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Rosario de Acuņa

"La casa de muņecas"

Sección 1

Biografía de Rosario de Acuņa en Wikipedia

 
 
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Música: Chopin - Op.34 no.2, Waltz in A minor
 

La casa de muņecas

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Acababan de regresar los niños Rafael y Rosario de sus respectivos colegios, y con la alegría propia de haber sacado en los exámenes notas de sobresalientes.

El niño tenía nueve años; la niña ocho: sus almas gemelas en sentimientos y en inteligencia, habían sufrido una lamentable desviación en los colegios a donde los habían llevado sus padres, que por sus muchos quehaceres, pudieron dedicarse exclusivamente a la educación de sus hijos; pero la suerte había cambiado, y, pollo tanto, dueños ya de todo su tiempo, resolvieron sacar a sus hijos del colegio y terminar su educación en casa, y bajo su exclusiva dirección, porque hay que saber que los padres de Rafael y Rosario eran unas personas de mucho estudio, de muchos conocimientos y grandísima perspicacia para conocer lo más razonable y conveniente de todas las cosas. Había, pues, llegado el día en que los niños volvieron del colegio a la casa paterna., y puede calcularse la alegría de padres e hijos al encontrarse reunidos para siempre.

Rosario era una niña viva, alegre, expansiva, cariñosa, llena de vigor y de salud, y amiga más bien de correr y saltar que de estarse sentada y quieta; Rafael era cariñoso y reflexivo y menos alborotador que su hermana; mas por arte de los métodos y de los sistemas, Rosario se había vuelto una mujercita chiquitita, formal y seria, que siempre quería estar sentada y quieta, y su hermano Rafael se había convertido en un pequeño Cid, batallador, pendenciero, revoltoso y deseando siempre mandar y disponer como un tiranuelo. Vieron los padres de estos niños, con su profunda inteligencia, el derrotero violento y forzado que habían tomado los caracteres de sus hijos, por la imposición de reglas y doctrinas que sobre ellos habían pesado mientras estuvieron fuera de su casa, y deliberaron la esposa y el esposo sobre los medios más sencillos y factibles para que sus hijos volviesen a ser criaturas sinceras y consecuentes con las condiciones personales de sus almas; hétenos aquí con que determinan, lo primero de todo, comprarles una casa de muñecas; y como eran ricos y su única ambición consistía en hacer de sus hijos seres honrados, trabajadores y útiles para los demás y para sí mismos, no les dolió ningún gasto, y ya es sabido que nada es imposible ni difícil, habiendo firme voluntad. En efecto, al poco tiempo de hallarse Rafael y Rosario en casa de sus padres, los llamaron éstos, colocándolos delante de una puerta cerrada, y diciéndoles la madre:

—Hijos míos; detrás de esa puerta, en la sala principal de nuestra casa, hemos dispuesto, vuestro padre y yo, ayudados de mecánicos y arquitectos, una magnífica casa de muñecas, para regalárosla por lo bien que habéis aprendido a leer, escribir, gramática,, geografía, aritmética, historia de España, dibujo y música (pues esto solamente era lo que hasta entonces habían aprendido los hermanos, porque sus padres no quisieron que se les enseñara más, para que se desarrollasen mejor; la niña sabía, además, coser, cortar ropa blanca y peinarse sola).

—Vais a poseer una casa de muñecas, como de seguro la tienen ni los hijos del rey; pero si queréis que sea vuestra y disponer de todas, las preciosidades que encierra, nos vais a ofrecer, con toda la formalidad, y después de que penséis un rato en vuestra respuesta, que para jugar y disfrutar de la casa de muñecas y de todo lo que en ella hay, habéis de estar siempre juntos y no haréis el más pequeño juego, ni la más pequeña variación, ni el más pequeño trabajo, sin que el uno cuente con el otro; sólo comprometiéndoos, con vuestra palabra, a seguir esta conducta, os entregaremos -ese tesoro de maravillosos juguetes, que están encerrados allí dentro.

Rafael y Rosario se quedaron un poco pensativos al oir las palabras de su madre, que su padre había escuchado aprobándolas con signos de afecto, porque como los niños habían estado separados hasta entonces, desde la edad de cuatro años, se puede decir que apenas se conocían, y ni siquiera tenían idea el uno del otro; pero como sus almitas eran gemelas, exactamente iguales en sentimientos e inteligencia, y la diferencia y desconocimiento mutuo provenía de la naturaleza, sino del molde en que los habían tenido sujetos, así que sus ojos se encontraron, brotó de ellos una chispa de generosa abnegación, y casi al mismo tiempo dijeron ambos:

—No tengas cuidado, mamá, que, aunque no nos dierais la casa de muñecas, te prometemos a tí y a papá separarnos en la vida, porque nos queremos mucho.

Conocieron los padres de Rafael y Rosario cuán entusiasta y sincera era la promesa, al par que cuán difícil de cumplir, teniendo en cuenta las opuestas costumbres adquiridas en el tiempo que estuvieron sus hijos fuera de la casa, y exigieron de los niños que rectificasen la promesa de unión, haciéndola exclusiva a todo lo que se relacionase con la casa de muñecas: una vez que ambos niños estuvieron conformes en cumplir lo ofrecido, abrieron de par en par la puerta del salón.

¡Qué espectáculo tan hermoso se ofreció entonces a los dos hermanos! La sala, que era inmensa, había sido forrada de zinc y sus paredes pintadas figurando ramaje; el techo representaba el cielo, y en uno de sus extremos se alzaba una casita de unos tres metros de largo por dos de ancho y otros dos de altura; sobre el zinc se había echado tierra y toda la sala estaba convertida en una preciosa quinta o casa de campo, que ahora vamos a describir.

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