Alphonse Daudet

ALPHONSE DAUDET

"LAS HADAS DE FRANCIA - LES FÉES DE FRANCE"

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LAS HADAS DE FRANCIA
LES FÉES DE FRANCE

-¡Levántese la acusada! -dijo el presidente.

“Accusée, levez.vous ! ” dit le président.

Algo se movió en el horrible banquillo, y un ente informe, titubeante, se acercó y se apoyó en la baranda. Era un manojo de andrajos, rotos, remiendos, cintas, flores marchitas y plumas viejas, en medio del cual asomaba un pobre rostro ajado, curtido, arrugado, de entre cuyas arrugas surgía la malicia de dos ojillos negros, como una lagartija en la hendidura de una vieja pared.

 

 Un mouvement se fit au banc hideux des pétroleuses, et quelque chose d'informe et de grelottant vint s'appuyer contre la barre. C'était un paquet de haillons, de trous, de pièces, de ficelles, de vieilles fleurs, de vieux panaches, et là-dessous une pauvre figure fanée, tannée, ridée, crevassée, où la malice de deux petits yeux noirs frétillait au milieu des rides comme un lézard à la fente d'un vieux mur.

-¿Cuál es su nombre? -le preguntaron.

-Melusina.

-¿Cómo dice?

Ella repitió gravemente:

-Melusina

 

 

“Comment vous appelez.vous ? lui demanda-t-on.

 - Mélusine.

 - vous dites ?... ”

Elle répéta très gravement :

 “ Mélusine. ”

El presidente sonrió bajo su bigote de coronel de dragones, pero continuó sin pestañear.

 

Sous sa forte moustache de colonel de dragons, le président eut un sourire, mais il continua sans sourciller :

-¿Qué edad tiene?

-No lo sé.

-¿Profesión?

-Soy hada.

 

“ votre âge ?

 - Je ne sais plus.

 - votre profession ?

             - Je suis fée !... ”

Al oír esta frase, el público, el Consejo y hasta el mismo fiscal, es decir, todo el mundo, estalló en una gran carcajada; pero las risas no la turbaron, y siguió hablando con una vocecita clara y trémula, que se elevaba y mantenía en el aire como una voz de ensueño:

 

Pour le coup l'auditoire, le conseil, le commissaire du gouvernement lui-même, tout le monde partit d'un grand éclat de rire ; mais cela ne la troubla point, et de sa petite voix claire et chevrotante, qui montait haut dans la salle et planait comme une voix de rêves, la vieille reprit :

-¡Ay! ¿Dónde están ya las hadas de Francia? Todas han muerto, señores. Yo soy la última; no queda ninguna más que yo... Y de verdad es una pena, porque Francia era mucho más hermosa cuando aún vivían sus hadas. Nosotras éramos la poesía de nuestro pueblo, su candor, su juventud. Los lugares por donde solíamos andar, los rincones solitarios de los parques abandonados, las piedras de las fuentes, los torreones de los viejos castillos, las brumas de los estanques, las grandes landas pantanosas, recibían de nuestra presencia un poder mágico y solemne. A la luz fantástica de las leyendas se nos veía pasar por cualquier sitio, arrastrando nuestras colas en un rayo de luna o corriendo por los prados sin pisar la hierba. Los aldeanos nos apreciaban, nos veneraban.

 

“ Ah ! les fées de France, où sont-elles ! Toutes mortes, mes bons messieurs. Je suis la dernière ; il ne reste plus que moi... En vérité, c'est grand dommage, car la France était bien plus belle quand elle avait encore des fées.
Nous étions la poésie du pays, sa foi, sa candeur, sa jeunesse. Tous les endroits que nous hantions, les fonds de parcs embroussaillés, les pierres des fontaines, les tourelles des vieux châteaux, les brumes d'étangs, les grandes landes marécageuses recevaient de notre présence je ne sais quoi de magique et d'agrandi. A la clarté fantastique des légendes, on nous voyait passer un peu partout traînant nos jupes dans un rayon de lune, ou courant sur les prés à la pointe des herbes. Les paysans nous aimaient, nous vénéraient.

Nuestras frentes, coronadas de perlas; nuestras varitas mágicas, nuestras ruecas encantadas, suscitaban en las ingenuas imaginaciones temor y admiración. Por eso nuestras fuentes permanecían cristalinas, y los arados se detenían en los caminos que protegíamos, y como -al ser más viejas que nadie- infundíamos respeto hacia lo que es viejo, de un extremo a otro de Francia se dejaban crecer los bosques y las piedras derrumbarse por sí mismas.

 

“Dans les imaginations naïves, nos fronts couronnés de perles, nos baguettes, nos quenouilles enchantées mêlaient un peu de crainte à l'adoration. Aussi nos sources restaient toujours claires. Les charrues s'arrêtaient aux chemins que nous gardions ; et comme nous donnions le respect de ce qui est vieux, nous, les plus vieilles du monde, d'un bout de la France à l'autre on laissait les forêts grandir, les pierres crouler d'elles-mêmes.

Pero el siglo ha avanzado. Se han inventado los ferrocarriles. Se han perforado túneles, cegado estanques, y se ha hecho semejante tala de árboles, que al poco tiempo nos encontramos sin saber dónde cobijarnos. Y los aldeanos han dejado poco a poco de creer en nosotras. Por la noche, cuando golpeábamos en los postigos, Robin decía: «Es el viento», y se volvía a dormir. Las mujeres hacían la colada en nuestros estanques. A partir de entonces, todo acabó para nosotras. Como vivíamos sólo de la creencia popular, al faltar ella, nos faltó todo. La magia de nuestras varitas se esfumó, y de poderosas reinas nos convertimos en viejas arrugadas y malévolas, como las hadas olvidadas, e incluso tuvimos que ganarnos el pan con nuestras manos, que no sabían hacer gran cosa.

 

“Mais le siècle a marché. Les chemins de fer sont venus. on a creusé des tunnels, comblé les étangs, et fait tant de coupes d'arbres, que bientôt nous n'avons plus su où nous mettre. Peu à peu les paysans n'ont plus cru à nous. Le soir, quand nous frappions à ses volets, Robin disait : “ C'est le vent ”, et se rendormait. Les femmes venaient faire leurs lessives dans nos étangs, Dès lors ç'a été fini pour nous. Comme nous ne vivions que de la croyance populaire, en la perdant, nous avons tout perdu. La vertu de nos baguettes s'est évanouie, et de puissantes reines que nous étions, nous nous sommes trouvées de vieilles femmes, ridées, méchantes comme des fées qu'on oublie ; avec cela notre pain à gagner et des mains qui ne savaient rien faire.

Durante algún tiempo pudieron vernos en los bosques arrastrando haces de leña seca, o cogiendo bellotas por las orillas de los caminos. Pero los guardabosques nos perseguían y los aldeanos nos lanzaban piedras. Y entonces, como todos los pobres que no pueden ganarse la vida en el lugar donde nacieron, nos fuimos a las ciudades buscando trabajo.  

Pendant quelque temps, on nous a rencontrées dans les forêts traînant des charges de bois mort ou ramassant des glanes au bord des routes. Mais les forestiers étaient durs pour nous, les paysans nous jetaient des pierres. Alors, comme les pauvres qui ne trouvent plus à gagner leur vie au pays, nous sommes allées la demander au travail des grandes villes.

Unas entraron en las fábricas de hilados.
Otras vendieron manzanas durante el invierno en las esquinas de los puentes, o rosarios a la puerta de las iglesias. Nosotras empujábamos carritos cargados con naranjas; ofrecíamos a los transeúntes ramitos de flores a cinco céntimos, que nadie quería; los chiquillos se reían al ver cómo nos temblaba la barbilla; los guardias nos perseguían, y los coches nos atropellaban. Además, enfermedades, privaciones, y finalmente, la sábana del hospital sobre la cara inerte... Así es como Francia ha dejado morir a todas sus hadas. Y ¡por eso ha sufrido tan duro castigo!

 

 Il y en a qui sont entrées dans des filatures.
 D'autres ont vendu des pommes l'hiver, au coin des ponts ou des chapelets à la porte des églises. Nous poussions devant nous des charrettes d'oranges, nous tendions aux passants des bouquets d'un sou dont personne ne voulait, et les petits se moquaient de nos mentons branlants, et les sergents de ville nous faisaient courir, et les omnibus nous renversaient. Puis la maladie, les privations, un drap d'hospice sur la tête... Et voilà comme la France a laissé toutes ses fées mourir. Elle en a été bien punie !

Sí, sí; rían cuanto quieran. Ya acaban de comprobar qué es un pueblo que carece de hadas. Ya han visto a todos esos aldeanos burlones y bien comidos abrir sus arcas del pan a los prusianos y guiarlos por los caminos. ¡Ahí lo tienen! Robin no creía en la brujería, pero tampoco creía en la patria... Si nosotras hubiéramos estado en nuestro sitio, ninguno de los alemanes que han entrado en Francia habría salido vivo. Nuestros draks, nuestros fuegos fatuos los habrían arrastrado hacia las ciénagas; en todas las claras fuentes que llevan nuestros nombres, habríamos vertido brebajes encantados que los habrían vuelto locos; y en nuestras reuniones a la luz de la luna, con una palabra mágica habríamos confundido de tal modo los caminos y los ríos, enmarañado de tal forma con zarzas y matorrales las espesuras de los bosques donde se escondían, que los ojos de gato de Moltke no habrían podido reconocerlos. Los campesinos habrían luchado. Con las hermosas flores de nuestros estanques habríamos elaborado bálsamos para los heridos; con los "hilos de la Virgen", habríamos tejido hilas; y en el campo de batalla, el soldado agonizante habría visto al hada de su aldea inclinarse sobre sus ojos a medio cerrar para mostrarle un trozo de bosque, un recodo del sendero, cualquier cosa que le recordase su tierra. Así es como se hace la guerra nacional, la guerra santa. Pero ¡ay!, en los países que ya no creen, en los países que ya no tienen hadas, una guerra así es imposible.

 

“ oui, oui, riez, mes braves gens. En attendant, nous venons de voir ce que c'est qu'un pays qui n'a plus de fées. Nous avons vu tous ces paysans repus et ricaneurs ouvrir leurs huches aux Prussiens et leur indiquer les routes. voilà ! Robin ne croyait plus aux sortilèges ; mais il ne croyait pas davantage à la patrie... Ah ! si nous avions été là, nous autres, de tous ces Allemands qui sont entrés en France pas un ne serait sorti vivant. Nos draks, nos feux follets les auraient conduits dans des fondrières. A toutes ces sources pures qui portaient nos noms, nous aurions mêlé des breuvages enchantés qui les auraient rendus fous ; et dans nos assemblées, au clair de lune, d'un mot magique, nous aurions si bien confondu les routes, les rivières, si bien enchevêtré de ronces, de broussailles, ces dessous de bois où ils allaient toujours se blottir, que les petits yeux de chat de M. de Moltkei n'auraient jamais pu s'y reconnaître. Avec nous, les paysans auraient marché. Des grandes fleurs de nos étangs nous aurions fait des baumes pour les blessures, les fils de la vierge nous auraient servi de charpie ; et sur les champs de bataille, le soldat mourant aurait vu la fée de son canton se pencher sur ses yeux à demi fermés pour lui montrer un coin de bois, un détour de route, quelque chose qui lui rappelle le pays. C'est comme cela qu'on fait la guerre nationale, la guerre sainte. Mais, hélas ! dans les pays qui ne croient plus, dans les pays qui n'ont plus de fées, cette guerre-là n'est pas possible.

En este punto, la vocecita sutil se quebró un momento, y el presidente tomó la palabra:

  ” Ici la petite voix grêle s'interrompit un moment, et le président prit la parole :

-Bien; pero no nos ha dicho usted aún qué es lo que hacía con el petróleo que se le encontró encima cuando los soldados la detuvieron.

 

“ Tout ceci ne nous dit pas ce que vous faisiez du pétrole qu'on a trouvé sur vous quand les soldats vous ont arrêtée.

-Prendía fuego a París, señor -contestó la anciana con tranquilidad-. Prendía fuego a París porque lo odio, porque se burla de todo, porque él ha sido quien nos ha matado. París fue quien envió a los sabios que analizaron nuestras hermosas fuentes milagrosas y dijeron con toda exactitud la dosis de hierro que contenían y la de azufre. París se ha burlado de nosotras en los escenarios de sus teatros. Nuestros encantamientos se han convertido en meros trucos; nuestros milagros en farsas, y en nuestros carros alados han desfilado tantas fealdades envueltas en nuestras gasas rosadas a la luz de una luna simulada por bengalas, que nadie piensa ya en nosotras sin echarse a reír...

 

 - Je brûlais Paris, mon bon monsieur, répondit la vieille très tranquillement. Je brûlais Paris parce que je le hais, parce qu'il rit de tout, parce que c'est lui qui nous a tuées. C'est Paris qui a envoyé des savants pour analyser nos belles sources miraculeuses et dire au juste ce qu'il entrait de fer et de soufre dedans. Paris s'est moqué de nous sur ses théâtres. Nos enchantements sont devenus des trucs, nos miracles des gaudrioles, et l'on a vu tant de vilains visages passer dans nos robes roses, nos chars ailés, au milieu de clairs de lune en feu de Bengale, qu'on ne peut plus penser à nous sans rire...

Había niños que nos conocían por nuestros nombres, nos querían aunque nos temieran un poco; pero en lugar de los bonitos libros repletos de dorados y estampas en los que aprendían nuestra historia, París les ha puesto en las manos la ciencia al alcance de los niños: gruesos libros de los que el aburrimiento se desprende como un polvillo gris que borra de los ojos infantiles nuestros palacios encantados y nuestros mágicos espejos.
¡Sí! ¡No saben qué feliz me sentía al ver cómo ardía Paris! Yo era quien dirigía las latas de las petroleras, quien las conducía de la mano a los mejores lugares: «¡Vamos, hijas mías, quémenlo todo, enciéndanlo, abrásenlo!».

 

Il y avait des petits enfants qui nous connaissaient par nos noms, nous aimaient, nous craignaient un peu ; mais au lieu des beaux livres tout en or et en images, où ils apprenaient notre histoire, Paris maintenant leur a mis dans les mains la science à la portée des enfants, de gros bouquins d'où l'ennui monte comme une poussière grise et efface dans les petits yeux nos palais enchantés et nos miroirs magiques...
oh ! oui, j'ai été contente de le voir flamber, votre Paris... C'est moi qui remplissais les boîte des pétroleuses, et je les conduisais moi-même aux bons endroits : “ Allez, mes filles, brûlez tout, brûlez, brûlez !... ”

-No hay duda: esta mujer está loca de remate -dijo el presidente-. ¡Que se la lleven!

 

 “ - Décidément, cette vieille est folle, dit le président. Emmenez-la. ”

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