Harún el Ahnap vislumbró en un sueño la fuente de la eterna juventud, y quiso descubrirla. Peregrino incansable, recorrió tierras conocidas, y se extravió en ignoradas. Una noche, descansando en una venta, que presentaba aspecto hostil a su ojos de extranjero, oyó exclamar a un viejo:
"La noticia de la muerte de ese joven, no me ha sorprendido; sabía que estaba sentenciado'' "¿Cómo? — le preguntó alguien — ¿ sois mago ?" El anciano quedó pensativo un instante, y rompiendo el silencio de su meditación, dijo al grupo :
"A los que estamos al borde del sepulcro nos nace un sexto sentido. Por él nos es dada una aguda penetración y con esa penetración un pobre consuelo, compuesto de singular voluptuosidad y de triste ironía. A veces me basta mirar a un joven con atención para comprender si la muerte le acecha. . . Con el pasajero de la venta he aquí lo acaecido.
"Ayer noche, no pudiendo soportar el calor, ese joven, visto por mí la sola vez que el azar hiciera encontrar nuestros pasos, colocó su lecho entre el marco de la puerta, y tuve el presentimiento de que apoyaba su cabeza sobre la losa de un sepulcro. El insomnio no es propiedad de la juventud, y a poco, a la débil claridad de la luna, durmióse con los labios entreabiertos. Sonreía, sin duda, al amable sueño, con una alegre flor, si puede ser flor la expresión espiritual corporizada en un gesto. Pero él ignoraba que la luz del astro, adelantando, tocaba ya su lecho, y que la flor feliz de su semblante se abría en una atmósfera de tristeza.
"Volví a mirar la puerta, creyéndola la de su tumba. Afuera, entre los sarmientos retorcidos de una parra, aparecían las estrellas, como uvas maravillosas, al alcance de la mano. Eso podía hacerme pensar en versos de amor, que en otros tiempos dijeron mis labios entre el zumbar de las abejas y el beso de las mujeres, y que hoy son regocijadas uvas de dulce licor, en las páginas eróticas de los divanes. ¡Pero no! sentí un estremecimiento ante la sonrisa de mi compañero. Era tan bello, que me subyugaba. Además, el recuerdo de mi hermosura vive en muchas viejas mentes; mi rostro ha dado origen a más de una leyenda; por eso, algunos semblantes me producen tierna melancolía: son un cristal donde miro mis antiguos treinta años... El joven se despertó, y al incorporarse en el lecho se ruborizó un tanto: quizá temía que, al volver a la realidad, le adivinase su sueño. Después dióse vuelta para seguir durmiendo, o para rever con la memoria lo tejido por genios que, al cerrar los ojos, abren las ventanas del espíritu. Agitándose repentinamente, exclamó :
"¿ Sois vos, señor, el propietario de un nuevo modo de marcar el tiempo? ¿No sentís una voz que podría ser la de un reloj de arena, que al cobrarla se enloqueciese?
— "Ni lo soy ni siento nada — respondí.
— '"Escuchad — agregó él; — tras de la puerta suena un tic-tac.
"Sentí frío, me arrojé del lecho. En el corazón de la puerta misma sentíase como un rechinar de dientes, con leves pausas; y el ruido parecía oir nuestras voces y callaba, y después, sobre nuestro silencio, alzábase de nuevo con insistencia.
— "Es — dije — el gusano carpintero.
— "¡ Ah ! — contestó alegremente, — no le conocía ; ¡ ea !, honrado trabajador, a dormir, es tarde".
"Le pregunté si tenía enemigos en la comarca, si su puñal y su alfanje estaban afilados; y después de responderme que era la primera vez que por allí pasaba, rebosando de hilaridad, exclamó:
— "Abuelo, ¿qué significan esas preguntas extrañas, y qué esas temerosas muecas? Si tenéis miedo, no temáis nada; mi alfanje es de Fez y mi puño de la ciudad de Ancyra"'.
"Un perro aulló en las cercanías. Eché mano al puñal presintiendo un asaltante. Mísero de mí, el asaltante era bien impalpable, hecho de un soplo que tiene la más poderosa vida, helando, al pasar, la verdadera. El carpintero se calló, el joven durmióse, reinó la calma; y era más pavorosa que el ruido, al llenarse con el insomnio de mi pensamiento. Sentí latir mi corazón como un eco que repitiera el roer del gusano; gruesas gotas de sudor corrían por mi frente.
"Pasó un instante; el joven volvió a sonreírse. ¡Cuan terrible forma de la ironía es el sueño con su aliento de ilusión! El rechinar del carpintero volvía, acompañando el latir de mis venas en las sienes. Rasgábase con golpes secos la entraña, la puerta se estremecía con sobresaltos, azorábase ante la revelación del misterio de su vida, y el reloj se transformaba en sierra, y el tic-tac acompasado en Furiosa mordedura. Por un instante creí que el repiqueteo iba a despertar al dormido, con golpes de maza, al encajar como interiores clavos en el maderamen crujiente. . . El siguió sonriendo, casi mecido por el tumulto, sin oír que labraban su ataúd, mientras la luna, bañando todo el lecho, lo envolvía ya en su impalpable sudario. Cuando vino el alba un arriero le despertó. Yo no había cerrado los ojos y oí su despedida, "Adiós, hasta que el sol me vuelva a la tienda: ¡oh temeroso abuelo, fabricante de enemigos!''
"Sabéis el resto. Deshecho, ensangrentado, le recogían una hora más tarde, de un abismo. Parece que el monte le falló bajo los pies por correr tras una nube rósea y nívea que volaba como un flamenco".
Harún el Ahnap oyó todo el relato, sin añadir una sola pregunta o un comentario. En la mañana del nuevo día buscando la fuente, prosiguió el peregrinaje. Sus pies, fatigados, ayudábanse con el báculo: pero la fiel ilusión le acompañaba, siendo viva luz que hacía más ligera su sombra. Sin embargo, algo nuevo dificultaba ahora su camino: el terror de las puertas. Elejía chozas sin ellas, al entrar en una población. Y cuando llegó a un desierto, pensó con placer que, al cruzarlo, dormiría bajo tiendas de lona.
Y así fue, y Alá, al fin, se puso de su parte, y un día, al hundirse el sol, vio el brocal de una cisterna, idéntico al de su sueño. "He ahí la fuente de la juventud" — exclamó; y tembló de júbilo y cayó extenuado al suelo. Sus labios estaban pálidos y febriles de sufrir sed. Pensó que en el mismo instante iba a aplacarla y a convertir en realidad su esperanza. Le fue imposible moverse: "No importa — dijo : — mejor es beber de esa fuente en que hoy la tarde muere, mañana, cuando la aurora parezca nacer de la linfa". Un estremecimiento contrajo sus oídos y conturbó su alma. El báculo, de pronto, se transfomaba en pavoroso con un crujir de dientes. En el compañero de sus marchas, en el apoyo de sus pasos, el gusano del joven de la venta revelábase animando el misterioso reloj, marcador del tiempo, con el presentimiento de una última hora.
Harún el Ahnap no volvió a levantarse. El delirio de la sed puso una visión en sus ojos. La fuente marchó hacia él, y le arrojó un hilo de agua que resbalando sobre los labios fué a tocar el báculo. El gusano callóse al contacto de la deliciosa frescura. Vida intensa agitó la madera, que se convirtió en tronco y se vistió de ramas, y se cubrió de flores y de frutos. El pobre Harún se murió pensando que el único bien de la fuente de la juventud, había sido el de crear un árbol rebosante de nuevos báculos. |