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Concha Espina

"La cizaņa"

Biografía de Concha Espina en Wikipedia

 
 
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Música: Albeniz - Espana - No. 6 - Zortzico
 
La cizaņa
 

Tengo, tengo, tengo; 
tú no tienes nada; 
tengo tres ovejas 
en una cabaña...

Cantan así unas niñas, jugando al corro, en el jardín de un colegio, sombreado por unos árboles tan atrevidos que casi están metiendo sus ramas en mi cuarto de trabajo.

La canción es lenta, suave, con esos dejos largos y melancólicos, propios de la música norteña.

Y aun se diría que este ¡nocente cántico infantil había nacido aquí mismo, en uno de estos invernales montañeses, donde hay niños que pastorean con sus ovejas brañas arriba, despacito, atristados; tal vez inventando una dulce cancioncilla. . .

Estas niñas, que andan a la rueda, moviendo los bracitos enlazados, al compás de su copla, visten unos delantales de percal, plegados sin adornos sobre un gracioso canesú ; calzan zapatitos blancos de lona y llevan el cabello cortado a lo paje, al ras de las orejitas, retirado de la frente con un lazo chiquitín. 

Y ahora han llegado en su cantar a un estribillo un poco triste que dice:

Palomita blanca de mayo, 
llévame de aquí ; 
llévame a mi pueblo 
donde yo nací...

Aunque las niñas no han nacido en otro pueblo, me parece a mí que tiemblan con alguna pena sus voces en esta suspirante rima de la palomita blanca...

De pronto se deshace la rueda y hay un revoloteo de falditas agitadas y de pies saltadores.

Una niña forastera entra triunfante en el jardín, cerrando la verja con un portazo.

—¡Qué feo cantan! — dice a guisa de saludo —  ¡Y qué aldeano, hijas!...

—¿Feo? — protesta una morena de ojos gitanos, muy despierta y salada —  ¡Feo! Ya quisieras tú saberle...

— Ni falta; cosas de ovejas y de cabañas... ¡Qué ordinariez !

— Pero es que no sabes lo que sigue :

Una me da leche, 
otra me da lana, 
otra mantequilla 
para la semana.

— jAy, qué cara has puesto de golosa con eso de la mantequilla ! Pues sí: es feo y ordinario.

La gitanilla se quedó algo confusa al ver que sus amigas no defienden el cantar y que rodean todas a la forastera con cierta admiración.

Es que esta niña, que ha deshecho el corro al entrar sin ser llamada, viene vestida con mucho lujo; gasta botas preciosas de tafilete y largas melenas rizadas con tenacilla; trae en las manos sortijas y abanico, y pendiente del cuello una hermosa cadena con medallas; lleva pulseras, lleva sombrero. Es madrileña y ha venido a pasar el verano.

— Yo sé cantares de moda — dice —  ¿Queréis que os enseñe uno?

— Bueno — responden las provincianitas con cierta timidez, y miran a ver si ronda por allí la maestra.

— Este es el más bonito — dice la intrusa:

En el Salón del Prado 
no se puede jugar, 
porque hay niños que gozan 
en venir a estorbar. 
Con su cigarro puro, 
vienen a presumir...

— Oye: pero en Madrid, ¿fuman los niños? — pregunta una.

— No, tonta: si no son niños... del todo: son algo mayores, y quieren ser nuestros novios, ¿sabes?

La preguntona se pone muy colorada.

— ¿Y jugáis en un salón? — dice otra.

— Le llamamos salón, pero es un parque precioso.

— Será como éste...

— I Ay, qué risa ! i Como éste ! ¡ Si le vierais ¡ Allí hay mucho lujo, hijas; se viste de otra manera...

Y las mira desdeñosamente, desde los zapatos de lona hasta el lazo chiquitín del pelo.

Ellas están, las pobres, algo cortadas, algo pesarosas dentro de sus delantalillos de percal.

Y entonces la mayor decide:

— Vamos a jugar a otra cosa; a la rueda, no; porque "ésta" no sabe nuestros cantares, ni nosotras los suyos.

Quieren jugar "a las flores". Cada una tomará el nombre de una flor; se sorteará el cargo de jardinera; después empezará la combinación de un ramo...

—Yo, rosa.

— Yo, violeta.

— Yo, jazmín.

— ¿Y yo? — consulta la forastera con displicencia — ¡No sé qué escoger!

_¿Tú?— dice la gitanilla— ; tú..., cizaña.

— Vaya, ¡eso no es una flor!

— Pero es una yerba del campo.

— Si, ¡una yerba mala!

Y ¿ qué ?— arguye la pequeña muy plantada, desafiando con valentía las miradas de reconvención con que las otras parecen amonestarla por su imprudencia, mientras la intrusa, indignada, se marcha sin despedirse, dando otro portazo lo mismo que al llegar.

Y las niñas del colegio se han quedado sin rueda y sin copla, entristecidas con la vaga ilusión de algo incitante que las enmudece.

La gitanilla es la única que sonríe, satisfecha de su venganza; pues qué, ¿no había venido aquella presumida a matar con su desdén y sus burlas la preciosa canción de las tres ovejitas y la paloma blanca?...

Y como todavía se oye el menudo taconeo de las elegantes botas de tafilete alejándose a lo largo de la tapia, la niña se ha puesto a cantar con su vocecilla insinuante y melodiosa:

Tengo, tengo, tengo; 
tú no tienes nada..

 

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