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Saturnino Calleja Fernández

"La bendición del hada"

Leyendas de oriente

Biografía de Saturnino Calleja Fernández en Wikipedia

 
 
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La bendición del hada

Hace muchos años, vivía en el reino Gentésimo Primero un rico mercader que tenía un hijo único, llamado Axim.

En el corazón del reino aquel donde moraban, había pantanos y pantanos que nadie podía atravesar, así es que no era posible el atajo al ir de un punto a otro, y todo el mundo tenía que viajar dando grandes rodeos. Nadie había tenido voluntad bastante para alterar tal estado de cosas, hasta que nuestro amigo el mercader decidió llevar a cabo la obra con la ayuda de su hijo, abriendo un camino recto a través del cenagal. Sin contar a nadie el proyecto, padre e hijo hicieron una casita cerca de los pantanos y se pusieron a trabajar. Trabajaron y trabajaron días y noches, hasta dar remate a su obra. Una mañana de abril, la gente del contorno se halló gratamente sorprendida con el espectáculo de una magnífica y derecha carretera, donde antes no había más que cieno.

Un día que Axim paseaba por la carretera, vió dos pobres mendigas viejas que tomaban el sol primavera} sentadas en un banco.

—¿Quién habrá abierto este camino?—oyó decir a una de ellas—. Me gustaría premiar a la que lo ha hecho.

Se detuvo Axim pensando cómo podría premiar a nadie una vieja tan pobre, y por pura curiosidad te dijo:

—El camino lo hemos hecho entre mi padre y yo.

—¿Y qué deseas, cómo recompensa?—preguntó la vieja.

—Nada. Tengo cuanto necesito—respondió Axim—. Sólo deseo vivir y poder ser útil a mi patria.

—Laudable deseó es el tuyo, ciertamente—repuso la vieja—. Por mi parte, sólo he de decirte que vivas todo lo que puedas y que hagas todo el bien que esté en tu mano mientras te dure la vida.

Axim se echó a reír.

—De agradecer es el deseo—dijo—; pero ¡cuánta cosa hay que se haría de buena gana, y que, desgraciadamente, no es posible, hacer!

—Te engañas—contestó la vieja—. Eso de no puedo no es nada. Gomo premio por lo que has hecho con tu padre, voy a darte mi bendición, que te será utilísima. Desde ahora en adelante podrás hacer cuanto desees.

Y diciendo esto, la vieja puso una mano encima de la cabeza del muchacho, murmurando unas palabras misteriosas; y luego desapareció.

Poco tiempo había pasado, cuando estalló la guerra
entre la reina de Centésimo Primero y el rey del Mar, porque este rey se oponía resueltamente a que los barcos
de la reina le quitaran la vista de sus aguas, y* en varias
ocasiones había apresado embarcaciones y tripulantes.
La reina se disgustó y exigió al rey la inmediata
entrega de sus súbditos, pero el rey se negaba a acceder
a su deseo, a menos que la reina consintiese en ser su
esposa. Le reina rechazó con firmeza la proposición y
sobrevino la guerra.

Todo el reino andaba agitado, y los hombres acudían para ir contra el rey del Mar. Axim fue de los primeros. Llevaba el ejército varias semanas de marcha y había llegado casi al punto designado para la batalla, que era la orilla del mar, cuando la reina se dió cuenta que
había olvidado su espada.

—¿Qué haré yo?—decía—. ¿Cómo voy a entrar en la pelea
sin mi espada preferida?

Le aconsejaron los capitanes que abandonase la idea de dirigir personalmente la batalla, pero la reina se mostraba
entera y decidida.

—¡Tendré mi espada!—dijo—. Que vayan a mi palacio en seguida, y me la traigan. Quiero tenerla conmigo mañana mismo al amanecer.

Los capitanes le advirtieron que era aquello imposible, y le decía:

—¿Cómo han de ir y venir a vuestro palacio en un día, si hemos tardado nosotros más de seis semanas en llegar hasta aquí?

—Pues no hay remedio—replicó la reina—. Yo he de tener mañana al alba mi espada, y a quien me la traiga le daré a mi hija por esposa.

Como la princesita tenía fama de hermosa, la promesa de la reina levantó los corazones. Axim se adelantó
el primero y dijo:

—Yo iré por la espada vuestra. Creo que podré traerla
a tiempo.

La reina le dió un mensaje para la princesa, a fin de que le entregase la espada a Axim, que partió, entre las risas de todos, que creían una locura acometer una
empresa que juzgaban imposible.

En cuanto estuvo fuera de la vista del ejército, Axim se detuvo y se echó a reír.

—¡Vamos a ver ahora la bendición de la vieja!—pensó—. ¡Vamos a ver si me sirve o- no! Tengo que llegar
al palacio de la reina en seis horas.

Apenas lo había dicho, se encontró convertido en un
pajarillo. Y al lado suyo estaba la vieja.

—Cuando desees recobrar tu forma de hombre—le dijo—, frótate el pico. Y si necesitas volver a convertirte en pájaro, frótate la nariz. Pero has de tener gran cuidado de no caer en manos del rey del Mar, porque entonces
perdería su virtud mi bendición. ¡Y ahora, vuela pajarillo!

Tendió Axim el vuelo y no paró hasta llegar a los jardines del palacio de la reina. Se frotó entonces el pico, recobró su forma de hombre, entró en el palacio y entregó
la carta a la princesa.

—¡Qué hombre tan maravilloso debes ser!—exclamó la princesa al leer la carta—. ¿Cómo has podido, dime, llegar aquí en tan poco tiempo?

—Todo lo debo a la bendición de una anciana respondió Axim—, Y contó a la princesa cómo por virtud de esa .bendición se había convertido en pájaro. Temiendo no ser creído, se frotó la nariz e instantáneamente volvió a convertirse en- pájaro, voló por la estancia y vino al fin a posarse en el brazo de la princesa, la cual le cortó unas plumas sin que él lo notase y las guardó cuidadosamente. Después comieron juntos y charlaron hasta el amanecer, porque se habían enamorado perdidamente
uno de otro.

Pero Axim tenía que marcharse, y después de despedirse tiernamente de la princesa, se frotó la nariz, se convirtió en pájaro, y echó a volar con la espada en el
pico.

Llegó Axim al campamento cuando amanecía y, como el tiempo le sobraba, recobró su forma de hombre y se echó en la orilla del mar. Estaba muy cansado del largo vuelo y se quedó profundamente dormido.

Salió el coronel de la reina a tomar su baño matinal, y al ver a Axim con la espada, se llegó a él, lo echó al mar y se apoderó del arma, con la cual se presentó ante
la reina. Hizo una profunda reverencia, y le dijo:

—Aquí tenéis, señora, vuestra espada preferida, como queríais, al amanecer. Axim y yo emprendimos al mismo tiempo la carrera, pero le dejé atrás en seguida, y sin
duda habrá sido devorado por alguna fiera de la selva.

La reina no se preocupó por la suerte de Axim. Lo que quería era su espada.

—Si sales vivo de la batalla—le dijo al coronel—, te casarás con mi hija.

El coronel, que no tenía intención de dejarse matar, apenas comenzó la batalla se perdió entre las tropas y no volvió a parecer hasta que se depusieron las armas,
con el triunfo de la reina.

Pero volvamos a Axim, que no se había ahogado. El rey del Mar lo había cogido al caer y se lo había llevado prisionero. Guando el muchacho oyó decir que no era posible que la reina saliese victoriosa se puso triste, más
que nada por no poder ayudarla.

—Si pudiese ganar la orilla—pensó—, tal vez yo sirviera aún de algo.

Rogó al rey del Mar que le dejase salir a ver luchar a sus compañeros, y le decía: Es cruel tener encerrado a un prisionero durante la lucha. Estoy cierto de que no
me negarás el permiso para contemplar el glorioso espectáculo.

El rey del Mar le prometió sacarle a la orilla al ponerse el sol, y cumplió su palabra había acabado de rezar Axim, el rey del Mar se lo llevó
otra vez abajo.

Al otro día, el sol fue tan duro, que el ejército del rey no pudo soportar el calor; los soldados caían desmayados, mientras que la reina y sus tropas luchaban denodadamente,
matando a diestro y siniestro.

Puesto el sol, el rey permitió nuevamente a Axim subir a tierra unos minutos para rezar. Al día siguiente quemaba otra vez tanto el sol, que le quedaron a la reina muy pocos enemigos. El tercer día, el propio rey fue víctima del calor y, aunque pudo subir a Axim a la playa, como de costumbre, al ponerse el sol se hallaba tan trastornado, que no pudo ya bajarle al fondo. Axim, que todo esto lo tenía sabido, volvería a invocar nuevamente la bendición de la anciana, si el rey no venía por él
antes de cierta hora.

Llegado el momento oportuno sin que el rey se presentase, Axim- se convirtió en pájaro. Guando el rey se despabiló lo suficiente para ir a recoger al prisionero, se encontró con que el pájaro había volado. Desde entonces el rey del Mar no se ha atrevido a volver a salir de sus
profundidades, por temor a otra insolación.

Mientras tanto la victoriosa reina había tornado a palacio y daba órdenes para las bodas de su hija con el mal coronel. Guando la fiesta estaba en todo su apogeo, Axim entró al palacio y se fue derechamente a la reina,
diciéndole:

—Vuestra Majestad me prometió la mano de la princesa si yo os llevaba vuestra espada al amanecer de aquel
día de la guerra. ¿Por qué, pues, la casáis con otro?

—¿Y tú me llevaste la espada?—replicó indignada la reina—. A ti te devoraron las fieras y el coronel fue
quien cumplió mi deseo. ¡Vete!

—Debe de haber algún error—dijo la princesa levantándose de la mesa y acercándose a su madre—. Este es el que verdaderamente vino por la espada y no el coronel.
Ya te decía yo que no había sido el coronel.

—¿Y qué pruebas tienes de que ha sido este muchacho?—
le replicó la reina.

—¿Quieres convertirte en pájaro?—dijo la princesa a
Axim.

Axim se frotó la nariz, se convirtió en pajarito y se puso a volar por la estancia, parándose al fin en el brazo de la princesa, la que sacó de su pecho las plumas que le había cortado aquel día, mostrando a los presentes el
ala de donde eran.

—Y no es esto todo—dijo una voz. Y al volver la cabeza Axim se encontró con su amiga la vieja—. Si no hubiera sido por él, vuestra majestad no habría ganado
la batalla—y explicó todo lo sucedido.

—Pero ¿cómo lo sabes tú—dijo la reina—, ¿Cómo quieres
que creamos lo que tú dices? ¿Quién eres tú?

—¡Ved!—y al decirlo la vieja se trocó en una bellísima hada, en la que todos los presentes reconocieron a la bondadosa reina de los Espíritus del Aire.

No eran necesarias más pruebas. El mal coronel fue decapitado en aquel punto. Y Axim y la bella princesa se casaron y vivieron felices largos años.


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