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"Dos pesadillas"

 

 
 
 
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Música: Mozart (Menuet)
 
Dos pesadillas
 

—Buenos días, papá.

—Has dormido bien, hijo mío?

—Sí, pero tuve dos sueños extraordinarios. He aquí el primero: un perrillo hacía dar vueltas a una rueda en la herrería. La rueda, al voltear, movía un fuelle que servía para avivar el fuego de la fragua. El herrero ponía sobre el hogar largas tiras de hierro que retiraba cuando ya estaban enrojecidas, machacando sobre ellas con el martillo para hacer los clavos.

De tiempo en tiempo, cuando el perro se fatigaba y la rueda comenzaba a voltear más lentamente, el herrero, enojado, hería al perro con alguno de aquellos fierros candentes. Entonces la pobre bestia se lanzaba sobre la rueda y la hacía girar con precipitación.

Pero después de mucho trabajar con la rueda, el perro, debilitado ya, se detuvo de pronto y no quiso moverla más. Entonces el herrero, sin compasión alguna, descuelga un látigo que hay sobre la pared, y se pone a fustigar al perro. El animal resiste sin quejarse; pero, a cada golpe, la bestia va agrandándose: primero es como un lobo, después como un tigre, luego como un león. Por último, es ya como un monstruo gigante que vomita llamas por ojos y boca. Aquellas horribles lenguas de fuego crecen y crecen, y acaban por abrasar y matar al herrero y por incendiar la fragua.... Me preparo a dar grandes voces para pedir auxilio, cuando despierto... ¡Qué sensación tan horrible!.... Esto es lo que se llama una pesadilla, ¿no es así?

—Sí, hijo mío, eso es una pesadilla; pero veo que tu sueño tiene un gran sentido. Significa que no hay que maltratar ni oprimir jamás a nadie, porque la injusticia puede transformar a los hombres, como sucedió con el perro, en bestias feroces que crecen y crecen y acaban por destruirlo todo. Este es el sentido de tu primer sueño; veamos el segundo.

—En el segundo sueño sentía yo un gran terror de algo que corría tras de mí. Sin saber qué era lo que me perseguía, huía yo a toda prisa; pero aquello que iba tras de mí, se acercaba más y más, a medida que yo más corría. Y a medida que se me acercaba, yo me lo figuraba más grande, más terrible, más espantoso. Ya me sentía perdido, en las garras de aquello, cuando se alzó de pronto frente a mí una figura graciosa, llena de calma y sonriente, que me dijo: «Nada temas, pequeño; detente, vuelve tus pasos hacia atrás, ármate de valor y lánzate sobre lo que tanto estás temiendo; es preciso que lo veas frente a frente».

Esa bella figura y esas alentadoras palabras me dieron valor. Me volví hacia la gran forma negra que me perseguía, la vi frente a frente, y me puse a correr tras ella.

Entonces, a medida que yo corría en su seguimiento, la forma negra se alejaba más y más, disminuyendo, esfumándose, hasta que de pronto se desvaneció por completo convertida en humo. Y entonces desperté contento y tranquilo, como quien se ve libre de un pesado fardo.

—Es una verdad exacta lo que has soñado, hijo mío. Si el miedo y la cobardía te obligan a huir, siempre te parecerá que los monstruos más terribles y los peligros más fieros corren tras de ti. Pero si te detienes, si les ves frente a frente, si les resistes, si les acometes, entonces todo eso que te hacía temblar huirá deprisa, desvaneciéndose como el humo Vence el miedo, hijo mío, y estarás tranquilo y sereno.

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