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Óscar Castro

"El volantín"

Huellas de la tierra

Biografía de Óscar Castro en Wikipedia

 
 
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Música: Bach. Minuet and Badinerie (from Orchestral Suite No. 2 in B Minor)
 
El volantín
 

La primavera es para Juanito el más embrujado país. He aquí que florecen los aromos y sus arañitas amarillas tejen una encantada y diáfana red en el aire. Más allá los almendros escriben mensajes rosados. Y el viento, el viento largo, fresco, río puro en el cielo. Desde las casas vecinas han salido a piruetear los primeros volantines. Verdes, azules, morados, amarillos, levantan sus banderas crepitantes e incendian de alegría el espacio. Saltan los ojos del niño por estos movibles peldaños y van por el azul ilustrándose de claridades y de vuelos. A Juanito le gusta el revoloteo incesante de estas encadenadas mariposas que habitan en un melodioso e inalcanzable clima. Cada crujido de la seda tensa, cada evolución de las livianas armazones de caña y papel dejan anchas estelas en su espíritu. ¿Quién sostendrá los volantines en lo alto? ¿Quién los hará ascender, inclinarse, describir sueltas curvas? Sencillo y fácil misterio que la mente del pequeño no sabe descifrar. Misterio que él quisiera conocer de cerca, sintiendo entre sus dedos el hilo tenso que va hasta los tirantes vibradores. Pero él no tiene hilo ni dinero. Es muy pequeño para poseer uno de aquellos embrujados juguetes.

—Cuando yo sea grande. . .

(Sí, Juanito, cuando tú seas grande no tendrás tiempo de mirar el cielo donde piruetean los volantines. Tu mundo estará aquí abajo, sobre la tierra que pisan tus pies sin sentirla. Pero es mejor que lo ignores entretanto. Sigue pensando que tendrás un millón de volantines y que los hilos partirán de tus manos hasta donde los ojos no alcanzan).

Sin embargo, un día se produjo lo inesperado. Al despertar Juanito, la voz de Javier estaba en el patio gárrula y jocunda como el crecer de un surtidor. Y Javier sostenía entre las manos un volantín de cuatro colores y un carrete de hilo que deslumbraba de blanco.

— Juanito, vamos a encumbrar. . .

Juanito sintió miedo, miedo de que aquel volantín tan hermoso pudiera enredarse en los árboles o irse demasiado lejos. Hubiera querido decir a su hermano que lo guardasen como un tesoro o que lo elevasen solamente dentro del cuarto, bajito, bajito, para alcanzarlo en cualquier momento. Pero ya Javier extendía resueltamente el hilo y ponía entre sus pequeñas manos el volantín.

— Tenlo aquí. Cuando te diga ¡ya! lo sueltas.

Hubo un momento en que el juguete fue suyo por completo. Sintió en la yema de los dedos la suavidad de la seda y la tensión de los maderos. Lo aproximó a su pecho y el latido de su corazón hizo vibrar el papel. Surgía ante sus ojos una borrachera de colores. Pero el hilo se puso tenso. Desde el otro extremo del patio, Javier dejó oír su advertencia:

— ¿Listo?

El niño movió la cabeza.

—¡Ya!

Abriéronse sus dedos menudos. Pasó ante sus pupilas un relámpago luminoso — verde, blanco, azul— , y ya estaba el volantín erguido majestuosamente a quince metros del suelo. Javier iba desenrollando el hilo y el juguete tomaba altura y distancia. Ya no se divisaba la juntura de los colores. Pero se oía claramente el chasquido de la seda inflada por el viento.

—Salió tranquilito. Ven a tenérmelo un momento mientras yo voy a la pieza. Sujeta la carretilla bien firme.

Le temblaron las manos al tomar el comando del volantín. Sintió miedo de que el artefacto no quisiera obedecerle, y apenas su hermano hubo penetrado en la casa, se puso a decir despacito: "No te muevas, quieto, no te muevas". Pero soplaba el viento y el volantín se removía. Entonces el pequeño tornaba a murmurar: "No, no, quieto, quieto". Sin embargo, la confianza va llegando poquito a poco. Al cabo de unos instantes, Juanito se atreve a tirar del hilo como ha visto hacer a su hermano. El volantín responde con leves movimientos, se inclina hacia un lado y torna a remontarse quedamente. Entonces entre el juguete y el niño se establece un contacto afectivo. Por el hilo bajan hasta las manos infantiles las sensaciones de lo alto. Juanito siente los dedos florecidos de viento y color. El volantín es una prolongación liviana de sí mismo. Es como si la estatura del niño hubiera crecido hasta ponerse por encima de todos los humanos. Un claro regocijo baja desde los cielos inundándole el alma. Y a lo largo del hilo van las palabras en un vaivén de ascensión y caída, mientras los hombres pasan por las calles sin ver el volantín que conversa con Juanito para contarle el mundo y lo que está más allá del mundo.

El pequeño, en ese instante, no piensa. Es una pura sensación vibrando sobre la tierra. El viento, junto con pulsar el hilo tenso, le humedece los nervios y el espíritu con una música fresca y azul. Fresca y azul. Gloriosa. En la iglesia ha empezado a trinar una campana, distante. Juanito es un armonio inmenso sujetando aquel hilo por donde trepan ángeles. Si se quedará quieto, el niño podría diluirse en el viento. Ser una ola de plata que se expande junto con el tañer de la campana.

Mas, de repente, en el espíritu de Juanito hay una conmoción inmensa, negra, total, como si junto a él hubiesen roto un vidrio de un balazo. Hay otro volantín — verde, negro, naranja— que se acerca, siniestro, silencioso, como los monstruos de los sueños. Se alzó desde la calle, sin rumor, a espaldas suyas, y ahora el hilo extraño quiere tenderse encima del que sostienen sus manos. La garganta del niño late angustiosamente, ciegamente, como un caño sensible.

— ¡¡Javier!!

El grito crece, ronco, ajeno, henchido de claman te súplica. Pero ya es tarde, ya es tarde. Los hilos se han tocado en las alturas. El volantín pirata — ¡pirata, pirata maldito!— desciende ahora contoneándose, colgado del hilo que se anuda al corazón de Juanito. Hay una leve vibración, una sacudida imperceptible, y el volantín del niño, liberado de pronto, se tiende en los cojines del viento, ensaya zambullidas, remonta sin control, gira sobre su cola, hace una venia desgarbada, pierde altura, se clava como flecha y se oculta por fin tras los tejados. El hilo, roto, inútil, cae trazando grandes olas delgadas. Y el volantín pirata se remonta crujiendo, agresivo, insultante, como un gallo que pregona su triunfo.

La catástrofe ha sido tan grande, que Juanito no atina a comprender. Es como si el cielo se le hubiera derrumbado en el alma. Es como si una mano fría le hubiera descuajado el corazón.

— ¡Mamá! ¡Javier!

Se le saltan las lágrimas, y el cielo, el mundo, los árboles, todo se quiebra en sus pupilas.

Acude, corriendo, Javier. Y él ya no puede más. Se derrumba en los brazos del hermano, hunde la cabeza en su pecho y allí gime, gime, gime, como sí quisiera esconderse de cuanto lo rodea.

— Cállate, Juanito, cállate. . . Compraremos otro.

No es eso, Dios mío, no es eso. Javier no quiere comprender. "Compraremos otro". El desea su propio volantín, aquél verde, blanco y azul que se aquietó en sus manos y le arrancó armonías de la sangre. ¿Adónde estará ahora? ¿Adónde irá volando, abandonado, suelto, roto? . . . ¡Cuánto debe sufrir su volantín ver de, blanco y azul!

— Juanito. . .

No desea oír nada, nada, nada. En un impulso abandona los brazos de su hermano, cruza sin tino por el patio, se lanza al corredor, abre la puerta de la calle. Y el grito, cara al cielo, se le deshace en llanto:

— ¡Mi volantín, mi volantín!.

 

de "Comarca del jazmín" Ediciones Cultura 1.945

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