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Julio Camba

"La neurastenia y la literatura"

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Música: Clementi - Sonatina Op.36 No.1 in C major - 2: Andante
 
La neurastenia y la literatura
 

La neurastenia
es un don que me vino con mi obra primogenia.

Rubén Darío.

La neurastenia, ¿es una enfermedad o una superstición? El médico me ha dicho que es una enfermedad moderna, y en efecto, parece que los sabios la han inventado últimamente.

—Hace apenas un siglo que se conoce la neurastenia—me dijo el doctor—. La ciencia ha tardado mucho en descubrirla.

¡Loemos la paciencia de la ciencia! Gracias a ella, yo puedo envanecerme de mis achaques tanto como de mis calcetines. Entre mi dolor de cabeza y el de un hombre primitivo hay una diferencia enorme, que no es únicamente la diferencia de las cabezas. El dolor del salvaje era un dolor anónimo, mientras que el mío es un dolor civilizado, tiene una base científica y se pronuncia con un nombre en el que hay nada menos que dos diptongos: ¡neurastenia!

—¿Y qué? ¿Hay muchos neurasténicos, querido doctor?

—Muchísimos.

La neurastenia debe esltar muy bien inventada cuando se ha impueto en tan poco tiempo. A mi doctor le ha ido tan bien con ella, que ya no se dedica a otra cosa. Por eso he ido a verle.

—No se preocupe usted—me dijo—. Usted es un neurasténico.

—Sin embargo doctor, con un nombre o con otro, lo cierto es que yo estoy enfermo.

Me recetó unos glicerofosfatos y me mandó al campo. Campo. Mar. Un aire puro. Una alimentación sana. Una vida tranquila.

—Duerma usted mucho y trabaje poco —añadió—. Mientras tanto no se pondrá usted bien.

—¡Ay, doctor!—exclamé—. Entonces ya sé de qué estoy enfermo.

—¿De qué?

—De no tener dinero.

—Seguramente—me contestó, con una pérfida sonrisa de acreedor.

Yo no podía haber sospechado que la falta de dinero se llamase nunca neurastenia, y las palabras del especialista me sorprendieron un poco. Anteriormente, la neurastenia me parecía una superchería de los médicos para designar todas aquellas enfermedades que ellos no acertaban a conocer. Sin embargo, parece que la neurastema tiene una personalidcid tan clara corno cualquier enfermedad antigua, ya consagrada por el uso. Su origen consiste en un debilidad de los centros nerviosos, para cuya curación es indispensable un perfecto reposo mental. No hay que pensar en nada; ni siquiera en el dinero. ¡Aviado estaría mi ilustre amigo el joven y distinguido pensandor Sr. Zancada con una enfermedad como la mía! Por fortuna, yo soy un escritor decorativo y me dedico a una literatura fácil, superficial y pintoresca.

—¿Puedo seguir cultivando mi literatura?

Un especialista en especialidades nerviosas es siempre un hombre de mundo, y el mío, con una vaga inflexión de ironía en las palabras, me contestó:

—Si quiere usted que su curación sea rápida y completa, hágale discípulo del señor Pérez Zúñiga.

¡No pensar! Decirle a un hombre inteligente que se abstenga de pensar es lo mismo que aconsejarle a un idiota el ejercicio de la filosofía, cosa que, por otro lado, han ejercido algunos idiotas sin que se lo aconseje nadie. Hacerse bárbaro no es menos difícil que hacerse inteligente. Yo estoy en el primer caso—se lo digo a los que estén en el segundo—, y bien puedo permitir la inmodesitia de reconocerrme inteligente, en desquite de mi enfermedad. Procuraré hacerme bárbaro, y nadie miejor que el lector podrá observar hasta qué punto lo consigo. Al mar y al campo, que siempre sirvieron para inspirar a los artistas, se les confía ahora la tarea de embrutecerlos.

—Y diga usted—le pregunté al doctor—, ¿no cree usted que yo podría irme embruteciendo poco a poco en Madrid? Muchos lo han hecho y les ha salido muy barato...

¡El mar! ¡El campo! Yo iré a ellos—si no son curativos, tienen bastante con ser hermosos—, y sobre las toscas mesas aldeanas diré, repitiendo unas admirables palabras de Eça de Queiroz: —«Déjame saborear esta comida en perfecta inocencia de espíritu, como en tiempos del rey Don Juan V, antes de la Democracia y la Crítica.»

 

Playas, ciudades y montañas. Madrid, Renacimiento. 1916

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