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(Antonio Joaquín Robles Soler)
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"La muchacha se ha dormido y las moscas han venido"

Biografía de Antonio Joaquín Robles Soler en Wikipedia

 
 
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Música: Tchaikovsky - Album for the Young Op.39 - 8: Waltz
 

La muchacha se ha dormido y las moscas han venido

¡Qué bonita estaba Azulita, durmiendo su siesta! Tan linda y primorosa estaba, como la bella durmiente del bosque... Mejor, porque no hay nada tan tranquilo, tan puro, tan bonito, como un niño pequeño durmiendo. Respiran una paz y una serenidad admirables. Yo los veo dormir, y paso un momento lleno de felicidad y dulce alegría; casi se me escapan las lágrimas de emoción...

Pues estaba Azulita durmiendo su siestecita, mientras su hermano Botón Rompetacones y sus amigos jugaban a tirarse goles en la explanada del jardín, cuando llegaron por el aire cinco moscas. Y una dijo:

-Para quitarnos el aburrimiento de la hora de la siesta ¿queréis que hagamos cosquillas a esta niña que duerme, a ver si la despertamos y así nos burlamos de su manita cuando nos quiera echar?

-¡Eso, eso! -exclamaron las otras.

Efectivamente: una empezó a correr por una manita, otra por la otra, otra por la pelusilla de ese sitio donde los hombres tienen el bigote, la cuarta por la oreja descubierta, y la última por su frente suave y despejada. Y ya iba Azulita estando inquieta, ya movía la mano y cambiaba de postura, y estaba a punto de despertar con tantas cosquillas molestas, cuando de pronto la mosca de la frente se quedó muy quieta, como una persona que oyera un ruido extraño, y quisiese saber de qué se trataba.

No había tal ruido, sin embargo. Lo que pasaba era que la niña estaba soñando. Y como dicen que los pensamientos y los sueños pasan por la frente, la mosca puso atención, porque advirtió que por la frente de Azulita estaba pasando un sueño entretenido.

Como la niña era alegre y buena, sus sueños solían ser bonitos, y estaba soñando que ella era una colegiala, y venía una mona y le decía:

-Oye, colegiala: yo quisiera tener una amiga, y nadie quiere ser compañera de una monita como yo...

Entonces Azulita prometió ser su amiga. Y se portaba tan divinamente con la mona, que hasta le puso un vestido suyo y empezaron a jugar juntas.

Cuando venía el profesor, que el pobre era medio ciego, Azulita se quitaba y ponía a la mona para que fuera aprendiendo poco a poco a leer, y ella se escondía detrás de una cortina para que también se le quedase algo de la lección.

Tanto llegó a aprender, que la monita escribió en la pizarra, con el dedo mojado en lágrimas de su tristeza estas palabras: «¡Soy la princesa Azúcar!». Resultó que sí lo era y que, según el sueño de Azulita, con eso cesó el encantamiento de la mona. Era una princesa rubia y dulce; pero Azulita la hizo fuerte, y jugaban al tenis y a saltar bancos de piedra. Lo malo fue que la hermana de Botón tropezó una vez, se cayó, y el susto la despertó de la siesta. Y la mosca de la frente tuvo que salir volando, con las otras cuatro compañeras.

Este sueño gustó muchísimo a la mosca, y se lo contó a las demás; por eso al día siguiente, a la hora de la siesta, acudieron las cinco a la frente de la niña durmiente; pero esta vez se estuvieron muy quietecitas, muy quietecitas, atendiendo solo a otro sueño en el que un viejo Rey, que iba en carroza con diez caballos verdes, blancos, negros, azules y rojos, llamaba a la niña Azulita y la llevaba a dar un magnífico paseo por el jardín, que tenía flores de papel de seda de mil colores, cisnes de celuloide, y ositos de trapo. Hasta que se despertó porque se la había enganchado el lazo de mariposa en uno de los picos de la corona del Rey.

Así resultó que todas las tardes, a la misma hora, las mismas moscas venían a la cama de la niña como el que va al cine o al teatro, y allí se quedaban tan a gusto hasta que terminaba la sección de los sueños agradables.

De modo es que Azulita, que estaba llena de ideas alegres y bonitas, proporcionaba un gran rato a los que la veíamos dormir: a mí, porque me gusta ver dormir a los chiquitines, y a las moscas porque tenían su magnífico espectáculo gratuito.

Botón, para pensar, se ponía uno, dos y tres dedos en la frente; Azulita, al soñar, se ponía en la frente una, dos, tres, cuatro, cinco moscas.

Pero todos felices, felices... hasta lo más alto de las montañas. ¡Y más!

Aleluyas de Rompetacones (100 cuentos y una novela)

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