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Saturnino Calleja Fernández

"Maravillas peligrosas"

Leyendas de oriente

Biografía de Saturnino Calleja Fernández en Wikipedia

 
 
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Maravillas peligrosas

En un lejano pueblo de la India había un muchacho llamado Haru, que llevaba la rectitud y la inteligencia pintadas en el noble semblante; pero era débil su voluntad y fácil a la sugestión de la ajena.

—Haru—le dijeron un día.—, tú eres listo: ¿por qué no vienes a aprender con el fakir?

—¿Qué enseña?

—Maravillas. Mil artes prodigiosas que te hacen dueño del mundo.

El interlocutor de Haru era un muchacho poco simpático. Una madurez precoz ponía en su rostro un gesto de fatiga, de soberbia y de insinceridad.

Haru no supo resistirse.

El fakir era un viejo seco y arrugado; su larguísima barba le bailaba al andar como un péndulo silencioso. Su voz tenía un tono doctoral y un sonido metálico. Con apariencias de curandero, era en realidad, un perverso embaucador, diestro en hechizos, brujerías y otras artes del diablo.

Para siniestros fines atraía a su casa muchachuelos inocentes, a quienes comenzaba por iniciar en sus extrañas maquinaciones, haciéndoles luego víctimas de ellas.

Otros dos muchachos estaban en casa del fakir cuando Haru entró con su camarada. Gomo éste, aquéllos eran ya aprendices adelantados; es decir, que estaban próximos a pagar cara su curiosidad.

Haru escuchó al fakir con marcada repulsión. Los extraños ritos, las fórmulas cabalísticas, los ensalmos, las evocaciones, todo le inspiraba entre miedo y asco. Algo le decía interiormente que aquello era malo y peligroso.

Y Haru salió de casa del fakir resuelto a no volver.

—¿Te gusta lo que has visto?—preguntó a Haru el que le llevó a casa del fakir.

—No—contestó Haru—. No volveré.

—Bien Simples serás—interrumpió otro de los muchachos, orgullosamente.

—No creo en esas cosas—dijo Haru.

Los tres aprendices protestaron violentamente. ¡Dudar de su fuerza! ¡Negar las artes de magia!

—¡Yo te lo probaré!

—¡Y yo!

—¡Y yo!

Y, enfurecidos, siguieron caminando de prisa y silenciosos.

A poco trecho encontraron en medio del camino el cráneo y los huesos de un animal esparcidos por el suelo. Detuviéronse a contemplarlos, tratando de averiguar a qué clase de animal pertenecían.

De pronto, uno de los tres muchachos lanzó una exclamación y dijo a Haru:

—¿Ves esos huesos? Pues yo puedo con un ensalmo reunirlos todos en un esqueleto perfecto.

Al oírlo, repuso otro de los tres:

—Y yo conozco otro ensalmo que hace revestirse al esqueleto de carne, de pellejo y de pelo, y tornarlo en un animal perfecto.

El tercero dijo a su vez:

—Pues yo puedo completar vuestra obra. Sé un maravilloso ensalmo que daría la vida al animal.

Llenos los tres de orgullo dijeron:

—Pues vamos a probar nuestros conocimientos. Que ese estúpido comprenda que no sabe nada. Ahora tendrá una buena prueba de nuestra extraordinaria sabiduría.

Y hablando de esta suerte y fascinados por el ansia de mostrar su ciencia, procedieron a ejecutar sus hechicerías.

El primero de ellos dijo en voz alta las palabras mágicas, que hicieron el efecto deseado. Los huesos inertes empezaron a moverse como si poseyesen vida, y alzándose del suelo se unieron unos a otros, con un seco rumor, hasta que se irguió el esqueleto perfecto de un animal silvestre.

Haru no se inmutó. Desconocía la causa de tan extraño suceso, pero era sereno y valeroso.

Entonces se dispuso el segundo a ensayar su ensalmo. Con clara voz pronunció las1 misteriosas palabras, cuyo resultado fue maravilloso también. El esqueleto se cubrió todo de carne, de piel y de pelo, y pudo verse así que el animal era un hermoso león.

Sólo le faltaba la vida. Y ya iba el tercer muchacho a dársela con su ensalmo, cuando Haru le gritó:

—¡Cállate! ¡Imprudente, no pronuncies esas palabras! ¿No ves que es un león? Si tu arte diabólica puede darle la vida, nos matará a todos.

Indignados por la interrupción, los tres sabihondos desdeñaron el consejo.

—¡Calla, majadero!—dijéronle—. ¡Tú qué sabes! ¿Crees que por el miedo tuyo vamos a dejar de hacer las cosas?

Haru volvió a rogarles que desistieran de su propósito; pero fue inútil. Estaban los otros ciegos de ira y de presunción. Y en vista de ello les rogó que si iban a darle vida a la fiera, aguardasen un momento hasta que él se subiera a un árbol.

Y diciéndolo, corrió a un árbol cercano y trepó a sus ramas.

No había llegado aún a ellas, cuando el tercer muchacho pronunció el ensalmo último. La forma rígida e inmóvil que tenían ante ellos se animó al punto. ¡Estaba vivo el león! Con fieros ojos miraba a los muchachos. Y abriendo la enorme boca salto sobre ellos, i uniendo horriblemente. Los tres quedaron, en un momento, muertos sobre el césped. Luego el sanguinario animal empezó a comérselos, y por la tarde sólo quedaban unos huesos frescos y blancos.

Todo fue, sin duda, obra del diablo, que supo apoderarse de este modo de aquellos infelices, perdidos por su soberbia satánica y su malvada afición a aquellas horribles hechicerías.

No por mucho conocer se llega siempre a la sabiduría.

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