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Emilio Carrere

"Madama Falansteria"

La encantadora diversidad

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Música: Falla - El Sombrero de Tres Picos - 4: Danse du Corregidor
 

Madama Falansteria

 

Madama Falansteria, o la casa de todos... Su encantadora especialidad son los amigos del señor Pirón, su consorte, descendiente del gran Pirón, en cuyo sepulcro reza este epigramático epitafio:

Aquí yace Pirón que nada era,
porque no fue académico siquiera.

Sin embargo. Pirón, el actual, esposo de madama Falansteria, tiene diversas profesiones, fuera del tiempo y del espacio. Es arquitecto de las nubes, aviador sin aeroplano y «dilettanti» de la orquesta pitagórica. Y además espectador. Contempla el incesante laborar del hormigueo humano en una ociosa y agradable postura de cigarra, que no sabe cantar. La familia Pirón está organizada como una república de abejas: el zángano y la obrera. Madama Falansteria es una gran trabajadora, destripa bolsos y afloja deseos, bordadora de juegos de cama, náufraga en todos los lechos, abierta toda la noche, como la botica de guardia.

Su virtud es su liviandad, su orgullo su rejo, y «buen rejo debe tener la bellaca», sumidero de tres generaciones en larva, ventosa del meollo por la flauta de Amor, de la que es virtuosa.

Decíamos que su encantadora especialidad son los cofrades del señor Pirón, sin que haya dengues o la diversidad masculina en general, pues para madama Falansteria parece haber sido escrito el romance quevedesco:

Fuimos sobre vos, señora,
para engendrar al nacido
más hombres que sobre Roma
con Borbón, con Carlos Quinto.

Los amigos de Pirón son gente vulgar: un payaso tafurero, un poeta, en cierne, de romances de cordel, un gordo trapalón, embauca viejas espiritistas y otros más de la misma ralea. Es cosa chocante ver a madama Falansteria y al señor Pirón, rodeados de sus amistades. Todos han palpado íntimamente a la señora y todos lo saben entre sí, excepto el señor Pirón, ocupado en sus planos acerca de un castillo que piensa edificar en el anillo de Saturno. Él, el poeta, el Pierrot de la farsa. Los otros son la canallería de los arlequines. Una gran indignidad colectiva se comete con el señor Pirón. Madama es la posada de todos los caminantes, y el público sospecha que el señor Pirón cobra los hospedajes. Injusticia notoria. Es el raro temperamento de madama, que es una coleccionista de los amigos de Pirón, como hay coleccionistas filatélicos y otras nimiedades de la rutina. Madama Falansteria no es una Diana de Poitiers; no pasa de ser una Mesalina de villorrio; pero, al cabo, fémina, tiene un fondo perverso que gusta de vulnerar los principios sociales y sacramentales de una dama maridada. Al entregarse a los amigos excelentes de Pirón, goza además de las gracias personales y de la pujanza del interesado, del placer de ponerle los cuernos al esposo con un íntimo suyo, deleite exquisito que sólo comprenderán los que alguna vez han exclamado:

—Esta mujer no es hermosa, pero tiene el encanto de ser la mujer de un compañero de oficina.

Búsquese en esta rareza, en este capricho, la justificación de muchos adulterios, basada en la perversidad femenina y en la curiosidad de establecer comparaciones. Lo desconocido es siempre tentador y la sensualidad es un monstruo que exige constantes renovaciores para no morir. Este es el gran enemigo del matrimonio, ahogado el amor por el cotidiano gris de la vida burguesa, sensata, monocorde. Una mujer absolutamente fiel suele carecer de imaginación. Hay algunas de verdadera altura moral que saben vencer a los fantasmas de esa tentación que está dentro de ellas, en las misteriosas zonas de su psiquis. Un hombre fiel—modelo romántico desaparecido— es un personaje ridículo hasta para las mismas señoras. El señor Pirón es fiel, esa es una de las principales causas de la infidelidad de madama Falansteria.

Los amigos de Pirón suelen ser varones maduros y esto contraria un poco a madama, que aunque son marrulleros en amor, perdieron ya el ímpetu de catapulta de la juventud. Su preferencia sueña con un adolescente tierno, que ella deglutiría con sus fauces de devoradora, por el que acaso sintiera una sombra del amor romántico de las jamonas hacia la juventud. De todos modos este tipo femenino es bastante agradable. ¿Que no es Lucrecia— la de Tarquino?—Es madama Falansteria—la mujer de todos—, que es preferible. ¿No sería peor que todas las mujeres se volvieran de pronto virtuosas?

Publicado en “Flirt" Madrid en 1922

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