Avecilla misteriosa que vuela siempre sin posarse jamás, avecilla errante, esquiva como ninguna otra ave, a quien rinden
vasallaje las flores, los céfiros, las fuentes y los ríos.
El sol la busca para acariciarla con sus rayos de oro, y la luna la cubre con sus lampos de plata en las noches perfumadas.
¿La conocéis? El pobre mortal la adora y la sigue hechizado;
corre tras ella lleno de esperanza, se rasga los pies con zarzas
del camino, consume todo su genio, encallece sus manos en
rudas labores, afronta los mayores peligros, obra prodigios de
valor e inteligencia, todo por darle alcance, pero la avecilla
misteriosa vuela sin posarse jamás.
En sueños creí tenerla en mis manos, la estreché contra mi corazón y poniendo mi frente bajo sus alas resplandecientes, le pregunté anhelante:
—Quién eres?
Y la misteriosa avecilla con una voz más dulce que el sonido de una arpa angelical, me respondió al oído:
—Yo soy tan vieja como el mundo. Cautiva estuve en manos del primer hombre, pero cuando éste faltó a su Dios, yo
hui espantada del Paraíso, y desde entonces vuelo errante por
toda la faz de la tierra sin detenerme jamás.
—Pero cuál es tu nombre?
—Yo soy la felicidad.
Y esquiva como ninguna otra ave, la errante avecilla continuó volando, volando siempre, ¡sin posarse jamás! |