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Biografía de María Luisa Bombal en wikipedia | |
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Música: Mendelssohn - Lied ohne Worte Op.62 No.l (Andante espressivo) |
La amortajada
(Continuación) |
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El verano declinaba. Tormentas jaspeadas de azulosos relámpagos solían estallar, de golpe, remedando los últimos sobresaltos de un fuego de artificio. Una tarde, al aventurarme por el camino que lleva a tu fundo, mi corazón empezó a latir, a latir; a aspirar e impeler violentamente la sangre contra las paredes de mi cuerpo. Una fuerza desconocida atraía mis pasos desde el horizonte, desde allí donde el cielo negro y denso se esclarecía acuchillado por descargas eléctricas, alucinantes señales lanzadas a mi encuentro. —"Ven, ven, ven"— parecía gritarme, frenética, la tormenta. —"Ven"— murmuraba luego, más bajo y pálido. A medida que avanzaba me estimulaba un dulce y creciente calor. Y seguía avanzando, solamente para sentirme más llena de vida. Corriendo casi, descendí el sendero que baja a la hondonada donde las casas se aplastan agobiadas por la madreselva, mientras los perros subían, ladrando, a buscarme. Recuerdo que me eché extenuada sobre la silla de paja que la mujer del mayordomo me ofreció en la cocina. La pobre hablaba a borbotones...—"¡Qué tiempo!" "¡Qué humedad!" "Don Ricardo llegó esta tarde". "¡Está descansando". "Ha pedido que no lo despierten hasta la hora de la comida". "Tal vez será mejor que la señorita se vuelva a su fundo antes de que descargue el aguacero..." Yo sorbía el mate e inclinaba dócilmente la cabeza. "Don Ricardo llegó esta tarde". ¿Tan ligados nos hallábamos el uno al otro que mis sentidos me habían anunciado su venida? No te molesté, no. Conocía tus agresivos despertares. Me volví precipitadamente, bajo las primeras gotas de lluvia. Pero a medida que te dejaba atrás, durmiendo, a medio vestir, en un cuarto con olor a encerrado, sentía disminuir la dulce fiebre que me golpeaba las sienes. Tenía las manos yertas, tiritaba de frío cuando me senté a la mesa frente a mi padre enardecido... "Estaba escrito que me retrasaría siempre. Tres veces había sonado el gong. Si Alicia y yo no hacíamos más que "flojear", mis hermanos y él trabajaban a la par de los peones... necesitaban comer a sus horas. ¡Ah, si nuestra madre viviera"..." El día siguiente me lo pasé esperándote. Porque tuve la ingenuidad de pensar que volvías por mí. Caía la tarde y estaba recostada en la hamaca cuando sentí el latido avisador. Me incorporé, eché a andar y nuevamente empujó en mí ese florecimiento de vida. Y era detenerme y detenerse, también, estacionarse en mí, esa alegría física. Y aletear otra vez con ímpetu no bien apuraba el paso. Y así fue como mi corazón —mi corazón de carne— me guió hasta la tranquera que abre al norte. Allá lejos, a la extremidad de una llanura de tréboles, bajo un cielo vasto, sangriento de arrebol, casi contra el disco del sol poniente divisé la silueta de un jinete arriando una tropilla de caballos. Eras tú. Te reconocí de inmediato. Apoyada contra el alambrado pude seguirte con la mirada durante el espacio de un suspiro. Porque, de golpe y junto con el sol, desapareciste en el horizonte.
Esa misma noche, mucho antes del amanecer, soñaba... Un corredor interminable por donde tú y yo huíamos estrechamente enlazados. El rayo nos perseguía, volteaba uno a uno los álamos — inverosímiles columnas que sostenían la bóveda de piedra; y la bóveda se hacía constantemente añicos detrás, sin lograr envolvernos en su caída. Un estampido me arrojó fuera del lecho. Con los miembros temblorosos me hallé despierta en medio del cuarto. Oí entonces, por fín, el aullar sostenido, el enorme clamor de un viento iracundo. Temblaban las celosías, crepitaban las puertas, me azotaba el revuelo de invisibles cortinados. Me sentía como arrebatada, perdida en el centro mismo de una tromba monstruosa que pujase por desarraigar la casa de sus cimientos y llevársela uncida a su carrera. —"Zoila" — grité; pero el fragor del vendaval desmenuzó mi voz. Hasta mis pensamientos parecian balancearse, pequeños, oscilantes, como la llama de una vela. Quería. ¿Qué? Todavía lo ignoro. Corrí hacia la puerta y la abrí. Avanzaba penosamente en la oscuridad con los brazos extendidos, igual que las sonámbulas, cuando el suelo se hundió bajo mis pies en un vacio insódito. Zoila vino a recogerme al pie de la escalera. El resto de la noche se lo pasó enjugando, muda y Ilorosa, el río de sangre en que se disgregaba esa carne tuya mezclada a la mia... A la mañana siguiente me hallaba otra vez tendida en la veranda con mis impávidos ojos de niña y mis cejas ingenuamente arqueadas, tejiendo, tejiendo con furia, como si en ello me fuera la vida. |
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