Hay cerca de Ratisbona
dos lugares de gran fama,
que el uno Ágere se llama,
y el otro, Macarandona.
Un solo cura servía,
humilde siervo de Dios,
a los dos, y así a los dos
misa las fiestas decía.
Un vecino del lugar
de Macarandona fue
a Ágere, y oyendo que
el cura empezó a cantar
el prefacio, reparó
en que a voces aquel día
Gratias agere, decía,
y a Macarandona no.
Con lo cual muy enojado
dijo: —El cura gracias da
a Ágere, como si acá
no le hubiéramos pagado
sus diezmos—. Cuando escucharon
tan bien sentidas razones
los nobles macaran dones,
los bodigos le sisaron.
Viéndose desbodigar,
al sacristán preguntó
la causa. El se la contó,
y él dio desde allí en cantar,
siempre que el prefacio entona,
por que la ofrenda se aplique:
Tibi semper et ubique
gratias a Macarandona.
(El secreto a voces, jornada 2ª
, escena XVIII) |