En 1539 se publica, junto con otras obras del autor, el Menosprecio de Corte y alabanza de aldea, de Fray Antonio de Guevara. Se nos dice que hasta 1592 no se publica, por separado, el librito. No lo creo; tengo en la mesa un ejemplar de letra gótica, en octavo menor, de sesenta y dos folios. Le falta el prólogo; no creo que sea el volumen de fines de la citada centuria. El libro de Guevara, como su título indica, es elogio de la aldea y vituperio de la Corte. La Corte, en tiempos de Guevara, no residía en población fija; andaba errante de una ciudad en otra. Las incomodidades de esta divagación por España, para los cortesanos, saltan a la vista; las pinta Cristóbal de Castillejo, cortesano también, en uno de sus poemas. No hay que considerar, pues, de una parte, la errabundez penosa de los cortesanos, y de otra, la estabilidad sosegada de los aldeanos. No se trata aquí, propiamente, de aldeanos, sino de esos mismos señores, continuos en la Corte, que se retiran a una casa que ellos, con todas las comodidades, las que se podían tener en aquel tiempo, poseen en la aldea.
Guevara nace en 1480 y muere en 1545. Conoce Avila, Soria, Arévalo, casi toda Castilla la Vieja; ha vivido en Valencia. Al escribir su libro, ha atesorado ya experiencia del terreno de España, del paisaje de España. Si se examina de cerca el libro, advertimos que la parte dedicada a la crítica de la Corte es mucho más extensa y circunstanciada que la consagrada a la aldea: diríase que el autor, inveterado cortesano, hace el elogio de la aldea a contrapelo. En la aldea, realmente, no ha vivido Guevara. En la aldea, en el caserío, en la casería, lo que domina, naturalmente, es el trabajo del campo. No vemos, en el libro de Guevara, a los labriegos, a los labrantinos, a los labradores, en sus tierras, en sus faenas. En el elogio de la aldea, lo principal de ella, el trabajo de los campos, está ausente. En los parajes de España en que ha vivido Guevara se cultivan los cereales, la viña, el olivo, principalmente. Guevara hace una excepción a favor de la vid: nos entera—sin que veamos al viñador, al viticultor—de todas, o casi todas, las operaciones atañederas al cultivo de la vid. Son éstas: plantar, binar, «cubrir y descubrir»—no se qué operaciones son éstas—, cercar, bardar, regar, estercolar, podar, sarmentar, vendimiar. He dicho casi todas, porque, a mi parecer, faltan dos: entrecavar, mugronar. El Diccionario admite mugrón, pero no acepta el acto de utilizar los mugrones, «mugronar». El aceite no lo nombra el autor sino una sola vez, con un motivo histórico: Plauto tenía, entre otros oficios, el de «vendedor de aceite». España es un país olivarero. Don Zoilo Espejo, autoridad en la materia, en su libro Cultivo del olivo (Madrid, 1898) nos dice que de las cuarenta y nueve provincias de España, en treinta y tres no se da el olivo; las demás lo cultivan. No vemos los trigos en el libro de Guevara; se nos habla del pan que podemos comer en la aldea: tierno, «fofo», blanco como la nieve; el pan fofo, esponjoso, es excelente; podemos comerlo también en la Corte. El pan reciente es delicioso; pero hay quien lo prefiere del día anterior, sentado, duro, sin ser enteramente duro. De los otros dones del campo apenas si habla el autor. Menciona las «brevas tempranas»; habla de «escamondar los almendros». Desde el punto de vista agrícola, la loanza de la aldea se reduce a bien poco; en la aldea no se trabaja. El señor que se ha retirado de la Corte vive en su casa, apartado del trabajo, sin labradores que le cerquen.
Son muchos los laudes de Guevara a la aldea; muchos los improperios a la Corte. Hay, sin embargo, en el libro un solo elogio a la Corte que contrapesa todas las loanzas a la aldea. Nos dice Guevara que en la Corte, el morador en ella «no habrá hombre que le pida cuenta de su vida, ni aun le diga una mala palabra». En el caserío, con escaso vecindario, todos nos están acechando; todos espían nuestros menores movimientos, nuestros más leves pasos. Lo que parlemos, comentado será en voz baja, malignamente, por nuestros convecinos. En una palabra, y para ser claros: la gran corruptela, la mancilla indeleble de la aldea, es la maledicencia, la detracción. Hemos ido al caserío en busca de soledad, de sosiego, y nos encontramos con cien ojos que nos miran, con cien oídos que nos escuchan. No lo decimos nosotros; lo ponemos a cargo de Guevara. A cada cual lo suyo. Nosotros, sin que sea alabarnos, no somos tan suspicaces. Hoy, con el automóvil, con la radio, con el cine, se han borrado las diferencias entre Corte y aldea. Podemos, si podemos, tener un cine; la radio nos pone en comunicación con todo el planeta; con nuestro automóvil, si lo tenemos, nos ponemos, en un dos por tres, en la Corte o en la ciudad que deseemos. Y en Madrid, en París, en Buenos Aires, podemos comer, en toda época del año, frutas de todas las estaciones, lozanas y en sazón.
Azorín. Zorrilla, 19.
MADRID
Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 122 (febrero 1960), pp. 147-148 |