En la «sangita sala» congréganse las cortesanas cantando y riendo. Todas son jóvenes y hermosas. Disfrutan el mismo palacio. Se bañan en el mismo estanque de mármol. Perfúmanse con el mismo jugo de rosas de Ujain. Entre todas destaca Vasanterana, la favorita, de mirar blando y senos duros.
Sus labios, teñidos de carmín, sonríen picarescamente. Sus brazos enróscanse al cuello, como dos ramas a su tronco. La fresca lozanía juvenil derrama sobre su persona un inexplicable atractivo.
Recostada entre blandos cogines, escucha, distraída, la lectura del «Kutuka Sevasva»:
—Dice la ley: «No seas adúltera. ¡Insensata palabra! Tomemos por guías a los sabios y a los mismos dioses en sus obras y no en sus preceptos, que jamás cumplen. Indra abusó de la muier de Gontama. Schenda sedujo a la prometida de su maestro. Jama robó a la esposa de Pandú, fingiéndose su marido. Y Mahadeva corrompió a las mujeres de todos los pastores de Uridaván.
Sólo los insensatos panditos, reputándose grandes sabios, tuvieron por delito estas cosas. Me dirán ellos: —«Tales son los preceptos de los Rischis». iNo! Los Rischis eran impostores. Prohibían goces que les estaban negados...».
De repente, una abeja pósase entre los senos de Vasanterana, como entre dos manzanas gordas. La favorita da un chillido. Sus amigas y servidoras acuden a favorecerla.
—¡No la toquéis! Mirad. Mirad...
La abeja, entre ambos senos, va caminando, caminando. Sus alitas se plegan y desplegan, cosquilleando la piel suave. Los rostros, encendidos, se inclinan.
Vasanterana ríe, ríe. Siente un suave cosquilleo. Cierra los ojos. Muérdese los labios. Es un placer desconocido del «Kamasutra».
La abeja ha resbalado entre la canal de ambos senos. Luego, metiéndose por la túnica, se ha perdido como en un bosque. Una mano, la mano rubia de Vanaris, juguetea en la túnica de su amiga.
—La buscaré. La encontraré.
Se estremece Vasanterana al contacto de aquella mano suave, de aquella abejita curiosa. Todas las cortesanas tienen la mirada brillante, fatigada la respiración, los ojos vivos y los labios secos. En la «sangita sala» solo se oye el rumor de los surtidores y el voznar de los pavos reales.
—Búscala, Vanaris. Encuéntrala—dice, casi en desmayo, la favorita de senos duros.
Y Vanaris, arruga los cojines, se acuesta junto a su querida Vasanterana, hace con su manita rubia juegos deliciosos, por entre el descote de la túnica.
—¿Dónde estás? ¡Pícara! ¿Dónde estás?
Ante la guardia de «rupakas», cruza el rey de Ujain, alto, barbudo, negro por el sol de las cacerías. Penetra sigiloso en la «sangita sala». Presencia ti espectáculo de ambas cortesanas echadas nupcialmente entie el coro de amigas ardorosas.
Vasanterana gime, gime:
— ¡Anda, Vanaris! Busca más.
Vanaris, poseída de placer extraño, siente el contacto de ambos senos. Su mano los aprieta dulcemente, mientras sus labios secos pronuncian frases más dulces aún:
—Abejita, ¿libas la piel de Vasanterana? ¿O libas la miel de sus senos?
El rey de Ujain, con un gesto, manda a las cortesanas despejar. Tan abstraídas en sus juegos están las dos bellas amigas, que no advierten la orden, ni el despejo de sus compañeras. En la «sangita sala» quedan solos el rey y las dos cortesanas, que no lo han visto.
—Anda, Vanaris. Busca más...
Vanaris, triuníalmente, prende la abeja con les dedos.
—¡Te cojí!, traidora, curiosa.
Entonces, encendida, incorporándose, la favorita arrebata a Vanaris la abeja. Y abriéndole el descote, se la introduce jugueteando.
—Anda, Vasanterana, busca - gime Vanaris, a su vez.
Vasanterana, con su manita juguetona, busca la abeja entre el descote de Vanaris.
Y el rey de Ujain alaba los juegos de sus favoritas...
(Los clásicos del amor, seleccionados por Cristóbal de Castro en la revista “Flirt” de Madrid, 20 de abril de 1922) |