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Joaquín Dicenta

"Todo en nada"

Capítulo 6

Biografía de Joaquín Dicenta en Wikipedia

 
 
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Música: Rachmaninov - Op.36, Sonata No.2 -II. Non allegro
 

Todo en nada

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VI

Decía así la carta:

«Me consideraba más fuerte; más honrada también. ¡Necia! Bastó que se cruzaran con los míos tus ojos para que diesen juntamente por tierra mi fortaleza y mi honradez. Libre para ser tuya, me fue posible el sacrificio de perderte. Hoy que ya no me pertenezco, voluntad y valor me faltan.

»Me di a otro hombre que tú por esposa, para asegurar la feliz vejez de mis padres, el futuro de mis hermanos. Era acción noble hacerlo; pero es acción indigna volver al pasado los ojos cuando el presente me impone, más que nunca, el deber de borrarlo.

»¡No puedo, Pedro mío, no puedo!

»Esta noche salgo en el expreso. A París voy. Me hospedaré en el Gran Hotel. Andrea».

-¡Es ahora, ¡ahora!, cuando ella se me da! -balbuceó Pedro, estrujando la carta-. ¿Qué debo hacer? ¿Seguirla? Claro está que seguirla. ¿No se me ofrece? ¿No es la felicidad, por tanto tiempo acariciada la que hoy puede realizarse? ¿A qué dudar? Tras ella y con ella me iré.

¡Tras ella! ¡Con ella! -prosiguió, después de una pausa-. Entonces, ¿a qué mi sacrificio de antes? Ir con ella es derrocar en un minuto el edificio a costa de cruel martirio cimentado; la paz de mis ancianos padres; el porvenir de mis hermanos. ¡Pobres de los míos, si mi ayuda les falta! ¡Miserable yo, si en tierra extranjera, para disfrutar la posesión de esa idolatrada mujer, me resigno a vivir de la limosna que ella para vivir me entregue!

¡La posesión, el amor de Andrea! ¡La posesión, partida con otro! ¡El amor gozado en la sombra, sin franqueza y sin dignidad!... ¡Nunca!, ¡Nunca! Vale más perder su amor que envilecerlo.

*

Apoyado sobre la valla que separa la estación del Norte del paseo de la Florida, un hombre clava su mirada en los rieles. El expreso de Francia avanza por ellos, sudando vapor, envolviéndose en torbellinos de humo.

Por frente al hombre avanza, rápido, crepitante.

El hombre le sigue con pupilas ansiosas hasta que se esconde en la curva que da acceso al puente de piedra.

Después se restriega con los puños los párpados, vuelve bruscamente la espalda y se pierde en la noche.

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