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Rosario de Acuņa

"La tristeza"

Sección 4

Biografía de Rosario de Acuņa en Wikipedia

 
 
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Música: Chopin - Op.34 no.2, Waltz in A minor
 

La tristeza

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La leyenda, después de un largo espacio en blanco, continúa así:

«Al día siguiente de estos sucesos estaba el tío Roque pensando con terror en aquella forastera que hacía poco tiempo le pidió informes del conde y del sacristán, cuando oyó que le siseaban del vecino monte; volviose, y aunque a larga distancia, vio a su temida interlocutora envuelta en un amplio manto negro como la noche, pálido el semblante, brillantes los ojos con el fulgor de la calentura, largas y huesudas las manos, y plegada su boca con una mueca horrible de dolor y de ira, de donde brotaron estas palabras:

–Quede en paz el tío Roque; me voy a otro pueblo en busca de más gente para mi señor; de aquí ya le mandé todos los que estaban dispuestos a seguirme. Holgazanes, vanidosos y soberbios, vivían confiando solamente en su poder o en la suerte. Olvidados de las principales leyes de Dios, olvidados del amor a sus semejantes, fácilmente pude convencerles de que cambiasen de reino, tornándolos en impíos, traidores y villanos, sumiéndoles en el océano de los deseos imposibles, de las aspiraciones insensatas, y haciéndolos caer de lleno en los abismos del crimen y de la maldad; como te dije, voluntariamente se fueron al reino de mi señor, si bien yo fui quien, valida de sus debilidades y de su perversión moral, les incliné a que emprendieran el viaje; pero a tener más sano el entendimiento y menos endurecido el corazón, me hubieran resistido, y hoy no formarían en las huestes de nuestro soberano común.

–¿Pero me dirá al fin, mujer o espíritu, quién es, cuál es su rey, y dónde está su país?

–El infierno es mi reino; Satanás mi señor; ¡yo soy La Tristeza!...

Así dijo la aparición, y llenándose el aire de fragores y lamentos, se borró de la vista del tío Roque la imagen de aquella funesta mujer.

Desde entonces cuentan que es patrimonio de aquellos pobres aldeanos una alegría reposada, una paz inalterable, una satisfacción íntima y prolongada, como únicamente la pueden otorgar los deberes cumplidos, las acciones justas y el trabajo cotidiano del hombre honrado, cuyas felicidades y alegrías dimanan de su conciencia tranquila.»

Así hablaron los pergaminos que tradujo el viejecito de la aldea cantábrica… Como lo escuché, lo cuento.

La siesta Madrid 1882

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