Cautivó un moro a un gangoso;
y él, bien o mal, como pudo,
se fingió en la nave mudo,
por no hacer dificultoso
su rescate; de manera
que cuando el moro le vio
defectuoso, le dio
muy barato. Estando fuera
del bajel: —Moro —decía—,
no soy mudo, hablar no ignoro.
A quién oyéndolo el moro,
de esta suerte respondía:
—Tú fuiste gran mentecato
en fingir aquí el callar;
porque si te oyera hablar,
aún te diera más barato.
(Los dos amantes del cielo, jornada 2ª
, escena XVII) |