Un turpial travieso, escapado de la jaula, se subió al tocador de la hermosa niña a quien pertenecía, y saltando aquí y allá por encima de los preciosos objetos de adornos que allí había, acabó por voltear un frasco de finísimo perfume, que se derramó íntegramente sobre el mármol de la mesa.
El día era caluroso, y a la vista del agua vertida, el turpial resolvió bañar en ella su vistoso plumaje y salir volando para el jardín a recibir las caricias del sol.
—¡Qué oloroso vas! —le dijo una golondrina que estaba en el alero de la casa.
—Gracias, golondrinita. ¿Quieres tú perfumarte también? Mira, entra por esta ventana y allí mismo ¿lo ves? está derramada una agua fragantísima. Vuela pronto, golondrinita, báñate en ella y quedarás tan perfumado como yo.
La propuesta era seductora, y por más que a la tímida golondrina no le pareciese aquello propio de sus costumbres, pues jamás había penetrado en aquel aposento, era tal la fragancia que despedía su peligroso amigo, que cayó en la tentación de perfumarse también, y voló al sitio indicado.
Pero tuvo muy mala suerte la inocente avecilla, pues fue a estrellarse contra el espejo del tocador, que la engañó con su luz refleja; y a tiempo que caía aturdida sobre el mármol con las alas lastimadas, entró en la pieza la hermosa niña, que le dijo con dulzura al verla aletear contra la dura piedra:
—¡Pobre golondrinita! ¿Qué ha sido eso?...
Pero advirtiendo allí mismo el fracaso del perfume, cambió de tono y la amenazó con crueldad.
—¡Ah, traviesa, si me has derramado mi mejor perfume! Pues ahora te castigaré como lo mereces.
Y la pobre avecilla fue aprisionada en la vacía jaula del turpial.
Retiróse la niña, satisfecha de su justicia, y a poco llegó el turpial a la jaula.
—¿Qué es eso golondrinita?... ¿Qué haces dentro de mi jaula, cuando tus compañeras están inquietas buscándote por todas partes?
—¡Ah, pajarillo afortunado! Estoy pagando el daño que tú hiciste.
—¡Cómo! ¿Te han encerrado de propósito?
—Prisionera soy de tu ama, mientras tú, el travieso, el culpable, el seductor, vuelas y cantas con entera libertad.
El turpial que la oía con gran sobresalto prendido por fuera de los hierros de la jaula, le contestó con presteza:
—Pues, lo que soy yo, amiga mía, pido tus órdenes y me alejo en seguida.
—¿Conque me abandonas, ingrato? Tú que conoces mi inocencia y que podrías libertarme?
—¿Qué hacer, prenda mía?, si la fragancia que despido me condena y corro el riesgo de perder mi libertad para siempre, ¡Adiós, adiós, mi pobre golondrinita!...
Y mientras ésta quedó gimiendo cautiva por un daño que no había hecho, el arrogante turpial volaba y cantaba libremente por todo el jardín, galanteando a las tiernas avecillas que hallaba a su paso y embriagándolas con la fragancia de su bello plumaje.
Post-scriptum.- La primera mujer que leyó esta fabulita exclamó en seguida:
—Así como ese afortunado turpialito son los hombres con las pobres mujeres. Nosotras, siempre presas dentro de la casa sin culpa alguna; y ellos con su fardo de culpas, siempre en completa libertad, volando alegremente por todo el mundo.
¿Tendrán razón?
1903 |