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Tulio Febres Cordero

"Por no quebrar el tubo"

Biografía de Tulio Febres Cordero en Wikipedia

 
 
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Música: Jose Luis Tubert - Clásicos - Track 15. Musette
 
Por no quebrar el tubo
 

El caso es rigurosamente histórico.

Tomás vivía en el campo con su familia, entregado a las faenas agrícolas, pero como se había criado y educado en la ciudad, la soledad y sencillez de la vida rural no se avenían por completo con su carácter, y por ello le gustaba correr de cuando en cuando alguna aventura en el poblado, tanto más cuanto era por naturaleza de agudo ingenio y temperamento un tanto parrandero.

Todos en este pícaro mundo cojeamos por alguna manía, cual más cual menos. Unos se preocupan demasiado por el vestido, otros por la cama, que debe ser así y asao, no pocos lo pasan bien con todo, menos con la falta de determinadas comidas; en fin, de idiosincrasias y manías por el estilo está el mundo repleto.

Tomás, nuestro querido protagonista, no estaba libre de estas manías, y la principal de ellas, como jefe de familia, era el alumbrado de la casa, que debía ser lo más claro y profuso que se pudiese. Otro detalle de la vida de Tomás, que importa conocer antes de pasar adelante en el relato de esta historia jamás vista en los anales de la caballería andante: Tomás tenía la costumbre de accionar con el sombrero en la mano cuando se entusiasmaba en la conservación, que la tenía por cierto muy chistosa y amena; y por sabido se calla, que, iluminado por algunos tragos, las acciones pasaban a mayores, de suerte que el pobre sombrero iba y venía por el aire como soplador de leña en manos de una cocinera nerviosa.

Un día le anunció la esposa la rotura del tubo de una de las lámparas de la casa, fracaso que contrarió mucho a Tomás, no por lo que el tubo valiese, sino por la inevitable falta de luz clara y brillante durante algunas noches. Hizo, pues, el propósito de traerlo del pueblo vecino en la primera salida, o solicitarlo como hubiese lugar, porque a fuer de hacendado muy puntual en sus negocios, salía todas las semanas a hacer el mercado.

En estas salidas al pueblo, el roce expansivo con los amigos y compadres era un justo motivo para apurar más de una copa, lo que daba por resultado que Tomás tornase demasiado alegre a su casa de campo y, en ocasiones, a deshoras de la noche.

Llegado el día del mercado, Tomás enjaezó la mula, como de costumbre, y partió para el pueblo. Despachó todas las diligencias y reservó para lo último la del tubo, pues una cosa tan frágil no podía encomendarla a los peones ni llevarse en carga ni maleta ordinaria. Conseguido el tubo, se vio en calzas prietas para trasportarlo con seguridad. En el anca de la mula, era muy expuesto, lo mismo que en las cañoneras de la silla de montar, y en los bolsillos de la ropa no cabía cómodamente. Entonces resolvió porque no había otro recurso, llevarlo sobre el ala del sombrero, sujeto a la copa con una cuerdecita, como llevan nuestros sencillos labriegos algún rollo de papel sellado o la escritura del conuco.

Con tan delicadísima carga en la cabeza, regresó a la hacienda muy juicioso y a la hora conveniente, pues refieren las crónicas que el pobre Tomás no sólo le sacó el cuerpo al roce con los amigos, sino que ya de camino, se llevaba la mano a la cabeza para asegurar el tubo, picaba la mula y pasaba de carrera con la cabeza inclinada por delante de las ventas y tiendecitas provocadoras, para huir de toda tentación. La esposa se alegró en extremo de verlo llegar con tanto fundamento, y comprendió al instante que Tomás se había moderado aquel día en los tragos por no quebrar el tubo.

A la siguiente semana, la buena esposa le informó antes de partir que se había roto otro tubo, nada menos que el de la lámpara del corredor principal, y que allí el viento no permitía encender bujía.

Tomás, todo amostazado, ofreció traer el tubo, y lo trajo efectivamente de la misma manera y con las mismas precauciones que el primero, regresando como la otra vez muy temprano, y en perfecto buen estado, por no quebrar el tubo.

Pasó otra semana, y ¡zas! otro tubo roto.

—Malo, dijo Tomás, es mucha casualidad que todas las semanas se rompa un tubo. Una de dos, o los tubos son de mala clase o no los tratan con cuidado; pero sepan que yo también voy a reventar si sigue la reventazón.

A pesar de esto, Tomás trajo otro tubo del pueblo con el mismo cuidado que los anteriores, porque no le gustaba por ningún respecto ver la casa a media luz.

Pasó otra semana y ¡zas! la misma cosa: otro tubo roto. Tomás, al saberlo, estuvo a punto de reventar también.

—¿Pero a qué horas se rompen esos malditos tubos? Eso de caminar uno a caballo dos o tres leguas como la vela en el candelero es un suplicio atroz. Prefiero más bien traer a las costillas un tubo de chimenea, pero no un tubo de lámpara en el ala del sombrero.

La verdad era que en su presencia no había reventado ninguno, pero los fracasos eran evidentes, porque la víspera de los días de mercado, en vez de la brillantez de la lámpara, aparecía en la sala o en el corredor la escasa luz de alguna bujía, lo que ponía muy nervioso a Tomás.

Al partir ya para el pueblo, con toda la pereza y mal guiso del caso, uno de sus pequeñuelos que le había oído bravear por la quiebra de los tubos, se le acercó en secreto y le dijo con mucha naturalidad:

—Papá no traigas más tubos.

—¿Por qué, hijo?

—Porque mi mamá tiene escondidos todos los que usted ha traído y yo los vi ahora dentro de una caja, pero ella me dijo que cuidado le iba a decir nada.

Tomás abrió los ojos lleno de asombro y se quedó pensativo largo rato. Dándose, al fin, una palmada en la frente, cayó en la cuenta del enigma, y se fue para el pueblo como hombre a quien alivian del peso de un enorme fardo.

Aquel día Tomás llegó tarde y tan alegre, que en la hacienda oyeron sus voces mucho antes de que llegase al patio de la casa, y salieron a ver qué novedad política habría, porque venía dando vivas y mueras con gran exaltación.

La esposa, que ignoraba la revelación del chico, le salió al encuentro:

—¿Qué es eso Tomás?... ¿Y el tubo?...

—Qué va a ser, querida mía, sino que hoy no traigo tubo —y arrojando a lo alto el sombrero en señal de triunfo exclamó —¡Viva la libertad! ¡Muera el tirano!...

La cándida esposa comprendió con tristeza que Tomás había descubierto el secreto y que el tirano era el tubo!

Ahora, carísimo lector, admirémonos siempre de la virtud de Tomás, porque hay muchos en la viña del Señor que no harían el sacrificio de los tragos ni aunque llevaran sobre el ala del sombrero una docena de tubos de cristal!

1903

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