Había una vez un rey que tenía un reino tan grande que apenas lo conocía.

Un día, el rey salió de viaje con su séquito para conocer su gran reino.

Después de varias semanas de viaje, el rey llegó a una pequeña aldea. El jefe de la aldea recibió al rey y le ofreció una cesta llena de frutos rojos y brillantes. Al rey le gustaron mucho aquellos frutos.

-¿Qué frutos son éstos? - preguntó el rey.

- Son cerezas, majestad- respondió el jefe de la aldea.

Durante los días que estuvo en la aldea, el rey no paró de comer cerezas. Cuando llegó el momento de regresar al castillo, el rey mandó cargar las cerezas en un carro. Como el camino de regreso al castillo era muy largo, las cerezas se echaron a perder. El rey se puso muy triste.

Los criados del castillo organizaron multitud de fiestas para entretener al rey, pero nada conseguía eliminar su tristeza.

Entonces, uno de los criados del rey tuvo una gran idea. Cogió todas las palomas mensajeras del castillo y las envió a la aldea de las cerezas con la orden de traer cerezas en sus patas.

Pocos días después, el criado le dijo al rey que se asomase a la ventana. Al ver la bandada de palomas con cerezas en sus patas, el rey se puso contentísimo.

Al final, el rey dio una gran recompensa al criado que tuvo la idea de enviar las palomas mensajeras a la aldea de las cerezas.