Pues, señor, como era el día de Año Nuevo, Papá Noel trajo muchos juguetes para Botón Rompetacones, para su hermana Azulita, siempre con su lazo de mariposa en la cabeza, y para las amigas y los amigos que jugaban por el jardín alrededor del árbol de Noel. Solo era viejo en la casa el aro que Azulita tenía para recorrer los paseítos curvos de los parques.
Los niños habían estado jugando con el balón; las niñas, dando de comer a sus muñecas piedrecitas suaves y redondas del río, y otros corrían detrás del viejo aro de aquel jardín.
De pronto apareció la madre por una ventana como un muñeco de guiñol, y les gritó alegremente:
-¡Niños, que ya está el chocolate en la mesa!
Los chicos corrieron como gorriones, y al poco rato se hizo el silencio, porque estaban mojando el pan frito en el chocolate, y llenándose la cara de churretones.
Como el jardín estaba muy bonito, y el atardecer era precioso, los juguetes de Papá Noel pusiéronse a hablar; y el balón, con esa voz metálica que tienen los balones de reglamento cuando botan, exclamó:
-A mí me gusta mucho jugar con estos niños, pero me pegan cada puntapié...
Entonces una muñeca, con voz como de flor, les dijo:
-Pues yo me pasaría todo el día jugando con Azulita y sus amigas.
Y ya puestos a conversar, todos dijeron al viejo aro:
-Anda, cuéntanos tu vieja historia, que será muy curiosa. Nosotros somos nuevos, y no tenemos ninguna historia que contar...
Todos los juguetes hicieron corro alrededor, y el aro empezó así:
-Yo he nacido en este jardín, y cerquita, muy cerquita de una rosa que tenía un perfume maravilloso.
-¡Ay!, ¿y cómo tuviste un nacimiento tan romántico?
-Pues porque nací de un libro que estaba leyendo Azulita en el jardín; yo era el punto de una «i», en un libro de cuentos de Grimm.
-¿Tan chiquitito eras?
-Tan chiquitito y redondito. Luego aumenté un poco más de tamaño, y era una «o» minúscula en un libro de cuentos de Perrault. Pero como seguía ascendiendo, llegué a ser una «O» mayúscula en un mapa-mundi que Azulita tenía en su cuarto de estudio. Yo era la «O» del Océano. Entonces me pasó una cosa: que de tanto estar en el mar, cogí reuma y cambié de profesión; como era un poquito mayor, me hice anillo; pero no una sortija de esas de mucho lujo que les gustan a los señorones y a los salvajes, sino un sencillo anillo de boda; de modo que me emplearon en la boda de una tía de Azulita Rompetacones, que se casaba con un heroico militar al que le faltaba una pierna que se dejó en las guerras malditas.
Fui feliz unos días; pero seguí creciendo, y una tarde, cuando menos lo pensaba, me escurrí de su dedo, me caí en un charquito de lluvia, y no me pudieron encontrar.
-Y qué ¿te volvió a dar reuma? -preguntó un polichinela de juguete, que era un poco burlón.
-No, pero con tanta agua me puse blanducho y los que me encontraron, no sabiendo qué hacer conmigo, me emplearon como anillo de goma para los paraguas.
Me tocó ir con un señor filósofo: uno de esos sabios distraídos que se dejan el paraguas en casa los días de lluvia y lo sacan a la calle los días de Sol; uno de esos sabios que en sus conversaciones con otros caballeros aburren mucho a los niños y a los juguetes. Así es que me cansé y una vez que pude escapar salí rodando, rodando, rodando, y me metí en una tienda de juguetes. ¡Vivan los niños!
Cuando me vieron tan redondito, en seguida me dieron empleo; me pusieron en el cartel del precio de un caballo de cartón que costaba diez pesetas. Yo era el cero. Pero seguí creciendo, y una vez que se rompió la rueda de un carrito, me pusieron a mí en su lugar, porque estaba del mismo tamaño que la rueda sana.
Mucho me gustaba correr por el cristal del mostrador cuando alguien venía a comprar juguetes; pero no cesaba mi crecimiento. Y llegó un instante en que el carro cojeaba por las dos ruedas desiguales. Cojeaba mejor que aquel heroico capitán que se casó con la tía de Azulita. Y viendo entonces los de la tienda que yo podía llegar a ser un aro a poco más que creciese, me guardaron en el almacén, y cuando me vieron de buen tamaño me sacaron a la venta.
Sucedió entonces que llegó el día de Santa Azulita, patrona de las palomas; quisieron los padres de la niña comprarle un juguete; entraron, y como Azulita reconoció que yo era quien había nacido en su jardín, me compraron... y aquí estoy.
-¡Qué historia tan divertida! -dijo una de las muñecas-. ¿Y vas a seguir siendo aro toda la vida?
-¡Ca! Soy redondo y seguiré rodando; quiero ser rueda del timonel de un barco; o rueda de avión, o de automóvil. O de carro de labrador, que así no será todo viajes de entretenimiento.
-¿Y a ti no te gustaría -preguntó el balón, que era un poco ampuloso y si seguía creciendo había pensado ser planeta-; a ti no te gustaría, cuando seas mayor, llegar a ser un anillo de Saturno, o de alguno de esos astros que andan por el cielo?
-¡De ninguna manera! ¿Y yo qué sé si en Saturno hay niños, o nacen todos con barbas y paraguas, como aquel sabio de la Filosofía?... Yo quiero ir a un sitio donde haya muchos chicos y muchas chicas.
-¿Y qué has pensado? -preguntaron con curiosidad los nuevos juguetes de Papá Noel.
Entonces el aro respondió:
-Pues he pensado ser, he pensado ser... la pista redonda de un circo; del circo donde los perros den los saltos más graciosos y los payasos se caigan los golpes más divertidos; del circo donde salgan los caballitos más chiquitines y los instrumentos musicales más extraños. Y allí, cuando vea reír y reír a mi alrededor a todos los niños de la ciudad: a los hijos del médico y a los del albañil, a los del cartero y a los del arquitecto, a los de la maestra y a los de la portera, a los de los comerciantes y a los de los pescadores, ¡a todos, a todos!; cuando yo vea reír a todos los niños de la ciudad a mi alrededor, entonces seré el redondel más feliz del Mundo entero.
Esto dijo el viejo aro de Azulita Rompetacones. Y cuando terminó su historia, los nuevos juguetes que había colgado Papá Noel de su árbol, aplaudieron con alegría, bien seguros de que en aquella casa todos iban a ser felices, hasta que se cayeran a pedazos, ya de viejos. |