Un ciego en Londres había
tal, que no determinaba
los bultos con quien hablaba
en el resplandor del día:
Y una noche que llovía
(como una de las pasadas)
a cántaros y a lanzadas,
por las calles caminando,
se iba mi ciego alumbrando
con unas pajas quemadas.
Uno que le conoció,
dijo : —Si no os alumbráis,
¿para qué esa luz lleváis?
Y el ciego le respondió :
—Si no veo la luz yo,
la ve el que viene, y así
no encuentra conmigo aquí ;
con que aquesta luz que ves,
si no es para ver yo, es
para que me vean a mí.
(La cisma de Ingalaterra, jornada 1ª
, escena VI) |