Dígase lo que se quiera, la historia de España en los últimos veinticinco años ha sido representada en Europa por el trasero de la Otero. La historia de su nalgatorio, zarandeándose en molinete por toda Europa, es la historia de la actualidad española. El europeo recuerda que todavía existe España cuando sigue con la vista el nalgatorio de la Otero, aprisionado en gasas que reflejan los colores de nuestra bandera, y al aplaudir el nalgatorio, aplaude el símbolo de lo único hermoso que da el país. Todavía tenemos nalgas alegres, flexibles y ondulantes... ¡Todavía hay Patria!
Esa bailarina puede decir que se ha pasado por entre las piernas toda nuestra historia contemporánea. Ella es la única personalidad que ha arrancado espontáneos y sinceros vivas a España en el extranjero.
El pueblo francés no conoce nuestros políticos ni nuestros literatos; pero conoce a la Otero. No hay un solo periódico francés que escriba a derechas los apellidos de nuestros grandes hombres; pero todos los periódicos franceses saben escribir Otero. Y la Otero, aunque tirada por los suelos, resulta ser la más alta personalidad española en Europa.
Pienso en ello recordando la anunciada boda de nuestra ilustre compatriota, porque ella merece, mucho más que los Cánovas, una estatua, y yo, que no apruebo la proyectada conmemoración de la guerra de la Independencia -cuyas batallas no fueron ganadas por nosotros, sino por los ingleses-, aprobaría que se dignificase la boda de la Otero con una procesión cívica en Madrid, figurando en ella lo más granado de la villa y corte.
-Soy franca como buena española -ha dicho altivamente la Otero- y, encarnando el carácter nacional, ha estado admirable en sus primeras entrevistas con el novio.
Al señor René Wepp le dijo cuando fue a pedirle la suave mano:
-Puesto que usted, según dice, hace cuatro años que me ama por mi retrato, yo le aconsejaría que continuase amándome en fotografía. Cásese usted con mi retrato; de ese modo no tendrá usted historias ni arrepentimientos, mientras que casándose conmigo yo no garantizo nada, nada...
Y el señor Wepp -que no es un cabrito con toda la barba, sino un inglés reflexivo-, quedó encantado de tan hidalgo lenguaje.
La Otero es, por otra parte, la única personalidad española que ha practicado el anticlericalismo en el extranjero.
En una soirée que dio en Jueves Santo, alguien le dijo:
-Yo la suponía a usted católica a macha martillo. ¡Como envía usted tantos trajes a la Virgen del pueblo!...
Y la Otero, riendo:
-Hombre, tiene la mar de gracia. ¿Qué quiere usted que les haga yo a aquellos brutos, entre los cuales, al fin y al cabo, he de vivir? Después de todo, a mí me dan mucha lástima cuando pienso que me llenan de bendiciones porque les mando trapos de desechos de mis Juergas para vestir a la Virgen.
La Otero es un carácter, y como lo más visible del carácter de ella es su trasero de bailarina, debemos honrarlo en esta ocasión, honrando las glorias patrias...
Es un trasero sagrado, aunque ha escurrido la lujuria de todo el mundo en sábanas de encajes. Él inspira lo mismo que inspiraron los pies de Santa Teresa, «resplandecientes como nácar y olorosos a azamboas», cuando los devotos de la santa invitaban al público diciéndole:
-Lleguen, lleguen y huelan... |