Si al buen Sr. Leuthreau, tratante en bestias, le hubiesen asesinado en los Balkanes, el hecho sería naturalísimo. Pero morir a martillazos en un tren de París a Auxerre es para escamar a todos los viajeros ferroviarios. Otros asesinatos en trenes se cometieron antes del referido; pero nadie pudo enterarse hasta que el cadáver llegó a la estación donde moría el tren. El caso actual es muy distinto. El Sr. Leuthreau viajaba en coche de segunda, unido a otros coches por corredores bien alumbrados, y el asesino no tomó siquiera la precaución de tapar la lámpara del coche, como tampoco la de cerrar la portezuela que comunicaba con el corredor, desde el cual le vieron perfectamente otros viajeros.
Uno de ellos, el Sr. Cadet, que presa de insomnio, entró en el corredor y salió de él varias veces, vió distintamente al Sr. Leuthreau, echado en los cojines y teniendo enfrente a su asesino. Más tarde, recogido el Sr. Cadet en su coche, vecino del que ocupaba el señor Leuthreau, oyó gritos sofocados y estertores de agonía, y cuenta el mismo Sr. Cadet que, suponiendo que el viajero se había puesto malo, pensó ofrecerle una copa de aguardiente, del que llevaba consigo, habiendo desistido de la idea porque inmediatamente después de los estertores hubo un silencio sepulcral!
El Sr. Cadet pudo suponer asimismo que el cesar los estertores era consecuencia de haber pasado el viajero a mejor vida que la que se lleva en trenes con vistas al asesinato; pero prefirió pensar que al viajero se le había quitado el dolor, que él supuso de tripas, y que, en realidad, era de los coscorrones que le habían dado en la cabeza con un martillo.
Como se ve, la audacia de los asesinos modernistas raya en lo inverosímil. Ya no trabajan en la obscuridad, a la chita callando y en despoblado, sino con luz eléctrica, en coches con las puertas abiertas y frente a pasillos donde otros viajeros charlan y fuman.
Ahí tiene usted una de las razones por las que yo he desistido de viajar. La idea de que mi compañero de viaje me esté acechando, con un martillo en ristre, para hacerme papilla los sesos en cuanto pegue el ojo, la verdad, no me gusta, y que le tomen a uno la cabeza de tachuela para andar con ella a martillazos constituye un género de muerte poco decoroso.
Los asesinatos en coches ferroviarios empiezan ya a ahuyentar el sueño de los párpados más cansados. Raros son los viajeros que se atreven a dormitar en un rincón de un coche, y siendo así que la velada se impone como medida de seguridad individual, las Compañías ferrocarrileras tendrán que establecer, para los viajes nocturnos, salones de baile y juego, donde los viajeros pacífico, pasen la noche, mientras los que pensaron asesinarles les esperen, sentados, en los coches, con sus respectivos martillos. |