Hace algunos años llamaban la atención en la poética ciudad de los Cármenes, dos preciosas jóvenes de 18 a 20 años, ambas hermosas como el sueño de un poeta, que se veían siempre unidas en todas partes.
Al ver el cariño con que se hablaban y las muestras de afecto que continuamente se prodigaban, cualquiera las hubiera tomado por hermanas a no ser por lo distinto de sus tipos.
María, así se llamaba la mas joven, era rubia de nacarada tez y ojos tan azules como el purísimo cielo que se descubre entre el follaje de los árboles de la Alhambra, y Dolores era morena de grandes ojos negros, profundos y soñadores; recordando con su tipo una de las odaliscas que en otro tiempo habitaron el soberbio palacio de Alahamar.
Tan distintos como sus tipos eran sus caracteres; María era seria, reflexiva, y poco dada a las expansiones del corazón y Dolores de carácter franco, alegre y comunicativo.
Sin embargo de esto las los jóvenes se amaban, no sabían prescindir la una de la otra y se las veía siempre con las manos enlazadas confiandose todos sus secretos y pensamientos; y es que sus almas a pesar de las diferentes maneras de presentarse al exterior, eran iguales en el fondo, sentían al unísono, se comprendían y se amaban y cuando dos almas se encuentran en el camino de la vida y están dotadas de un mismo grado de sensibilidad, cuando sienten piensan y quieren de un mismo modo; cuando uno mismo es su ideal, si llegan a comprenderse, se unen y su misión es eterna e indisoluble.
Si los cuerpos que les sirven de morada pertenecen a distinto sexo, entonces brota el amor, pero el amor verdadero, el que no tiene fin, el que llena de hechos heroicos las páginas de la Historia.
Si por el contrario pertenecen a un mismo sexo, entonces brota la amistad, bellísimo sentimiento que si es menos vehemente no es menos intensivo, y es más dulce, más poético, más consolador.
A veces pasan a nuestro lado las almas hermanas de la nuestra, y la variedad de sus manifestaciones hace que las comprendamos y que por falta de observación nos condenemos a pasar la vida sin la felicidad y el apoyo que encontrarían al unirse.
Otras veces padecemos la equivocación de adornar con las vestiduras que crea nuestra fantasía el tipo que nos parece más adecuado, y entonces el desengaño no tarda en llenarnos de desesperación y desconsuelo.
María y Dolores tenían la desgracia de ser demasiado soñadoras, todo lo que era grande, noble y bello las apasionaba y sublimaban los sentimientos de su corazón, de tal modo que no era posible que pudiesen realizarlos por ser demasiado espirituales para la mísera condición humana.
Así es que el amor innato en el corazón de todas las vírgenes, acariciaba el ideal de sus sueños sin encontrar el ser en quien se había de personificar para darles la dicha que merecían.
Una multitud de adoradores rodeaba a las dos niñas sin que ninguno pudiera interesarlas, hasta que al fin uno consiguió fijar la atención de ambas. Era un apuesto joven de 28 a 30 años, moreno, de frente despejada, ojos grandes y expresivos y facciones enérgicas y varoniles al par que simpáticas y dulces.
Rafael, que así se llamaba, sentía que su corazón fluctuaba entre las dos amigas; tan pronto le seducía el gracejo de Dolores, como le atraía la dulce sonrisa de María; sin embargo él se inclinaba más a esta última, cuyo carácter era una garantía de su formalidad, y cuya belleza le hablaba más al alma que a los sentidos; pero tímido como todo el que verdaderamente ama, Rafael no osaba acercarse a su amada y más bien pasaba el tiempo al lado de su amiguita a la que dejaba ver en sus ojos el fuego de la pasión que empezaba a formarse en su alma.
Por vez primera en su vida las dos amigas se guardaban un secreto sin darse cuenta de ello, de un modo instintivo, como si temieran profanar el amor que inundaba de luz sus almas por vez primera.
Mas entre ellas no podía ser muy duradero el silencio y una tarde que descansaban de su paseo en la poética rivera del cristalino Genil, en medio de un panorama que hace pensar en la poesía aun a los seres más prosaicos, viendo a un lado los hermosos paseos del Salón y la Bomba, sobre los que se destaca la subida a la Alhambra llena de blancas casitas rodeadas de flores; a otro lado la hermosa ciudad de Boabdil, en la orilla opuesta el Colegio de los Escolapios, la exuberante vega, y allá, a lo lejos sirviendo de marco a este cuadro la gigantesca Sierra Nevada que ostenta en el histórico pico de Muley Hasem su corona de eternas nieves.
Sabes María— dijo Dolores, cortando una rosa que había al alcance de su mano— que he tenido días de pena muy grandes y que he llegado a pensar que tendríamos que separarnos.
—¿Por qué niña?—contestó María con sorpresa.
— Creí que Rafael te amaba.
— Y eso ¿qué motivo era para que dejases de verme? ¿Crees que te iba yo a querer menos, celosilla?
—No, perdóname; pero amo tanto a Rafael que no hubiese tenido fuerzas para verlo de otra aunque me fuese tan querida como tú, y eso me desesperaba, tenía que renunciar a las dos cosas que más amo en el mundo, él y tú; pero ya estoy tranquila, hace muchas noches viene a mi lado, me mira con pasión y parece que su corazón quiere revelarme un secreto que sus labios no se atreven a pronunciar. ¿Pero, qué tienes? ¿Estás mala? ¿Es que te has ofendido conmigo.
—No, Dolores, no, no tengo nada, un ligero mareo de mirar la corriente del rio pero ya estoy bien.
—Pues mira tengo que darte la comisión de que lo animes para que se declare pronto, que yo lo oiga decir que me ama y que llegue el día que pueda vivir a su lado, compartir sus dichas y sus pesares para no separarme nunca de él y de ti. ¿Lo harás?
—Si Dolores mía, si—dijo la pobre niña con lágrimas en los ojos—yo haré lo que tú quieras, te lo juro; pero vámonos ahora, el frío me está haciendo daño.
—No te pongas mala por Dios, cuando estoy loca de felicidad al pensar que soy amada por Rafael como yo lo amo.
***
Dos años después en una tarde de otoño fría y desapacible, volvemos a encontrar a las dos amigas en bien distinta situación.
María, la niña angelical, de dulce sonrisa y cabellos de oro, que tendida en un lecho holgado de azul, cerca de la ventana desde donde se descubre un cielo gris y nebuloso y el panorama que presenta la vega y las torres de la popular iglesia de las Angustias, en la que se venera la bendita patrona de la gentil Granada.
Sus padres, el médico, Rafael y Dolores que tiene una preciosa niña de un mes sobre sus rodillas, acompañan a la joven cuyo rostro colorea el fuego de la calentura y cuyos ojos, rodeados de un círculo azul brillan con el fulgor celestial que les comunica el alma que ya ha desatado todos los lazos que la unían a la materia, para volar a otro mundo mejor.
De pronto se incorpora la enferma y dirigiéndose a ellos con voz débil y dulce sonrisa les dice.
—Dispensadme pero quisiera hablar un momento a solas con Dolores.
Todos se apresuraron a dejar la estancia silenciosamente y entonces cogiendo la mano de su amiga le dice:
— Dolores, mi vida toca a su fin y no quiero morir sin que sepas que te amo tanto que te la sacrifico, óyeme, la tarde que me confiaste tu amor a Rafael y solicitaste mi ayuda sentí por vez primera penetrar en mi pecho el aguijón de la enfermedad que me lleva al sepulcro; pero me juré sacrificarme por tu dicha... Rafael creía amarme me... hubiera amado... pero yo rechacé su amor y le hice conocer el tuyo... No te aflijas, no llores tú hubieras hecho lo mismo en mi lugar... quizás más... porque a mí me faltó el valor para estar en tu boda y pretextando mi enfermedad me ausenté por no ver tu dicha que me colmaba de alegría y me atormentaba al mismo tiempo ¿Comprendes esto? Así que todo estuvo consumado mi dolor fue terrible, había perdido a la vez el amor y la amistad, no podía odiar a la que me robaba el corazón de Rafael y sentía crujir dentro de mi cerebro el eco de las frases de amor que te prodigaba ... y que yo... ¡yo misma! te había cedido.
Tus cartas en que me pintabas su cariño y tu dicha, eran puñales que me atravesaban el alma, hasta que viéndome sin fuerzas para sufrir extenuada y próxima a morir quise verlo otra vez y por eso vine a ser madrina de vuestra hija.... Perdóname, Dolores, y en cambio de mis sufrimientos concédeme un favor que voy a pedirte, porque conozco tu alma... No le reveles mi amor pero haz...... que deposite una flor en mi tumba... y un beso en mi frente..., cuando muera, y moriré feliz.
No sientas celos... él te ama, se feliz... y haz que no me
olvide y me recuerde al nombrar a tu pequeña María.
—María, María de mi alma ¡Ay! si yo hubiese sabido tu martirio yo me hubiera sacrificado por ti, me vuelvo loca y estoy a punto de maldecir una dicha comprada con tu vida cuando daría mi sangre por ti.
—No te aflijas, tenía que suceder esto a una de las dos la suerte me ha designado a mí, cuando dos almas hermanas se unen es el cielo, la paz, la dicha, el paraíso en la tierra como lo has encontrado tú; y cuando un obstáculo insuperable se levanta entre ellas, cuando su unión es imposible; entonces la vida es un infierno, la materia se aniquila y la muerte es la libertadora que desatando al alma de los lazos que la sujetan le permite ir a unirse con el ser querido, vagando a su alrededor y gozando el placer de confundirse con él de un modo ignorado.
***
Ocho días después se hubiera podido ver a Rafael y Dolores vestidos de luto, arrodillados sobre la tumba de María, cuya alma inundada de placer oiría sus oraciones desde el pie del trono del Altísimo, esperando el momento en que fueran a reunírsele para confundirse con ellos en la patria de las almas que se aman y sufren en la tierra. |