Es la razón un tormento
Y vale mas delirar
Sin juicio, que el sentimiento
Cuerdamente analizar
Fijo en él el pensamiento.
La noche está serena; la luna, con su luz pálida, alumbra el bosque, cuyos árboles parecen llegar al cielo con su obscuro ramaje, entre el que gime el viento con armónico son.
El perfume de las flores embriaga; los ruidos vagos que pueblan, el aire hacen soñar con algo poético y espiritual.
¿Qué es esa forma que se ve deslizarse entre los tilos, es acaso una visión, hada o fantasma que finge nuestro deseo? ¿Es una virgen cristiana coronada de rosas blancas que va a elevar en la soledad sus preces al Altísimo? ¿Es una hurí mahometana que viene a hacernos conocer las delicias del paraíso prometido en el Corán? ¿Es una Diosa del Parnaso o una divinidad del Olimpo que viene a enloquecer a los mortales; es una sílfide, una Ondina, o el sueño de un poeta?
Celeste es su vestido; sobre sus flotantes y rizados cabellos lleva una guirnalda de nardos y azucenas, sus formas esculturales se trasparentan bajo las tenues gasas que la cubren.
Es una mujer, en sus magníficos ojos azules hay una expresión extraña, y su mirada vaga errante por el espacio.
Llega a la orilla del Rhin y se fija con tristeza en las limpias aguas, contemplándolas como en nuestra mente contemplamos las dichas que han pasado para no volver más.
—¿Quién eres tú mujer que tal impresión nos causas?
—Yo no soy... fui.
—¿Eres acaso, un espíritu en forma humana? Inmaterial es tu belleza, suave tu voz como el sonido de un arpa; y tristes tus ojos cual los de una tórtola solitaria.
—No soy espíritu, mi espíritu no está en el mundo; por eso dije que ya no existo, mi cuerpo vive, mi alma está al lado de mi amado en las regiones del infinito.
—¿Qué misterio hay en tu vida?
—Ninguno Oye, ¿conociste a Franz? Franz era alto como la encina, fuerte como el roble y altivo como el águila; de sus negros ojos se escapaban ora dulces y amorosas miradas ora acerados reflejos; era el joven más apuesto; el mejor cantor y el más valiente guerrero.... ¡Como amaba a Edith, la rubia virgen del Norte! Juntos se les veía en el bosque, juntos en el rio, juntos al lado del fuego en las heladas noches del invierno; en los bailes y fiestas populares eran la envidia de los mozos y mozas del contorno. ¡Qué felices eran!... ¡Felices!... ¿Existe acaso la felicidad? ¿Quién la encuentra? ¡Para cada sonrisa de placer cuantas lágrimas de desesperación! Cada minuto que pasa se lleva una ilusión, cada germen de dicha va mezclado, con la semilla de la desgracia... Franz partió hacía allí... hacia donde sale el sol.... Edith lloraba, Franz juró volver y Edith lo esperaba. Todos los días peinaba sus cabellos, se ponía sus collares, se coronaba de flores y salía a su encuentro... pero Franz no venía... Un día vió venir un jinete... era Muller, el amigo de Franz y le dijo que Franz no volvería... había olvidado a la pálida y rubia Edith por una morena hija del Sur... ¡y no volvería...!
Edith ha muerto, su cuerpo vaga por estos lugares; su alma fue a unirse con la de Franz...
—Pero si Franz no ha muerto, si la abandonó.
—¿Quien dice eso? Eso es infame... Franz ha muerto. De no ser así estaría al lado de Edith. El la amaba y cuando se ama no se olvida... ¡Se creen consolarme diciendo que vive! ¡No sabéis lo que es amar! Quiero mejor que esté muerto; así mi alma está con la suya, así puedo regar con mis lagrimas las flores de su tumba... se muere amando; pero cuando se abandona es que ya no se ama... Las almas que se aman se unen en la otra vida, las que olvidan se pierden para siempre ¿Decís que estoy loca? Los locos sois vosotros que no conocéis el amor; yo desprecio esa razón que os muestra la triste realidad de la vida... La dicha está en las ilusiones... si para tenerlas es preciso estar locos... la dicha está en la locura. |