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Carmen de Burgos y Seguí"Colombine"

"Los huesos del abuelo"

Capítulo 6

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Los huesos del abuelo
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VI

Pero la catástrofe llegó. Y llegó con una mueca burlona cuando faltaban ya pocos días para la traslación.

Por lo mismo que aquella ala del cementerio era la más resistente, el derrumbamiento había sido mayor.

Al caer la pared se habían partido las lápidas, se habían roto los ataúdes, se habían mezclado y confundido los huesos.

Quedaban algunos cadáveres, aquí y allá metidos aún en la caja, por entre cuyas tablas podridas asomaban como los muñecos de las cajas de sorpresa.

En lo alto de un nicho se asomaba una calavera con un gesto macabro, como si observase, curiosa, lo que hacían las vecinas.

Era un montón de escombros, de una obra ennegrecida, reseca, carcomida, de un yeso descascarillado por una especie de polilla que había corroído por igual las piedras y las tablas.

Se veía a las familias buscar ansiosas. ¿Cómo conocer ya aquellos restos? La voz de Concha lo dominaba todo. Allí, ante aquellas ruinas, de las que se exhalaba un polvo tenue que daba miedo respirar, ella hacía remover el montón de escombros para llegar a descubrir el que le interesaba.

Al fin, un montón de huesos deshechos y de tablas rotas apareció. No había duda de que aquél era el cadáver de Campo Grande. Lo decían los jirones del traje que se conservaban, un zapato de charol unido al pie izquierdo, y tan brillante y estirado como si hubiese estado metido en la horma, y la pechera de la camisa, con un primor de plieguecitos rizados que recordaba los ornamentos de iglesia.

Pero era preciso que no quedase duda de la autenticidad. Castro Martínez envió su secretario, se hizo venir un notario amigo de la familia. Había que levantar acta para depositar el cadáver en un edificio del Estado hasta su tan próxima traslación.

A pesar del desastre, Concha parecía haber triunfado, a no ser por la perspicacia del cronista del cementerio, que tuvo la mala ocurrencia de fijarse en que la tibia derecha del cadáver no era igual de larga que la izquierda:

—No han hecho ustedes bien las parejas—advirtió.

Y sin hacer caso del furor de Concha siguió escarbando en el montón de huesos metidos apresuradamente en aquel cajón.

—El señor de Campo Grande tiene tres fémures y dos esternones— dijo.

¡Y lo peor es que todo aquello se publicó, con fotografías!

¡Era la ruina de la familia! El recuerdo glorioso se había amparado de tal modo en el cadáver, que su desaparición dejaba a la familia huérfana. Era entonces cuando se verificaba la verdadera muerte del abuelo.

Había en todo aquello como una burla, una terrible venganza póstuma.

La traslación se hizo a cencerros tapados. Castro Martínez no volvió a visitarlas y, para colmo de males, Manolo rompió sus relaciones con Adelina, atribuyendo a su intervención el que, en vez de ascenderle, lo dejasen cesante.

Para aquellas desgraciadas acababa toda su influencia y toda su importancia al desaparecer el prestigio de los huesos del abuelo.

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