Carmen de Burgos y Segui en AlbaLearning

Carmen de Burgos y Seguí "Colombine"

"El suicida asesinado"

Capítulo 1

Biografía de Carmen de Burgos y Segui en AlbaLearning

 
 
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Música: Liszt - La Cloche Sonne
 
El suicida asesinado
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I

Los golpecitos discretos, dados con los nudillos en la puerta de su cuarto, lo despertaron, como todas las mañanas, anunciándole que eran ya las diez.

Manuel se sentó en la cama a tomar el desayuno que le traía la criada en la bandeja de metal, mientras ella abría la ventana, por la que entró el sol, alumbrando toda la habitación.

—No tanto... no tanto—suplicó con los ojos aun medio cerrados.

—Así—indicó cuando la luz estuvo más velada.

La sirviente recogió los zapatos para llevarlos a limpiar y le preguntó, como quien tiene la seguridad de que el dormilón no ha de levantarse aún:

—¿A qué hora lo llamo?

—A las once.

Dejó la bandeja sobre la mesilla de noche, cuando la mujer hubo salido, y tomó el "Diario de Noticias", que le había dejado sobre la cama.

Tendido, empezó a pasar la vista por las columnas del periódico, antes de volver a dormirse, ensoñorrado y con escaso interés.

De pronto su rostro se animó, se incorporó y volvió a comenzar de nuevo el suelto que le había hecho estremecerse:

"LOS MISTERIOS DE LA BOCA DEL INFIERNO"

Leyó:

"Cascaes, 20.—Continúan llegando gentes de Lisboa y de los pueblecillos cercanos para ver el cadáver encontrado cerca de la "Boca del Infierno". Son conmovedoras las escenas que se desarrollan entre las personas que acuden inquietas y temiendo reconocer en el infortunado alguno de sus deudos, pero el cadáver aun no ha sido identificado."

El sueño de Manuel se había desvanecido por completo con aquella lectura.

Se echó fuera de la cama. Llamó al timbre y pidió los zapatos y el agua caliente, con no poca sorpresa de la camarera, que conocía su pereza. Aquello era inusitado en él. Manuel se vistió rápidamente. Desde que llegó a Lisboa, del Algarve, soñaba con que se presentase un servicio policíaco en que él se pudiera lucir, descubriendo uno de esos misterios que resultan casi impenetrables, y que hacen la reputación de un detective.

Le habían ya llamado la atención muchas veces aquellos sueltos de cadáveres encontrados en la proximidad de "La Boca del Infierno", en Cascaes, y en toda la Rivera donde los conducían las olas.

Se fue a su pupitre, buscó entre sus papeles y sacó un cuaderno lleno de recortes, que se metió en el bolsillo. Una hora después estaba en presencia del Director General de Policía.

—¿Qué hay?—le preguntó éste; mirándolo por cima de sus gafas.

—Acabo de leer este suelto.

Extendió ante su jefe el "Diario de Noticias". El Director le dirigió una rápida mirada y respondió:

—Sí, ya lo he visto.

—¿Y no cree usted que aquí hay oculto algún crimen?

—No... Algún imprudente que se acercó demasiado a la orilla o que se arriesgó demasiado lejos con la baja marea. Estos días tiene lugar una de las dos más alta mareas del año. El equinoccio de Primavera. Ayer tenía el Tajo cerca de cinco metros más de altura. Una enormidad.

—¿De modo que usted lo cree un accidente?

—Casi me atrevo a asegurarlo. Además el mar estos días ha estado bravio. Quizás algún marinero.

—Eso no.

—¿Por qué no?

—Mire usted.

Mientras el Director hablaba, él había leído un suelto de "O'Seculo."

"La chaqueta de pana encontrada cerca de "La Boca del Infierno" se ha comprobado que. no pertenece al cadáver. Este continúa sin identificar, viste ropas finísimas, pantalón de paño azul marino. Su camisa está marcada con las iniciales F. M. y todo indica que se trata de un hombre distinguido.

Hay quien cree en la posibilidad de un crimen, y no falta quien recuerde la frecuencia con que en estos últimos tiempos aparecen cadáveres en ese lado de la costa. Esperamos que la policía tratará de descubrir lo que ya comienzan a llamarse "Los Misterios del Infierno de Cascaes".

El Director sonreía.

—Sí... ya había leído eso, y más abajo puede usted encontrar un suelto más interesante aún. Relaciona este hecho con el hallazgo del cadáver de un hombre y una mujer que aparecieron hace cosa de un mes en "Cae Agua", y habla de que un madrugador, que salió de pesca con un amigo suyo antes de ayer, vio dos hombres sospechosos que salían del Infierno y que al verlos echaron a correr y se ocultaron, saltando la tapia de la posesión cercana. Según el articulista debían ser los asesinos.

—¿Y cómo no toma usted esto en consideración?

—Porque sé hasta qué punto exagera las cosas la fantasía.

—¿Podía no equivocarse?

—No es fácil. Es usted muy joven aún. A mi edad, después de mis años de experiencia, no nos dejamos llevar fácilmente de impresiones novelescas, que la mayor parte de las veces no tienen razón de ser.

Se exaltó el joven.

—Pero yo creo que es mejor equivocarse que exponerse a que un crimen quede impune.

—¡Indudablemente!

—Por eso quisiera que me confiase usted la misión de investigar en ese suceso.

—Es lástima que una persona tan inteligente como usted pierda el tiempo en eso; cuando tenemos tantas cosas en qué emplearlo.

—Es que me dice el corazón que descubriría algo.

—Bien... si tiene usted tanto empeño...

—Sí. Me apasiona la identificación de esos cadáveres arrojados por el mar a la playa. Son los que menos preocupan a la gente ni a la policía. Si los asesinos fuesen sagaces, echarían siempre todos los cadáveres al mar, y ya podrían contar con la impunidad en un noventa y nueve por ciento de casos.

El jefe se sonrió de la deducción del joven.

—Tal vez no le falte a usted razón—dijo.

—Vea usted—añadió el joven—qué poco apasiona el misterio de un muerto en el mar, en comparación con cualquier asesinato en la tierra. Qué diversa es la impresión general ante un cadáver que arroja el mar y un cadáver que se encuentra en un vagón de tren, en una calle, o en su propia casa.

El Director estaba convencido.

—Sí, realmente—murmuraba.

—Es que—siguió Manuel—parece que el mar arroja cadáveres tan habitualmente como madera y pedazos de corcho. Nos parece que los asesinados en el mar no tienen más asesinos que el mar mismo: un irresponsable. Es como si él les causara todas sus heridas, los despojase de todas sus ropas y les quitase todas sus ropas.

—Bien, bien—atajó el Director—. Si tanto le interesa eso, averigüelo usted. Tiene usted mi autorización. Evidentemente es cierto que deben quedar muchos crímenes de esa clase impunes. El mar no deja huellas. Lo lava todo. Hasta el crimen.

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