo de sus días, el prodigio de los prodigios, la espléndida fineza de su amante.

Coge el pañuelo, lo arregla, extiende los brazos con una gracia torera; recógelos luego con donosura; se lo ciñe al cuerpo en un par de golpes, y sale por la puerta del gabinete con unas coletadas de enaguas bordadas y un volar de flecos multicolores, que no parece sino una catarata por un pasillo.

Y la doncella, guapa, lista, bien arreglada en su percal y con aspiraciones, dice viendo desde el balcón entrar en el milord aquellas flores, ramajes, aves, templetes y chinos:

—Ha soñado, dormida, con el pañuelo; no es extraño. ¡Llevaba ya tanto tiempo de soñar con él despierta!...

Cuentos. 1904 Madrid: R. Romero, Imp.

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Misterio y terror