Un día iban tres frailes paseando por un camino estrecho con el sosiego de costumbre, cuando a lo lejos vieron venir un chico, y uno de los frailes dice:
--Veréis cómo nos vamos a divertir con aquel pequeño: le marearemos a preguntas y veremos qué es lo que contesta, que no dejará de equivocarse lo suficiente para que nos haga pasar un buen rato.
--Además, si sabe latín...
--Cá, no tiene trazas.
--Pues a ver si nos divertimos.
Siguieron los tres paseando, poco a poco; el chico iba hacia ellos bastante más deprisa. Llegan ya a encontrarse, da sus buenas tardes el muchacho y uno de los frailes le pregunta:
--¿Adónde va este camino?
--Este camino no va a ninguna parte, que se está quieto.
--(Chúpate ésa) -le dijo un compañero por lo bajo.
El fraile aquel ya no se atrevió a hacer más preguntas; pero otro le dice, así como para entrar en conversación:
--Oye, ¿cómo te llamas?
--Yo no me llamo, que me llaman a mí.
--(Y vuelve por otra) -le dice entre dientes el compañero.
No escarmentado el fraile con la rápida contestación del rapaz, aún se atrevió a preguntarle:
--Y, ¿cómo te llaman?
--A gritos, cuando estoy lejos -dijo sin turbarse.
--(Vuelve, vuelve por uvas) -dijo asustado el primer fraile. (Y decías que no sabía latín, ¿eh?).
Ya no quiso preguntarle cómo le llamaban cuando estaba cerca; y el tercer fraile, viendo las buenas salidas del perillán y juzgando por ellas que era un tuno como una loma, quiso decirle pillo preguntándole:
--¿Qué hacen en tu pueblo con los chicos que son tan pillos como tú?
Y contestó el muchacho.
--¡Meterlos frailes! |