En una aldea nació un niño de pie, por lo cual dijo una hechicera que tendría mucha fortuna y se casaría con la hija del rey.
Pasó el rey por el pueblo y preguntó si ocurría algo de nuevo, y le contestaron que el nacimiento del niño, noticia que le incomodó, y dijo a los padres del niño:
— Dadme el recién nacido y yo le cuidaré.
Los padres se negaron; pero el rey insistió, y los padres dijeron:
— El niño ha nacido de pie, y todo le saldrá bien.
El rey colocó al niño en una caja y le arrojó al río. Pero la caja, en vez de irse al fondo, comenzó a flotar; la corriente la arrastró hasta un molino; el molinero y su mujer, que no tenían hijos, trataron muy bien al muchachito.
Al cabo de años el rey entró en el molino y preguntó al molinero si era suyo aquel joven.
— No, señor; lo encontré en el río, metido en una caja.
El rey recordó entonces que era el niño que había nacido de pie.
— Buenas gentes — les dijo, — necesito que este joven lleve una carta a la reina.
En la carta decía a la reina que mandase matar al dador.
El muchacho se puso en camino con la carta; pero se extravió, y llegó a un bosque donde había una casita pequeña y medio arruinada en que halló a una vieja sentada cerca de la lumbre, que le preguntó:
— ¿Qué vienes a buscar aquí?
— Llevo una carta a la reina. Me he perdido en el camino, y deseo pasar la noche aquí.
— Mira que esta casa es una cueva de ladrones, y si te encuentran aquí te matarán.
— Yo no tengo miedo — dijo el joven, — y, además, estoy tan cansado que no puedo continuar.
Y se echó sobre un banco y se durmió. Cuando llegaron los ladrones les dijo la vieja:
— Este pobre muchacho se ha perdido en el bosque; como venía tan rendido, me ha dado lástima. Lleva una carta para la reina.
Los ladrones vieron que la carta contenía la orden de dar muerte al portador, y el capitán la rompió, y escribió otra en que decía a la reina que tan pronto como la recibiese casara a la joven princesa con el dador.
El joven entregó la carta a la reina, y las bodas se celebraron con gran magnificencia; la hija del rey estaba muy contenta, porque el muchacho era bueno y amable.
Pocos meses después regresó el rey, y vio que se había cumplido la predicción de la hechicera.
Llenándose de ira porque le habían cambiado la carta, dijo al joven:
— ¡Esto no puede quedar así! Anda, tráeme tres pelos de la cabeza del diablo, y entonces podrás vivir con la princesa.
Al mandarle esto el rey, creía que no volvería más.
— Yo no tengo miedo a nada — dijo el joven: — buscaré los tres pelos del diablo.
Llegó a una ciudad, y el centinela le preguntó por qué la fuente del mercado, que daba siempre vino, se había secado.
— A mi regreso os lo diré.
Y andando llegó delante de otra ciudad; el centinela le preguntó por qué el árbol que antes daba manzanas de oro se había secado.
— A mi regreso os lo diré.
Mucho más lejos llegó delante de un río que no sabía cómo atravesar. A poco se le acercó un barquero, que le preguntó si había de permanecer siempre en aquel punto.
— Espera un poco: te lo diré a mi regreso.
Al otro lado del río halló la boca del infierno, que era muy negra. El diablo no se hallaba en su habitación; pero sí el ama de llaves, la cual estaba sentada en un sillón grande haciendo calceta.
— ¿Qué deseas? — le preguntó.
— Necesito tres pelos de la cabeza del diablo.
— Mucho has pedido — le dijo; — sin embargo, me agradas, y voy a ayudarte.
Y, convirtiéndole en hormiga, le ocultó entre los pliegues de su vestido.
— Necesito, además, saber tres cosas: por qué una fuente que manaba siempre vino no mana ya; y por qué un árbol que daba manzanas de oro se ha se ha secado; y por qué cierto barquero permanece en su puesto sin ser relevado.
— Ya oirás lo que diga el diablo cuando le arranque los pelos.
— ¡Aquí huele a carne humana! — dijo el diablo al entrar en su casa.
— ¡Tú siempre estás oliendo a carne humana! ¡Vamos; siéntate y calla!
En cuanto cenó el diablo puso la cabeza sobre las rodillas de la vieja y le dijo que le espulgase; no tardó en dormirse, y la vieja le arrancó un pelo.
— ¿Qué haces? — dijo el diablo.
— He tenido un mal sueño y te he tirado de los pelos.
— ¿Qué has soñado? — preguntó el diablo, que es muy curioso.
— He soñado que la fuente de un mercado que manaba siempre vino se ha secado.
— Sí; — dijo el diablo; — hay un sapo debajo de una piedra: si le matan, volverá a manar vino.
Volvió a dormirse el diablo, y la vieja le arrancó el segundo pelo.
— ¡Voto va! ¿Qué haces? — exclamó el diablo encolerizado.
— Soñaba que en cierto país hay un árbol que daba manzanas de oro, y ahora no tiene hojas.
— Sí; — dijo el diablo; — hay un ratón que muerde la raíz: si le matan, el árbol volverá a producir manzanas de oro.
Volvió a dormirse, y ¡adiós el tercer pelo!
El diablo se enfureció; pero ella le engañó diciéndole:
— Soñaba con un barquero que se queja de que nadie le reemplace.
— Pues que ponga el remo en la mano al primero que pase el río, y éste servirá ya de barquero.
Cuando el diablo salió de casa, cogió la vieja a la hormiga y devolvió al joven su forma humana.
— Aquí tienes los tres pelos — le dijo. — ¿Has oído las respuestas?
— No las olvidaré. ¡Gracias!
— Pues ya puedes regresar a tu país.
Se despidió de la hechicera contento de su buena fortuna.
Al llegar donde estaba el barquero, le dijo:
— Al primero que venga a pasar el río, ponle el remo en la mano.
Llegó a la ciudad donde estaba el árbol seco y dijo al centinela:
— Mata el ratón que roe las raíces, y el árbol dará manzanas.
En agradecimiento entregó al joven dos asnos cargados de oro.
Llegó a la ciudad cuya fuente estaba seca y dijo al centinela:
— En la fuente, bajo la piedra, hay un sapo: matadle y correrá el vino.
El centinela le regaló otros dos asnos cargados de plata.
El joven llegó a palacio y entregó los tres pelos del diablo al rey; éste quedó satisfecho con los asnos y el dinero y le dijo:
— Vive con tu esposa. Pero, ¿de dónde has sacado tanto dinero?
— Lo he recogido en la orilla opuesta de un río que he pasado.
— ¿Podría yo coger otro tanto? — le preguntó el rey.
— Y mucho más — le respondió el joven.
El avaro monarca se puso en camino y, al llegar al río, hizo señal al barquero para que le pasase. El barquero le hizo entrar, y apenas llegaron al otro lado le puso el remo en la mano y saltó afuera. El rey quedó de barquero en castigo de su maldad y avaricia, y debe de seguir siéndolo todavía.
Este cuento demuestra, no que quien nazca de pie haya de ser afortunado, pues esto es superstición, sino que, al joven humilde y que confía en la divina Providencia, le salen bien todas las cosas, porque se conforma y quiere cuanto le sucede, por creer que viene de la mano de Dios. |