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"La aguja orgullosa"

 

 
 
 
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Música: Mozart (Menuet)
 
La aguja orgullosa
 

Hay agujas tan orgullosas como personas. Yo conocí una de zurcir, muy corriente, que creía ser tan fina como una aguja de coser.

—Tened mucho cuidado conmigo y tomadme bien—decía la gruesa aguja a los dedos que se disponían a cogerla;— no me dejéis caer, porque si caigo al suelo, estoy segura de que no me encontraréis. ¡Soy tan fina y tan delgadita!...

—No se haga usted la interesante— dijeron los dedos;—y la tomaron con fuerza para zurcir unas zapatillas.

—¡Ay!, ¡ay!—gritó la aguja;—¡qué tejido tan grosero!, nunca podré atravesarlo: me quiebro, me quiebro ....

Y en efecto, se rompió; pero no por fina, yo os lo aseguro, sino por demasiado corriente.

Se había roto muy cerca del ojo; y la camarera, que no gustaba de tirar nada, le puso una cabeza de cera, y se sirvió de ella para sujetarse el pañue.

—Ya estoy convertida en broche elegante—dijo la aguja vanidosa. —Yo bien sabía que había de llegar a obtener grandes honores. Cuando se tienen méritos, siempre se sube muy alto.

—¿Es usted de plata?—la preguntó un alfiler de corbata vecino. —El único defecto que le noto es que tiene una cabeza muy pequeña.

—Eso es lo que le parece a usted—respondió la aguja;—pero mi cabeza no es pequeña.

Y tales fueron sus esfuerzos por agrandarla, que se cayó del pañuelo y fue a dar al fregadero, donde la camarera lavaba en ese momento el cristal y los cubiertos.

—Me preparo a viajar—dijo la aguja, —porque yo no puedo perderme. Soy demasiado notable para que me olviden.

Pero, a pesar de sus ilusiones, se perdió.

—Soy demasiado fina para este mundo—se dijo mientras yacía en el fregadero; pero sé demasiado lo que valgo, y esto es una satisfacción.

Y conservó su aire orgulloso, mientras pasaban sobre ella multitud de cosas despreciables envueltas en agua y jabón.

A poco descubrió un pedazo de casco de botella que estaba en el rincón del fregadero; y sólo porque brillaba mucho, le dirigió la palabra:

—Hermano, ¿qué haces aquí?

El pedazo de botella dijo sinceramente:

—El desprecio de los hombres me tiene aquí arrinconado, y espero que la casualidad me lleve a otra parte.

—Pero aquí estamos eclipsándolo todo con nuestro brillo—dijo la aguja;—somos la envidia de cuanto pasa; yo creo que la suerte nos ha reservado este lugar para satisfacción de nuestro legítimo orgullo.

En aquel momento la camarera abrió la llave del agua, y el líquido se precipitó con fuerza, arrastrando el casco de botella y la aguja.

—La suerte quiere depararnos mejor lugar—dijo la aguja;—ya vamos hacia afuera. Ahora, amigo mío, ¡a viajar, a viajar! .... ¡Qué cosas vamos a ver! Será para escribir un libro .... Es seguro que esta agua va a llevarnos a un arroyo, después iremos a un río, después llegaremos al hermoso y amplio mar .... Hemos nacido para ser muy grandes. Yo lo presentía, yo lo sabía...

—¡Quién sabe cuál será nuestra suerte!—dijo humildemente el casco de botella ; —lo cierto es que yo tengo mucho miedo. ¡Quién sabe adonde iremos a parar!

—Yo—dijo la aguja—valgo mucho, y no puedo ir sino a sitios de honor.

El agua, después de arrastrar a los dos amigos por un estrecho tubo, llegó al suelo y se deslizó lentamente entre dos pequeñas paredes de mampostería.

Aquello era un caño descubierto.

El pedazo de vidrio rebotó fuertemente, yendo a esconderse entre las hierbecillas de la orilla, y la aguja orgullosa hundióse en el fondo, quedando envuelta en el cieno del caño, donde está todavía.

Justo castigo para su vano orgullo.

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