PERSONAJES
Paula. Sra. Valverde. Su hija. (No habla). La doncella.
MONÓLOGO
Habitación de planta baja.—Al través de las ventanas abiertas, se ve un jardín.—Sobre un entredós, fotografías.—En primer término, mesa, sofá, butacas.—Puertas laterales.
ESCENA ÚNICA
PAULA, por la puerta interior, hablando con una DONCELLA.
PAULA: Entre, entre la Caja... (Entra la doncella con la caja). Colóquela ahí. (La doncella coloca la caja sobre la mesa. Esta caja será grande, ligera, de las que usan las modistas para llevar la obra. La doncella se va en cuanto deja la caja. Paula se acerca y destapa la caja, mirando lo que hay dentro.) AqUí está... ¡Divino! ¡Un sueño! Si parece que no lo han tocado manos... (Vuelve a cerrar la caja y se adelanta hacia el público). ¿Son ustedes capaces de guardar un secreto? ¿Los caballeros también?
Pues les contaré la historia de ese vestido de boda que acaban de traer de casa de la célebre modista madame Palmira Lacastagne... ¡una eminencia del arte de los pingos!
Era yo una muchacha, y no mal parecida... Sí, Señor. (Volviéndose hacia cualquier punto del teatro). No ponga usted esa cara de asombro, que todos tuvimos nuestros quince... Una muchacha hasta bonita... ¿Qué se había usted figurado? Conservo retrato al daguerreotipo.
Vivía con mi madre y dos hermanitas; mi padre viajaba y negociaba: le veíamos poco. Un día mí madre nos abrazó más fuerte que de costumbre... Os habéis quedado sin padre, pobrecillas mías, y además nos amenaza la miseria. Yo tengo un genio... así... un genio de no achicarme... aunque se me venga la casa encima. "No te apures, mamá —la dije—ya brujulearemos..." La verdad es que maldito si sabía cómo ni por dónde...
¡Qué cosas pasan en el planeta! ¡Y qué de lagartones andan sueltos por él! Había cierto señor senador que visitaba mucho nuestra casa... Rico, respetable, según decían... ¡y con más espolones que la Marina de guerra! Pues cátate que mi madre, enferma, necesitada, tuvo que pedirle por amor de Dios una pequeñez... Fui yo a llevar la carta... ¡Para escena, aquella! Tengo las manos chicas... pero lo que es la bofetada... debió de oirse en el Senado de Washington!... Salgo de allí, que se podía encender un fósforo en mis carrillos... En la escalera tropiezo con una oficiala de modista, que subía un lío de obra en un pañolón. Inspiración fulminante... "Lío por lío, vengan éstos." Me di un cachete en la frente; recordé que cuando éramos ricos y felices me alababan el chiste y garabato que tenía para inventar hechuras y adornos; me presenté en un taller; me despabilé en el trabajo, y así que supe el oficio, recorrí una por una las casas de nuestros ex-amigos para lograr que me prestasen—a réditos—unas cuantas pesetas. ¿Objeto del empréstito? ¡Ah!... Yo había discurrido un enredo, que ni los del repertorio de Lara... ¿A que todas las señoras van adivinando ya?... Como que no habrá ni una entre este escogido auditorio, que incurra en la vulgaridad de tener modista española... ¡Eso de modista francesa viste, tanto! Casi viste más que el traje, sobre todo si el traje es de soirée... de los que llevan postigos, ventanas y hasta galerías... Se llena uno la boca diciendo: "Este deshabillé me lo hizo la Chupandinó! Sobre todo entonces, que aún no se habían inventado las modistas del sexo feo... ni las elegancias a la inglesa, género marimacho! Figúrense ustedes que yo me llamaba Paula Castañar: una ordinariez... con un nombre así, no se va a ninguna parte. Lo traduje... libremente, y apareció en un piso de la calle de la Montera un rótulo en letrazas doradas que rezaba: "Madame Palmyre Lacastagne. Robes et costumes". Después hubo maridos paganos que me pusieron de mote: "Roba por costumbre..." Pero yo les juro a ustedes que no abusaba, no, que no abusaba... ¡Ah! De manera que ese traje... que está ahí... ¿lo hizo usted? ¿Usted misma...? leo en la cara de varios señores. ¿Y cómo es que... y en qué consiste?... Verán... Muy sencillo... Sí, era yo misma. Con el francés que chapurreaba, un peluquín zanahoria, y unos modos muy insolentes y despreciativos que adopté, modista parisiense perfecta. Mi primer movimiento era mirar por encima del hombro a las señoras que venían a preguntar precios; recorrer de una ojeada de arriba abajo su traje, con el aire del que dice: "Valiente cursi abatida estás tú; parece que te vistieron tus enemigos; no sé si debo dignarme hacerte ropa." Y cuanta más impertinencia en mí, las parroquianas más tiernas, más blandas, más abiertas de bolsillo. Me echaban memoriales, me lo sufrían todo. Volvía yo en primavera de París, con alijo de novedades, y empeñaban sus diamantes antiguos, hipotecaban sus fincas, para comprarme moños... ¡Qué señoras tan buenas! Eran como toros claros y sencillos, que acuden derechos al engaño del trapo. Y pagaban, pagaban... Petardos y pufos hubo también, y algo de aquello de: "si la señora Vizcondesa o la señora Generala no está en fondos, pasaré la facturita al señor Vizconde o al señor General..." Pero lo cierto es que antes veía yo el color del dinero de ciertas tramposas que el médico o el panadero... o el maestro de los niños. ¡Hay cada historia en Madrid!... ¡Si hablasen los trapetes; si algunos metros de terciopelo que yo me sé, pudiesen escribir sus memorias!...
Ya les he advertido a ustedes que no me gustaba abusar; sólo que si madame Lacastagne cobrase una miseria, vamos, no estaría ni en carácter... carecería de verosimilitud... De modo que a fuerza de tiempo reuní... pch... poca cosa... mis accioncitas del Banco, mi Exterior, este hotel con jardín... ¡Me muero por las flores! Y sobre todo... mi madre pudo pasar sus últimos años rodeada de bienestar... casé a mis hermanas... me casé yo también... con un pillo redomado, por más señas, que afortunadamente... ¡ay, Jesús, qué barbaridad! desgraciadamente, se fue pronto al otro mundo... dejándome una chiquilla... mi nena, mi tesoro... una monada, una clavellina de Mayo... ¿Ven ustedes? Ya tengo que limpiarme la baba... pero no crean que hablo así por pasión, no Señor. (Tomando una fotografía de encima del entredós.)
A ver, contemplen esta efigie, y digan si no es un sol la chiquilla. (La besa) ¡Uy, qué rica! ¡Monina! Te comería tu mamá... Sí, yo soy una boba, una chiflada, como todas las madres... Que me regañen las que están presentes, que me tiren la primera piedra... ¿A que no? ¡Quiá! Si este beso les ha resonado a todas en las entrañas!
Pues desde que nació la chiquita... se me puso a mí entre ceja y ceja que fuese una señorita por todo lo alto; no la hija, y menos la sucesora de madame Lacastagne. Convenido; una manía... porque el trabajar no deshonra... Es decir, no debía deshonrar... Y, sin embargo, ahí verán ustedes: la gente es tan particular, que da más consideración al que se pasa la vida tumbado a la bartola... ¡Cuánta farsa! ¡Qué fantasmona es la sociedad! Si mi niña aparece como hija de una modista, no la hubiese pretendido un diputado, y de tanto porvenir como el que va a ser mi caro yerno dentro de pocas horas... ¡Ah, sí! Mañana es el día solemne... ¡y estoy tan conmovida... tan aturdida... de alegría! Se acabó para la chiquilla el convento; va a venir; la espero; la tendré siempre a mi vera, placer que sólo he disfrutado en los veraneos, cuando podía permitirse vacaciones madame Palmyre... y con vertirse en Paula Castañar... En los viajecitos conmigo conoció a su futuro... Desde hoy madame Palmyre no existe... vivo al lado de mi hija... y probablemente muy pronto... de... de... (Hace ademán de llevar en brazos y mecer a un chiquitín.) ¿Si chochearé? ¡Qué risa! (Llora cómicamente.)
Hace pocos días... una tarde que fui al convento... ¡qué coincidencias! la chiquilla me dijo así: "Me gustaría que mi vestido de boda lo hiciese madame Lacastagne... ¡Dicen que hace maravillas!" Y aquí me tienen ustedes desde entonces, con fiebre artística, preparando el traje, que ha salido... una creación. ¡Qué nítida blancura; qué mezcla de reflejos de luz y de tonos mates, qué orlas de nieve y de espumas, para servir de marco a la cara de cielo de la novia! ¡Si yo fuese poeta! ¿No tiene mucho de poesía un vestido así? ¿Un vestido que simboliza las ilusiones de un alma virgen? ¡Vaya! Podría componerse un poema... algo fiambre, porque ahora no se lleva lo sentimental... eso lo sabemos bien los que entendemos de modas... Lo único nuevo que habrá aquí, será que al ponerse la novia su ideal vestido, no sospechará que entre las perlas que lo recaman puede haberse cuajado una lagrimita mía... de gozo... y también de miedo... porque las bodas asustan... pueden traer cola! ¿Si a la chiquilla le saliese como a mí? ¡No quiero ni pensarlo! Fuera temores; que llegue la novia cuanto antes y admire el traje simbólico, adornado con los azahares de su inocencia... No, y también van a admirarlo ustedes: se lo enseñaré... ahora ya no es reclamo... (Va hacia la caja y hace ademán de abrirla y sacar lo que contiene.)
DONCELLA: (Saliendo precipitadamente.) Señora... la señorita... ahí viene... Acaba de entrar...
(Se la ve pasar por detrás de las ventanas. Paula deja la caja y corre a abrazar a su hija, pero antes exclama adelantándose hacia el público.
PAULA: Más vale que vean la novia que el vestido; cualquiera hace un traje, pero esto sólo Dios... (Señala a la novia que pasa). No me den ustedes un disgusto en momentos tan dichosos... ¡Vamos! Un solo aplauso... para las modistas.
TELÓN RÁPIDO |